Más democracia o nuevas autocracias: ¿hacia dónde va América Latina?
el mundo
En Perú, el recién asumido presidente, Pedro Castillo, nombró ayer a un primer ministro, Guido Bellido, que está convencido de que Cuba es una democracia. En Guatemala, el fiscal anticorrupción tuvo que fugarse, el fin de semana pasado, luego de ser destituido porque investigaba a funcionarios del gobierno de Alejandro Giamattei.
En Nicaragua, Daniel Ortega ya ni siquiera se preocupa por mantener cierta fachada de institucionalidad y encarcela a cualquiera que ose decir que será candidato en las elecciones presidenciales de noviembre. En El Salvador, Nayib Bukele usa sus dotes en las redes sociales para acumular poder, desdibujar al Congreso y la Justicia y apura el camino para convertirse en el primer dictador millennial de la región.
De derecha o de izquierda, tuiteros millennials o revolucionarios de los 70, empresarios o campesinos, varios líderes latinoamericanos se acercan más y más a un modelo que América Latina creía haber dejado atrás, con la excepción de Cuba, a fines de los 80 y comienzos de los 90: las autocracias. En esos años, la región se convirtió en la gran promesa de la democracia liberal global. Para el mundo, fue el surgimiento de una nueva burbuja de libertad; para América latina, el amanecer de una era de derecho y desarrollo.
Hoy, 30 años después, no son solo las naciones medianas o pequeñas de la región las que se acercan a la ola autocrática; también lo hacen los países grandes. Venezuela ya se subió a ella hace años. En Brasil y México, dos líderes populistas juegan con los límites y amenazan con cambiar las reglas evitar la alternancia. En la Argentina, la oposición acusa al oficialismo de querer llevarse puesta a la república mientras que el kirchnerismo describe el gobierno de Mauricio Macri.
¿Está América Latina, y en ella, la Argentina, frente a un quiebre democrático o es la misma recesión institucional que golpea al resto del mundo? La pandemia estrechó libertades y restringió derechos en todo el mundo. ¿Le servirá, efectivamente, a líderes de tendencia autócrata para apretar el puño y acaparar poder? ¿Cuál es la amenaza oculta a la democracia, que va más allá de líderes populistas o partidos fundamentalistas?
1) Un diagnóstico global oscuro
América Latina no está sola en su desgaste democrático. El análisis de tres de los más importantes informes sobre calidad democrática del mundo es lapidario: el giro autoritario es global y afecta a todas las regiones del planeta, desde Europa y América del Norte hasta Asia, África y Medio Oriente.
Los reportes los describen con diferentes palabras pero la conclusión es la mismo, la democracia declina en el mundo desde hace una década por lo menos, impulsada por los populismos nacionalistas, la permanencia de líderes autocráticos desde Modi a Erdogan, la promesa rota de las primaveras árabes y el fortalecimiento de China. A la hora de predecir el futuro, el consenso se fisura y emerge la incertidumbre: ¿surgirán más dictaduras o las democracias mantendrán su estatus pero sumarán flaquezas?
El informe de V-Dem, de la Universidad de Gotemburgo, es uno de los más prestigiosos entre los politólogos y analiza los regímenes en función de su desempeño en cinco categorías: la democracia electoral, el componente liberal (separación de poderes, entre otros), la equidad, la participación de la sociedad, el componente deliberativo (la calidad de la discusión pública, la posibilidad de acuerdos).
El informe 2021 no deja lugar a dudas con su título –”Las autocracias se hacen virales”– y advierte que se “acelera la tercera ola autocrática” y que las “democracias liberales” cayeron en número desde 2010; en ese año eran 41 y hoy son 32 mientras que hay 87 autocracias.
El Índice de Democracia de The Economist Intelligence Unit (EIU), que construye indicadores en base al análisis de los procesos electorales, el funcionamiento del gobierno, la participación política, la cultura política y las libertades civiles, es más contundente en su evaluación.
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“La degradación de la democracia se aceleró en 2020 por el recorte masivo de libertades, que incentivó la intolerancia y la censura. Es el peor resultado desde 2006, con un deterioro en todas las regiones”, dice el informe, que resalta la decadencia de la democracia norteamericana con Donald Trump y el avance autoritario de China sobre Hong Kong, pero subraya los éxitos institucionales de Taiwán y Bolivia.
Los rankings de los dos informes comparten punteros y rezagados con los de otro reporte, el de Democratic Matrix, de la Universidad de Wurzburgo. Sin mucha sorpresa, Dinamarca y Noruega se intercambian los primeros puestos de los índices mientras que el último puesto tiene un dueño cantado en los rankings: Corea del Norte, seguido de Eritrea, Yemén, Siria, Congo.
La Argentina ocupa, en todos, un lugar en la categoría de democracia perfectible; es decir que no es una democracia plena, funcional o liberal (como adjetivan los tres informes a los países punteros), pero le sigue en calidad, bajo la calificación de “democracia electoral” (también llamada “deficiente” o “fallada”).
Sin variar mucho su puesto a lo largo de los últimos años, hoy está en el puesto 39 de los 179 países analizados por V-Dem; en el 48° de las 167 naciones estudiadas por EIU y en el 44° de los 176 países de Democratic Matrix.
2) Los contrastes de América Latina
Previsiblemente tres países latinoamericanos están en la retaguardia de todos los ránkings, Cuba, Venezuela y Nicaragua, todas bajo la etiqueta de autocracia.
En esos dos países, Maduro y Ortega cumplieron, con detalle, el patrón de autocratización que hoy prevalece en el mundo, según Freedom House, otra organización que mide la calidad de la democracia, pero en Europa y Asia. “Líderes electos se alejan de la democracia y crean su propia realidad para consolidar y retener el poder. Con su éxito, estos regímenes antidemocráticos crean ejemplos y alimentan el crecimiento del autoritarismo en países vecinos”, dijo Michael Abramowitz, presidente de Freedom House.
El efecto contagio del autoritarismo parece describir acertadamente las tensiones democráticas que crecen en El Salvador y Guatemala, rodeado de vecinos regionales de corte autoritario. El índice de Democratic Matrix degradó de hecho a El Salvador y lo considera ya un “régimen híbrido”, que mezcla rasgos democráticos y autocráticos.
La “hibridización” de las democracias latinoamericanas fue registrada también por el informe de The Economist, que advierte que la región va por su quinto año consecutivo de degradación democrática.
América Latina, sin embargo, no es del todo terreno fértil para la tercera ola autócrata. A diferencia de otras regiones en desarrollo, cuenta con tres democracias plenas. Uruguay, Chile y Costa Rica lideran el ránking de calidad institucional y ocupan, desde hace años, un lugar privilegiado al lado de otras democracias liberales, en su mayoría de Europa, Oceanía y América del Norte. Otras 13 naciones están en la categoría de democracias deficientes y cinco en “regímenes híbridos”.
Ni la exEuropa del Este, ni África subsahariana ni Medio Oriente y Norte de África cuentan con democracias funcionales. La última región se lleva, de hecho, el podio de autoritarismo con 16 autocracias, y podría estar a punto de sumar otra, tras la deriva dictatorial de Túnez, la ahora exgran esperanza democrática árabe, de la semana pasada.
En América Latina, el diagnóstico deja otros rincones de esperanza, incluso a pesar de la pandemia. Tanto V-Dem como Democratic Matrix rescataron este año y el pasado a Bolivia y Ecuador como ejemplos de recuperación democrática, por procesos electorales que devolvieron calidad institucional a esos países y movilizaron a las sociedades.
“En América Latina se creyó que la evolución democrática era lineal. Pero no lo es, hay retrocesos -como ahora- pero son retrocesos temporarios. Porque hoy hay una gran demanda de democracia. Con la pandemia vuelven las amenazas de la democracia, pero también cambió al votante, lo globalizó. El votante de la región hoy se pregunta ‘por qué no puedo tener la salud que tiene Alemania’. Eso profundiza la demanda democrática pero de manera inelástica, dura, es decir que no le dan una segunda chance a los gobernantes”, explica la encuestadora chilena Marta Lago, en diálogo con LA NACION, y resalta el triunfo de Castillo.
Directora de Latinobarómetro, Lago está terminando, en este momento, el prestigioso estudio que mide la relación de los latinoamericanos con la democracia y advierte que 2018 fue el punto más bajo de confianza en ese sistema y que la pandemia, más que romper las democracias, aceleró tendencias que vienen desde hace años.
En 2018, el informe de Latinobarómetro mostró que, en ese año, solo el 48% de los latinoamericanos apoyaban la democracia, 15 puntos menos que en 1996, año de mayor confianza en el sistema. En la Argentina la confianza en la democracia cayó de 76% a 58%. Para Lago, la pérdida de credibilidad no es del régimen de gobierno si no de las clases dirigentes.
“Acá no fracasó la democracia, fracasaron las elites. América latina se compró la democracia aunque sea débil, aunque haya populismos, aunque haya líderes como Evo o Correa que crean cultura cívica y después la destruyen porque se eternizan y no entienden que la alternancia es crítica”, dice Lago.
2) La amenaza a la Argentina, oculta pero no tanto
Brasil es una de las naciones donde la confianza la democracia más enflaquecida quedó a lo largo de los años y de las crisis y es, también, el ejemplo más gráfico de cuánto el fracaso de las clases dirigentes puede acelerar la erosión democrática. Actúa, además, como una advertencia para la Argentina.
“La amenaza sobre la democracia en Brasil es grave y precede a la pandemia. La primera amenaza es la captura del Estado por parte de los privados, para la financiación de las campañas, desde 2000. La segunda son las milicias paramilitares, que ya existían pero que se fortalecieron con los cambios legislativos que flexibilizaron las compras de armas, propuestos por Bolsonaro. Y la tercera es el propio Bolsonaro y su amenaza de no reconocer el resultado de las elecciones,” opina, en diálogo con LA NACION, Matias Spektor, profesor de relaciones internacionales de la Fundación Getulio Vargas.
Polarización, líderes divisivos, Estado copado, bandas, ninguno de esos fenómenos es ajeno a la Argentina. Y si el camino para la región es el de una democracia débil y bajo amenaza pero resistente, el del país no se asoma muy diferente. Pero enfrenta una fuerte amenaza, y no es la más obvia, la que suele venir de líderes con ánimo de “sultanes”, como los describe Lago.
La democracia no es solo su clase dirigente; también lo son la fortaleza e independencia de sus instituciones, su sociedad, su cohesión social, su cultura política, la transparencia de sus procesos, el valor de su libertad e igualdad, la diversidad de su estructura productiva, entre otras. Por eso todos los informes incorporan varias categorías para determinar qué constituye una democracia y qué es una autocracia.
La Argentina de la pandemia recibió, por eso, dos calificaciones diferentes por parte de los informes de calidad democrática, tan contradictorias como a veces es la propia democracia argentina.
Por su lado, Democratic Matrix señaló que el país fue uno de los que más calidad democrática recuperó en 2020, después de Bolivia, República Dominicana, Rumania y Malawi.
Sin embargo, por el otro lado, en el índice de Retroceso Democrático, de V-Dem, que refleja la medida en la que las respuestas oficiales a la pandemia ponen en riesgo la calidad democrática, desde marzo de 2020 a junio de 2023, la Argentina recibió la tarjeta roja. Ocupa el segundo puesto del ránking, detrás de Sri Lanka. Está acompañada en los primeros lugares por países de dudosa raíz democrática como Uganda y Malasia y otros hoy gobernados por líderes populistas con vocación autoritaria, Filipinas, la India, México y Brasil.
Pese a que la respuesta oficial a la pandemia cayó dentro del rango de baja democracia, la movilización política y social (la presión social por la apertura de los colegios y la flexibilización de la circulación, los límites al oficialismo en Diputados) le permitió a la Argentina mantener su puesto en el ránking global y contener, por ahora, el fantasma autocrático en el país aunque no la tensión y las divisiones.
“El problema no es el autoritarismo, el problema es la inestabilidad, la gobernabilidad. La pandemia no tiene consecuencias a corto plazo en la democracia, por ahora”, advierte el politólogo Andrés Malamud, en diálogo con LA NACION.
Sin embargo, sobre esa gobernabilidad, sobre la presencia de un Estado esencial para calidad democrática, crece la misma amenaza que en Brasil y varios otros países de la región, desde México y Haití hasta Colombia y Paraguay: grupos narcos, bandas criminales, organizaciones paramilitares. Rosario es el ejemplo.
“Los grupos paraestatales avanzan tanto sobre el Estado como sobre el mercado. Ambos están retrocediendo con fuerza en América latina ante esos flujos. El fenómeno crece y afecta todas las capacidades estatales”, advierte Malamud.
Los Estados ya se mostraron con pocas o malas respuestas sanitarias, políticas y económicas a la pandemia. América Latina es la región con más muertos y, además, sumó 22 millones de pobres.
Pérdida de confianza en el Estado, gobiernos de bajo e ineficaz funcionamiento, pobreza agudizada, todos caldos de cultivos para los grupos paraestatales, la amenaza que ya compite con dictadores o futuros autócratas para debilitar la democracia.
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