Hemingway, un escritor en tiempos de cancelación
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La barba blanca. Crecida, pero perfectamente recortada como en todo cuarentañero que se (sobre)precie de tal. Un vaso siempre en la mano y un fino conocimiento de whiskies, mojitos y licores. La pasión por viajar, hasta los lugares (los continentes) en donde se desarrolla la acción.
No se trata de los hipsters, de esa subcultura de clase media-alta asociada a tendencias, ciertas ropas, tragos de barman, peinados, barberías, y fuertemente asociada a lo que se conoce como wanderlust: el deseo de conocer el mundo (pero nada de llamarlos “turistas”, ellos son “viajeros”). No: es la viva estampa de Ernest Hemingway, su estilo exterior como literario por el cual hoy lo reconocería incluso quien no haya leído ninguno de sus cuentos. Y allí también anida una de las grandes características de su prosa: escribir en y sobre cualquier lugar que no sea Norteamérica (París, Madrid, África) para narraciones extraordinarias (la Gran Guerra, las corridas de toros, la Guerra Civil española) de su presente. Ficción y no-ficción contando su tiempo.
¿Qué queda hoy de la literatura de Hemingway? ¿Cuál es su legado? ¿Estaría hoy cancelado moral, social, culturalmente; boicoteado por esa imagen (y no solo imagen) de machista, cazador, déspota y misógino (aunque muchos opinen lo contrario)? El extraordinario documental de seis horas, Hemingway, que acaba de estrenarse en la TV pública estadounidense (aún sin fecha de estreno en la Argentina), producido por Ken Burns y Lynn Novick (la misma dupla de los monumentales Jazz, Prohibition y el reciente The Vietnam War, emitido por Netflix), sumado a los 60 años de su muerte acaso sirvan para abrir un nuevo debate sobre este escritor insoslayable.
American Macho
“Hemingway… Las feministas no lo dejaron pasar, ¡así que éste también a la hoguera!”. La frase pertenece a la última remake de Fahrenheit 451, basada en el clásico de Ray Bradbury en que los libros están prohibidos y deben quemarse. Lo llamativo es que esta nueva y reciente versión (2018, dirigida por Ramin Bahrani) reemplaza la línea de diálogo original (en la que incineran la novela La cabaña del tío Tom) y utiliza a uno de los autores norteamericano que revolucionó el realismo literario del siglo 20. Esto, como mínimo, lo pone en un lugar polémico. ¿Pero cuánto hay de Hemingway en el siglo 21? ¿Sería cancelado, por su imagen hiper-masculina, por su ficción en la que describía a personajes judíos negativamente o por relatos como “Up in Michigan”, en los que se relata un acto sexual no del todo consensuado? La respuesta de Lynn Novick tal vez enseñe algo sobre descontextualizar y juzgar artistas fuera de su tiempo: “Bueno –explica la productora vía Zoom desde en Nueva York–, la verdad es que hasta ahora no fue cancelado. Y si hoy estuviera activo no escribiría esos relatos de la manera en que los escribió, ¿no? Incluso fue muy audaz haber publicado un cuento en 1925 como ‘Up in Michigan’ entre dos personas que tenían sexo y que no estaban casadas. Es un relato que parece escrito desde el punto de vista de una mujer… y es incómodo. Pero Hemingway mostraba a las mujeres de una manera tridimensional y develaba cosas de ellas como muy pocos autores lo hacían en su momento. Entonces, sí: en la superficie, Hemingway puede parecer antisemita, homofóbico y misógino, pero su trabajo es otra historia, algo mucho más complejo que esa imagen.
-El documental comienza con una frase de Hemingway que nos da una pista: ¿La vida trata sobre ser un buen escritor o ser un buen hombre?. Y su propia vida, según el film, parece lidiar siempre entre dos polos: estar con una mujer u otra, ir a toda guerra posible o convivir en familia, vivir en París o en una isla (Cuba).
-El documental finalmente muestra que cuando hubo una mujer o esposa engañada, él no parece haberlo disfrutado, era alguien que sentía remordimiento en estar enamorado de dos mujeres al mismo tiempo. Creo que era una especie de eterno adolescente, perpetuamente joven, en un buen sentido y en la búsqueda permanente de estar enamorado.
Carlos Gamerro, autor entre otros de El nacimiento de la literatura argentina y otros ensayos, que también puede leerse como una historia de la literatura norteamericana (y la angustia y felicidad de sus influencias locales), le responde a LA NACON revista: “Sí: Hemingway fue el prototipo del American Macho, que luego retomarían de diferentes maneras Norman Mailer y ahora Philip Roth, recientemente cancelado por su biografía (que por otro lado no escribió él). Si se quisiera cancelar a Hemingway, mal se podría echar mano de un cuento como la La breve vida feliz de Francis Macomber, en el que la mujer mata a su marido en una safari de caza en África. Pero por otro lado tenés a un personaje femenino como el de Pilar en Por quién doblan las campanas, el más formidable de la novela. Una gitana que lucha del lado de los republicanos y que incluso dentro del relato es la mejor narradora”.
Para la escritora Liliana Heker, autora (entre otros) del reciente La trastienda de la escritura, el machismo de Hemingway está más en otros que en él mismo. “En los años 60 ser hemingwayano era creerse muy macho y andar a los golpes y cosas así. Pero ninguno de sus imitadores tenía su talento extraordinario. Podríamos llamar las locuras de Hemingway a haber estado en tres guerras, ir de cacería en África, haber sido herido en combate y múltiples veces en diferentes viajes, incluso golpes en la cabeza que podrían haberlo matado… Nada de eso convierte a otro en un mejor escritor. Borges, por ejemplo, no lo necesitó”.
¿El primer copywriter?
Si curiosamente Hemingway hoy podría ser el modelo accidental de los hipsters, hay otra casualidad que también actualiza al autor de El viejo y el mar. En pos de agregarle otra señal de su contemporaneidad, consideremos su espeluznante microrrelato (adjudicado a él, aunque nunca haya sido publicado): Vendo: zapatos de bebé, sin usar. O cómo escribir una novela de terror y realismo en apenas seis palabras. Acaso además de preanunciar a los hipsters, ¿fue Hemingway el primer tuitero, un copywriter (más de un creativo mataría por ese nivel de síntesis) que trabajaba fuera de una agencia de publicidad? ¿Era un experto en Social Media avant la lettre?
“En cierto sentido Hemingway se presentaba como un experto en todo –reflexiona Lynn Novick–. Y la compresión de las oraciones era una expresión de su propio mito, que por supuesto él mismo inventó. Eso, sumado a esa persona pública que él creó, hubiese funcionado muy bien en Twitter o Instagram. Porque siempre mitificaba y publicitaba lo que hacía. Era su propia marca. Y quería ser the next big thing, era alguien que estaba mirando a James Joyce, pero que no quería imitarlo. Y probaba toda técnica literaria posible para describir el mundo y hacerlo accesible al lector. Es una persona que aprende mucho en París de Gertrude Stein, pero ella comparada con él tiene una escritura impenetrable. Hemingway quería ser comprensible, legible, popular para la gente común con esta especie de montaje cinematográfico. Era un modernista que no necesitaba ser vanguardia. ¿Es eso posible? Yo creo que sí. Creo que incluso fue importante para el cine: Hemingway audiovisualmente es el fuera de campo, el que empieza por la mitad de la película y ni siquiera te cuenta lo que ocurrió antes y tenés que averiguarlo a medida que la trama avanza”.
En ese sentido, Hemingway desarrolló la teoría (o metáfora) del iceberg: lo que aprendió como periodista lo llevó a inventarse un dogma personal que aplicó mucho más que nada en sus cuentos y casi nunca en sus novelas. Un minimalismo en el que el significado profundo del relato no se halla en la superficie, sino que debería nos conmocionar implícitamente, elidido, de manera invisible. O como él mismo escribió: “Si un autor conoce lo suficientemente bien aquello sobre lo que escribe, puede silenciar cosas que conoce y así el lector tendrá una sensación tan fuerte como si el escritor las hubiera expresado. La dignidad de movimientos de un iceberg se debe a que solamente un octavo de su masa aparece sobre el agua”.
Santiago Llach, creador del Mundial de Escritura, en sus talleres suele dar textos de Hemingway. “Su brevedad proviene de un gran trabajo sobre la oralidad –dice–. Es uno de los escritores que casi por primera vez en la literatura está innovando al narrar la vida de la gente común, esa nueva gran clase media norteamericana. Pero además lo hace con efectividad y en contra de la solemnidad y la pretensión. Por supuesto que Twitter es un género basado en la brevedad… Pero en Hemingway predomina una sola voz y creo que la gracia de las redes sociales es su polifonía”.
Los tres capítulos del documental Hemingway (conducidos por la dulce voz en off de Peter Coyote y con Jeff Daniel leyendo las obras del escritor) son, como la París del escritor, una fiesta. Entre los entrevistados, además de especialistas y académicos de su obra, tienen la palabra luminarias como Tim O’ Brian, Tobias Wolf, Mary Karr, Edna O’Brien y Mario Vargas Llosa. La mayoría alaba sus relatos cortos, pero duda de sus novelas. Y la miniserie, que ahonda tanto en su estilo como en lo autobiográfico, sorprende en varios sentidos. Por si quedaran dudas de cómo Hemingway se veía a sí mismo al mando de la paternidad de una nueva literatura del siglo 20, desde muy joven (un maduro narcisista) gustaba que sus interlocutores lo llamaran Papa. Su madre (a quien detestaba) lo vistió con ropas de niña hasta los tres años. Y Gregory Hemingway, el menor de sus hijos, luego de tener cuatro esposas y ocho hijos, se sometió a una operación de cambio de sexo. Se llevaba pésimo con el pater familias y la biografía que escribió se titula Papa: A Personal Memoir.
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Uno de los mejores momentos de la miniserie es cuando la escritora irlandesa Edna O´Brian, enfatizando la fortaleza de muchos personajes femeninos de Hemingway, lee el cuento “Colinas como elefantes blancos”. Un relato sobre una pareja que discute en un bar respecto de si ella dará a luz o no. La palabra aborto jamás se menciona. El clímax es una escena de machismo encubierto, de seudotolerancia masculina y condescendencia, en la que el hombre no deja de repetir (de insistir) que “harán lo que ella decida”. Hasta que ella estalla:
–¿Querrías por favor por favor por favor por favor por favor por favor por favor callarte la boca?
–Pero no quiero que lo hagas –dijo–, no me importaen absoluto.
–Voy a gritar –dijo la muchacha.
Siete veces dice ella “por favor” y rara vez una repetición en la literatura significó tanto.
La pregunta obligada a Lynn Novick:
-¿Qué fue lo que más te sorprendió al realizar el documental?
-Hemingway y el género, Hemingway y la masculinidad… Son temas muy interesantes. Pero al investigar un poco no debería sorprendernos tanto, porque de lo que te das cuenta es que, incluso para su época, era demasiada ‘masculinidad’ y entonces uno se pregunta ‘mmm, qué está pasando acá’…: su mamá lo vestía de niña, su hijo se opera para convertirse en mujer y es alguien que por otra parte habla del suicidio desde los 20 años, con un padre y dos de sus hermanos que se suicidaron.
La angustia de las influencias
Hemingway puede ser cercano por varios motivos. No solamente su influencia en escritores argentinos, sino por sus personajes. Nick Adams, especie de alter-ego de él mismo, que en los diferentes cuentos es descrito cronológicamente, viviendo las mismas peripecias que el autor. “Creo que Hemingway –apunta Gamerro– como Cortázar o Bioy Casares, es un cuentista que se hizo famoso por sus novelas, simplemente porque en el mercado editorial éstas tienen más peso. Tiene cuentos perfectos, pero no así novelas. Todos los cuentos de la serie de Nick Adams son extraordinarios, porque es un personaje que va creciendo, desde su infancia, pasando por la guerra hasta ser padre”.
Pero también Hemingway es un padre (¿un papa?) de los géneros modernos. “El policial negro –continúa Gamerro– ya está contenido en su germen y semilla en el cuento Los asesinos y en El gran río de dos corazones está el objetivismo argentino de Juan José Saer. Y Sudeste de Haroldo Conti tiene toda la influencia de Hemingway. Acaso, podríamos decir, es la mejor novela de Hemingway, pero claro, la escribió Conti y todo el espíritu y la enseñanza del norteamericano están allí. Entre nosotros, el trabajo con lo elidido, con lo sugerido, con lo no dicho sin dudas está en los cuentos de Samanta Schweblin. Y el escritor que se forma como periodista: claramente para nosotros es Rodolfo Walsh”.
“En el cuento Los asesinos –sostiene Heker– la violencia flota en el aire todo el tiempo y si uno lo analiza no hay un solo hecho de violencia más allá de la amenaza. En el relato deslumbrante La breve vida feliz de Francis Macomber, hay otro conflicto que él debía conocer muy bien: la cobardía. Por eso Hemingway era un cuentista maravilloso, porque podía analizarse a sí mismo”.
Sin dudas contribuyó a esa estela de escritores norteamericanos contemporáneos, esa lista de ilustres con apellidos terminados en er, como sufijo de aumento en inglés, y de genialidad en literatura: Salinger, Chandler, Cheever, Carver. En los cuentos de estrés posbélico de Salinger (“Para Esmé, con amor y sordidez” o “El Tío Wiggily en Connecticut”) papa agita su presencia, así como en los relatos de Cheever o Carver, las parejas pueden “matarse” sin necesidad de conflicto bélico: basta un pavo, un aparato de radio o un diálogo entre padre e hijo.
Hemingway ya no está con nosotros para aseverar, negar o enojarse con su legado, involuntario o no. Aunque tal vez hallemos las respuestas: si sabemos leer, mirar y escuchar por debajo del iceberg del arte contemporáneo.
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