Seguridad vial: alcohol cero, sí; alcoholemia cero, no
al volante
En los últimos meses hubo una nueva arremetida de algunos municipios, provincias e incluso del gobierno nacional que buscan promover la tan mencionada “tolerancia cero”, en la medición de la alcoholemia de los conductores de cualquier tipo de vehículo. Los profesionales con formación técnica, en su mayoría, consideran que quienes impulsan la falta de tolerancia ignoran ciertos conceptos básicos de la utilización de los instrumentos, o si los conocen, están haciendo demagogia política. Quizás hay un poco de ambos factores.
Ya que en algunas ocasiones desde el Estado y desde ciertas instituciones se confunde más de lo que se esclarece, hay que recurrir a la evidencia técnica. Para ello es primordial conocer el significado de cada término (ver más detalles aquí)
El alcohol es un compuesto químico orgánico, líquido, incoloro, de olor característico, soluble tanto en agua como en grasas, que se caracteriza por ser una sustancia psicoactiva, depresora del sistema nervioso central, y con capacidad de causar dependencia. Por definición, el alcohol es un tóxico para el organismo.
Al medir qué tan intoxicado con alcohol está nuestro organismo lo que hacemos es conocer qué concentración hay de esa sustancia en nuestra sangre. Eso es lo que se llama “Alcoholemia”. Por lo tanto, el alcohol es la sustancia tóxica que afecta al organismo y la alcoholemia es su medición y cuantificación.
Historia de la medición
Desde que aparecieron los primeros vehículos a motor fue una preocupación de las autoridades controlar y medir el grado de intoxicación por alcohol de los conductores. El método original para determinarlo eran las denominadas “pruebas de sobriedad”. En ellas, el sospechoso debía demostrar su sobriedad al realizar pruebas de coordinación, como caminar derecho o pararse en un solo pie.
En 1910, Nueva York y California se convirtieron en las primeras jurisdicciones en aprobar leyes contra el consumo de alcohol y conducción. La invención del Drunk-o-Meter por parte del profesor Rolla Harger, permitió que en 1939, Indiana se convirtiera en el primer estado en establecer un nivel de contenido máximo de alcohol en la sangre para determinar el estado de ebriedad. Ese límite se estableció en 1,5 gramos de alcohol por litro de sangre, el triple del máximo permitido actualmente en nuestro país.
Para utilizar el Drunk-o-meter, la persona que era evaluada debía soplar dentro de un globo. Luego, el aire del globo se liberaba en una solución química. Si había algo de alcohol en el aliento, la solución cambiaba de color.
En 1954, Robert Borkenstein, inventó un instrumento más funcional llamado Breathalyzer o “alcoholímetro” por su traducción en castellano. Esta herramienta mide la proporción de vapores de alcohol en el aire expirado, una proporción que refleja el contenido de alcohol en la sangre.
La Ley de Henry
La pregunta que surge es: ¿cómo puede ser que un aparato que mide la cantidad de alcohol en el aire expirado determine la cantidad de alcohol en sangre? Esto se basa en el principio físico de la Ley de Henry, que relaciona la disolución de un gas en un líquido. Por medio de dicha ley física se estableció que la cantidad de alcohol que se expele por el aliento, guarda una proporción de 2100 a 1 con el alcohol que contenía la sangre. Es decir que en un poco más de dos litros de aire exhalado hay la misma cantidad de etanol que en un centímetro cúbico de sangre. Esto es lo que se denomina “medición indirecta”.
Nivel legal de alcohol
Otro concepto a tener en cuenta es el establecimiento del “nivel legal de alcoholemia permitida”. Cada sociedad establece y legisla que tan “intoxicada” con alcohol puede estar una persona para que se le permita conducir.
Lo deseable es que nadie se mueva en el entorno vial bajo los efectos del alcohol, dado que a mayor nivel de alcoholemia, mayores serán los efectos en el organismo.
Las bebidas con alcohol producen la desinhibición y siguen por la falta de coordinación de movimientos, pérdida del equilibrio, agresividad, somnolencia, náuseas, etcétera.
La Organización Mundial de la Salud (OMS) sugiere que el nivel máximo legal de alcoholemia no exceda los 0,5 gramos de alcohol por litro de sangre, que es lo que establecieron la mayor parte de los países del mundo.
Sin embargo, hay casos como Irlanda, Inglaterra o Malta que siguen teniendo un límite de 0,8 gramos de alcohol en sangre. También vale aclarar que hay cierta tendencia internacional a establecer límites por debajo del máximo sugerido por la OMS.
El concepto de “Alcohol Cero” surgió hace muchos años en los países nórdicos. Allí, los siniestros protagonizados por conductores alcoholizados eran un enorme problema que ocasionaban una importante cantidad de muertos y heridos.
En estos países, en especial en Suecia, hicieron una importante cantidad de estudios e investigaciones en las décadas de los ’80 y ’90 y decidieron que, como sociedad, no querían que nadie condujera un vehículo si había consumido una sola gota de alcohol.
Sin embargo, los suecos querían “Alcohol cero” al conducir, pero no establecieron “Alcoholemia cero” en los controles.
Errores de medición
En cualquier medición, tal como exige la ley, debe establecerse un valor nominal (el deseable), el margen de tolerancia y la unidad de medida. Medir no es tarea sencilla porque significa comparar con un patrón; pero en dicha tarea aparecen distintos tipos de errores potenciales: algunos pequeños, otros más grandes, algunos corregibles o minimizables y otros no tanto. No hay medida sin tolerancia.
¿Cuáles son los errores que pueden aparecer en la medición de alcoholemia? En primer lugar, no existe la exactitud absoluta en ningún tipo de aparato de medición.
En el caso de un alcoholímetro, el margen de error máximo establecido y aceptado por la legislación argentina es de 0,041 gramos de alcohol por litro de sangre en condiciones de laboratorio. Esto fue ratificado recientemente por el director de Metrología Legal del Instituto Nacional de Tecnología Industrial (INTI), que es el organismo encargado de la calibración de todos los alcoholímetros del país.
Al ser los alcoholímetros aparatos bastante sensibles, se los debe calibrar periódicamente. Algunos cada 6 meses, otros una vez por año o cada cierta cantidad de mediciones, para que una vez calibrados vuelvan a operar dentro del margen de error de 0,041 gramos de alcohol por litro de sangre.
De lo anterior se desprenden dos factores. El primero es que con el tiempo y el uso los alcoholímetros se descalibran y el segundo es que el error antes mencionado es en condiciones de laboratorio, ya que en la operación diaria esta falla puede ser mayor de acuerdo a las condiciones de humedad y temperatura. Estos son los llamados “errores técnicos de medición”, que siempre están presentes.
También pueden generarse “falsos positivos” por el llamado “alcohol endógeno”, que es aquel que puede producirse en pequeñas proporciones en el organismo debido a múltiples factores como, por ejemplo, ayunos prolongados o ciertos tipos de diabetes. Al sumar los errores técnicos y los efectos potenciales del alcohol endógeno, el alcoholímetro podría indicar una medida distinta de cero sin que la persona haya consumido una gota de alcohol (del tipo exógeno).
Debido a esto los suecos establecieron una Ley de Alcohol Cero; pero, ¡con un nivel de tolerancia legal de Alcoholemia de 0,2 gramos de alcohol por litro de sangre!, para cubrir cualquier imperfección del sistema de medición y los efectos potenciales del alcohol endógeno, pero sin dar margen de maniobra para que nadie pueda especular con “tomar un poquito”.
Lo mismo hizo Japón y otros países. Lo interesante de destacar es que este margen de tolerancia de 0,2 gramos de alcohol por litro de sangre es válido para ¡todo tipo de conductores!, ya sean particulares, profesionales o motociclistas, porque ¡los errores no dependen del tipo de vehículo que se conduzca!
A partir de estos conceptos, se puede diferenciar cuando hablan de alcohol cero, que es lo deseable, y la tolerancia o alcoholemia cero, que es una aberración técnica.
Más controles
¿Por qué muchos de nuestros funcionarios insisten con el tema de la “tolerancia cero”?
Algunos por desconocimiento, otros porque suena “políticamente correcto”, aunque sea una medida absurda. Sería más fácil llamar a la embajada de Suecia para pedir una reunión con su Ministro de Transporte y preguntarle por qué ellos no implementan la “tolerancia cero”.
Las estadísticas de la provincia de Córdoba, precursora de la tolerancia cero en la Argentina, indican que luego de su implementación, creció el número de fallecidos en siniestros viales y sus índices de mortalidad y fatalidad se mantuvieron iguales o crecieron.
Para solucionar el dilema del alcohol y la conducción, primero hay que tener estadísticas concretas y verídicas, sin apelar a números incomprobables o de fuentes dudosas.
En segundo lugar, hay que evaluar que el gran problema está en los conductores altamente alcoholizados (más de un gramo), por lo tanto la baja del nivel actual permitido no aportaría soluciones.
Pero si de todos modos quieren ser más exigentes, ayudaría bajar el límite legal permitido a 0,2 o 0,3 gramos de alcohol en sangre, como tiene Chile.
En tercer lugar, es necesario legislaciones para condenar severamente (prisión y quita de licencia) a aquellos que sean encontrados en un control rutinario de alcoholemia con más de un gramo de alcohol en sangre. No hay que esperar a que el borracho mate.
En cuarto lugar hay que educar y concientizar de forma adecuada. Es necesario hablar de la alcoholización, como de la desalcoholización, de conductor designado y de conducción responsable.
Por último, y tal vez lo más importante, hay que exigir controles. Los países nórdicos cuando quisieron solucionar el problema llegaron a controlar al 70% de sus conductores por año.
En nuestro país las jurisdicciones que más controlan no llegan al 5%. El problema que tienen es que no cuentan con gente capacitada para realizarlos, ni la cantidad necesaria de alcoholímetros, como tampoco los laboratorios para calibrar los instrumentos. Las autoridades nacionales, provinciales y municipales deben trabajar seriamente para tener un tránsito más seguro, sin tanta declamación ni enojo cuando se explica lo que realmente sucede.
“Hay que educar al soberano”, dijo hace muchos años Domingo Faustino Sarmiento. De eso se trata, de educarlo. No de confundirlo con conceptos equivocados.
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