La Voz del Interior @lavozcomar: Detrás de un crimen, una terrible historia de maltrato

Detrás de un crimen, una terrible historia de maltrato

A juzgar por lo que relataba la viuda de la víctima y madre del acusado, lo que sucedió entre esas cuatro paredes fue el paradigma de la violencia de género, el maltrato familiar y el sometimiento de un hombre machista y patriarcal. Guionado por alguna divinidad de las efemérides, el testimonio de Patricia Lorena Isabel Bargas no pudo ser más oportuno para el día en que se conmemoraba la lucha de las mujeres por un mundo más justo.

Para los tres, el mundo era la casa de Alta Gracia donde convivían y ocurrió el asesinato de Néstor Fabián Romero, en la madrugada del 3 de diciembre de 2018.

Mientras dormía, lo mataron de dos disparos de una pistola calibre 22 empuñada por su hijastro, Maximiliano Romero Bargas (20).

Esa alevosía y el uso del arma de fuego son los agravantes de este homicidio que con la apertura del juicio por jurados en la Cámara 7ª del Crimen parece sugerir algunos atenuantes.

El testimonio de Patricia Bargas estuvo más cerca de su hijo que de su pareja. Fue una terrible descripción de todo lo peor que puede sufrir una mujer por parte de un maltratador. Muchos golpes, sometimiento económico, control, amenazas de todo tipo, humillaciones, aislamiento y prohibiciones de todo tipo nutrían el catálogo de lo que, según la viuda, sufrió durante su larga relación con Romero.

Los jurados populares, los jueces técnicos –José Cesano, Luis Nassiz y Patricia Soria–, el fiscal Sergio Ruiz Moreno y los abogados defensor y querellante escucharon en silencio los padecimientos que la mujer relató a lo largo de casi una hora de testimonio.

Los golpes existieron desde los más de 20 años que convivieron. Cuando ella logró irse unos meses del hogar y comenzó a salir con su prima conoció a un hombre –Fabián Azur– con el que se relacionó y de quien quedó embarazada.

Enterado de esto, Romero fue a buscarla y la golpeó, embarazada, y le dijo que iban a volver a estar juntos. A esa altura, el fiscal Ruiz Moreno preguntó por qué volvió con él. “Porque se quedó”, respondió ella. El acusador replicó: “¿Por qué usted lo acepta?”, a lo que Patricia dijo: “Por miedo”. “Él me decía que si iba a la comisaría, me iba a moler a golpes”, completó.

Maltratos

El fiscal trató de encontrar evidencias y características del castigo que ella describía. La mujer relató que le pegaba en el cuerpo, no en la cara y que una vez la golpeó con una fusta en las piernas y le quedó la roncha. Luego, recordó que en la casa donde trabajaba le preguntaron por un moretón en un ojo y ella dijo que fue por un accidente con la mesa de luz. Ruiz Moreno tomó nota de algunas personas que pueden atestiguar el maltrato que durante años se circunscribió a cuatro paredes.

Al indagar por los detonantes de la violencia, ella aseguró que sucedían “dos o tres veces por mes”. “Me tiraba la comida por la cabeza”, porque no le gustaba y su abuela cocinaba mejor, o porque hacía algo mal.

También surgió en el debate cómo era la relación con el hijo de ella. Contó que cuando el niño tenía unos 11 años él insistió y convenció al chico de ponerle su apellido. Aseguró que cuando era muy pequeño, Maximiliano fue abusado por él y que de grande le controlaba el celular (a ella también), se metía en las conversaciones con los amigos y que lo tenía prácticamente de esclavo.

Ella no sabía lo que pasaba en las horas en las que se iba a trabajar, pero aparentemente el niño sumiso y de carácter introvertido, inmaduro emocionalmente, estaba sufriendo un verdadero calvario. Trascendió que le hacía cortarle las uñas, cebar mates y que lo tenía para todo tipo de mandados.

El abogado del acusado, Diego Agüero, y el querellante por un hijo de la víctima, Sergio Sánchez, también ayudaron a desentrañar más de la personalidad del fallecido y de la relación con Patricia y Maximiliano. Sufrió una lesión laboral en un tobillo y “se había hecho otorgar un certificado médico de discapacidad”, por lo que comenzó a percibir una pensión no contributiva, una “miseria”, según dijo ella.

Patricia era la que llevaba el dinero al hogar, mientras él sólo salía a hacer “alguna changa” cada tanto. En invierno no trabajaba “porque hacía frío”.

A pesar de su “discapacidad”, se relató en la audiencia que Romero se “imponía” físicamente y le comentaba a ella: “¿Viste cómo me respetan en la cuadra?”.

Para completar el cuadro, él le pedía el dinero que ella obtenía de trabajar en la casa de un conocido pediatra de Alta Gracia, iban al supermercado a comprar lomo y las cosas que a él le gustaba comer y quedaba muy poco dinero. Sobre lo que percibía de pensión, era para sus gastos.

“Feliz”

Un joven que dispara al padrastro mientras duerme será algo difícil de revertir para la defensa de Romero Bargas. En la próxima audiencia judicial se encontrarán los peritos psiquiatras y psicólogos, oficiales y de control, para determinar en qué condiciones estaba el joven a la hora de disparar.

Su madre dice que no ocurrió nada especial, pero relata los largos pesares que pasaba el joven a diario. Sí recordó que Romero le decía que era un inútil y que “últimamente la tenía con que era puto, porque no tenía novia”.

Cuando le preguntaron cómo estaba su hijo en la cárcel, la mamá respondió: “Está bien, está distinto, porque ahora habla. Se siente feliz. Feliz, porque dice que está libre”.

Un homicidio extraño en un contexto muy difícil

Crimen. La madrugada del 3 de diciembre de 2018 Maximiliano Romero Bargas tomó una pistola del placar donde dormía su padrastro Néstor Fabián Romero y le asestó dos disparos. Más tarde, se entregó en la comisaría de Alta Gracia, confundido y con un relato incoherente.
 
Maltrato. En el inicio del juicio por jurados, la madre del acusado y pareja del fallecido relató el sometimiento que ambos habrían sufrido durante años por parte de Romero.
 
Acusación. El joven afronta la dura acusación de homicidio calificado por alevosía y uso de arma de fuego.

Estremecedor. Lo escuchado en las audiencias del juicio reveló una oscura trama de violencia familiar en la vivienda donde convivían el asesinado y su victimario. (La Voz)

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