Disparidad: la comunidad internacional no logra la igualdad
La eliminación de todas las situaciones sociales, económicas, políticas y culturales que asignan a la mujer una posición de desventaja frente al hombre se ha convertido en una prioridad en el debate público y en la arena política, tanto en el plano nacional como en el internacional.
El principio de igualdad entre el hombre y la mujer y la prohibición de discriminación por razón de sexo se encuentran recogidos en todas las constituciones de las democracias contemporáneas y en los textos internacionales de derechos humanos más relevantes.
Aunque se han dado pasos muy importantes y significativos para lograr estos objetivos, ningún país, ni siquiera los occidentales, ha alcanzado la plena igualdad entre el hombre y la mujer. Así, el Índice de Igualdad de Género de 2020 acaba de publicar las puntuaciones que han obtenido los estados miembros de la Unión Europea y que oscilan entre los 83,8 puntos de Suecia y los 52,2 puntos de Grecia. España alcanzo 72 puntos, y la Unión Europea en su conjunto obtiene un valor de 66,2.
En el plano universal, la ONU se considera un escenario indispensable para la constitución de un régimen bien definido de derechos de la mujer y de equiparación entre los géneros.
Hay que recordar que la prohibición de discriminación por motivo de sexo y el principio de igualdad de derechos entre hombres y mujeres se incorporó en la Carta de San Francisco de 1945 y, tres años después, en la Declaración Universal de los Derechos Humanos.
El tratado más representativo en la materia, y uno de los principales instrumentos internacionales de derechos humanos, es la Convención sobre la Eliminación de Todas las Formas de Discriminación Contra la Mujer, aprobada por la Asamblea General el 18 de diciembre de 1979.
Luego, la afamada Conferencia Mundial de la Mujer, celebrada en Beijing en 1995, arrancó a los gobiernos el compromiso de incluir de manera efectiva una dimensión de género en todas las políticas e instituciones.
En épocas más recientes se ha forjado un amplio consenso en torno a la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible. Los Objetivos de Desarrollo Sostenible actuales incorporan una hoja de ruta incluyente, universal y vinculada a los derechos humanos. En particular, el Objetivo 5 enuncia el propósito de lograr la igualdad entre los géneros y empoderar a las mujeres y las niñas, incluidos sus derechos sexuales y reproductivos.
Oportunidades
Del mismo modo, se abre una oportunidad histórica para incorporar la perspectiva de género en el cumplimiento global de esta agenda, ya que las desigualdades de género se consideran obstáculos incompatibles con el logro de los restantes objetivos y metas que en ella se reúnen. Especialmente, los objetivos de reducción de la pobreza, la promoción de la salud y la educación, la reducción de las desigualdades, el trabajo decente y la prohibición de la esclavitud, o los relacionados con la eliminación de todas las formas de violencia.
En el plano regional, la Unión Europea pretende ejercer un liderazgo decisivo en los esfuerzos que se despliegan para combatir las desigualdades. Hay que tener presente que sus tratados fundacionales proclaman que la igualdad es un valor fundamental de la construcción europea, y condición necesaria para la consecución del conjunto de los objetivos del proceso de integración.
Entre los planes generales diseñados para combatir y eliminar todas las formas de discriminación por razón de sexo y lograr la igualdad entre los géneros destaca la actual Estrategia para la Igualdad de Género 2020-2025, marcada por la impronta de la mujer que asume, por vez primera, la presidencia de la Comisión europea.
Esta estrategia recoge un programa de trabajo ambicioso: la brecha salarial, el techo de cristal, la igualdad en la toma de decisiones y la actividad política, la lucha contra la violencia de género o la dimensión de género en las transiciones verde y digital.
Pero en muchos puntos del planeta todavía se aprueban y aplican leyes que discriminan explícitamente a la mujer en amplias parcelas de la vida, con base en las diferencias culturales y religiosas. Evidentemente, en nuestros días no es asumible una cultura basada en prácticas nocivas como los matrimonios forzados, la mutilación genital femenina o los crímenes cometidos en nombre del honor.
Además, según ONU Mujeres, la pandemia de la Covid-19 ha puesto de relieve que las graves crisis sanitarias y económicas no son neutrales en materia de género.
Las mujeres están sufriendo más pobreza extrema, más violencia, más pérdidas de empleos, más diferencias salariales, menos protección social y mayores dificultades para conciliar la vida laboral y familiar.
También preocupan las discriminaciones entrecruzadas, que son aquellas que combinan la discriminación por razón de género con otros aspectos de la identidad de la mujer: edad, clase, raza, etnia, identidad sexual, nacionalidad, discapacidad, o condición de inmigrante y refugiada.
El desarrollo de un marco internacional de protección de los derechos de la mujer está siendo continuamente rebatido. En lo que llevamos de siglo, han sido frecuentes las protestas contra la igualdad de género, la lucha contra la violencia de género y los derechos sexuales de las mujeres y niñas.
Numerosos grupos que tratan de imponer una visión patriarcal de las relaciones de género incurren en la consideración errónea de que los hombres y las mujeres son diferentes y, sobre todo, que tienen roles diferentes en la familia y en la esfera pública.
Naturalmente, el escaso interés de algunos países en la promoción del reparto equitativo de responsabilidades entre hombres y mujeres contribuye a disminuir, irremediablemente, su calidad democrática.
En contraposición, hay que destacar la fuerza del activismo por la igualdad, que batalla por defender los derechos de las mujeres en cualquier esfera de la sociedad, siempre en un clima pacífico y de respeto.
En el espacio público internacional son conocidas las campañas o iniciativas de las Naciones Unidas “16 días de Activismo contra la Violencia de Género” o “HerForShe”, y la Iniciativa Spotlight de esta misma organización internacional, en colaboración con la Unión Europea.
Las mujeres, que representamos la mitad de la población mundial, debemos contribuir decididamente al progreso económico y social. Muchas fueron las que en el pasado pusieron los cimientos para alcanzar un futuro más igualitario. Debemos seguir su ejemplo para que las próximas generaciones participen, por fin, en una sociedad en pie de igualdad.
*The Conversation
* Profesora Titular de Derecho Internacional Público y Relaciones Internacionales de la Universidad de Almería.
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