Falta de definición en las relaciones con el mundo
En su discurso ante la Asamblea Legislativa, el pasado lunes 1º de marzo, no fue mucho lo que dijo el presidente de la Nación, Alberto Fernández, sobre la política de relaciones internacionales que desarrolla el Gobierno para afianzar los nexos con otros países.
No obstante, en lo poco que dijo sobre el tema, hubo una frase que en sí misma es un maravilloso ejemplo de oxímoron. Fernández afirmó que la Argentina practicará «un idealismo realista» en su vínculo con el mundo.
Suena a pura vacuidad discursiva, para no decir nada sobre la mirada que el país tiene acerca de su posición hemisférica y global y ratificar, por omisión, que entre las muchas carencias de la conducción del país se cuenta un profundo desconocimiento de las cuestiones internacionales, desconocimiento abonado por no pocos prejuicios.
En 15 meses de gestión, el Presidente en persona se ha encargado de complicar las relaciones con cuanto país ha mencionado en sus apariciones públicas, evidenciando tanto carencias personales como fuertes condicionamientos de su propio espacio político, sin olvidar que se ha esmerado en profundizar las desavenencias decididamente personales con Jair Bolsonaro, ralentizando la evolución del Mercosur, cuando este y sus socios más necesitan de su pleno funcionamiento.
Claro que hay un rumbo, y este no lleva a ninguna parte, tal como lo patentizó la reciente visita a México, en la que uno y otro mandatario pusieron en evidencia su escaso apego por toda norma protocolar para abrazarse cual náufragos en medio del océano, ambos desbordados por todo lo que no logran domesticar los habituales desbordes verbales que comparten.
Lo cierto es que hoy Argentina está literalmente corrida del mapa mundial, y esa ignorancia gubernamental en la materia es replicada por un mundo que luce cansado de comprendernos. Esfuerzo vano, sin duda.
Sin embargo, el discurso presidencial mencionó la palabra “soberanía”, justo en momentos en que centenares de barcos factoría chinos depredan los recursos aledaños a la plataforma continental, con una armada que sólo cuenta con un avión y un guardacostas (barco inadecuado a tales efectos) para controlar el saqueo. Que en realidad no se quiere controlar para no irritar a Beijing. Al punto que se volvió a provocar a la Casa Blanca al rechazar la presencia de una nave norteamericana que ofrecía apoyar las tareas de patrullaje. Lo que sea para no ofender a socios y amigos muy exigentes.
Sobre el particular, podría aportar bastante el actual canciller, Felipe Solá, quien fungía como secretario de Agricultura, Ganadería y Pesca cuando se firmaron los ruinosos acuerdos pesqueros que permitieron en la década de 1990 casi exterminar la codiciada merluza hubsi y dañaron para siempre a la industria pesquera nacional, un dato que quizá a muchos no les convenga recordar.
A menos que una nueva pirueta discursiva reformule el concepto de soberanía, algo factible en estos tiempos en que saltarse un lugar en la cola del vacunatorio parece ser una mera travesura.
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