Crimen: lo persiguieron varias cuadras y, desde una moto, lo ejecutaron a balazos
El sol no había empezado aún a pegar de lleno en la mañana del tórrido domingo. De pronto, los vecinos se sobresaltaron por la acelerada. En realidad, fueron dos las aceleradas. Primero, la de un auto; luego, la de una moto. Acto seguido, se empezaron a escuchar las balas en la calle. No eran simples disparos. Eran balazos de pistolas. Quien alguna vez ha escuchado un disparo de pistola, sabe cómo suena y retumba.
“¡Tirale, tirale! ¡Dale, tirale!”, se escuchó gritar a quien manejaba la motocicleta. El que iba atrás, “fierro” en mano, obedecía sin contradecir.
Todo sucedió en pocos segundos. Tras los disparos, sobrevino el estruendo de la colisión.
La Renault Kangoo, ya fuera de control, se estrelló contra un árbol. Los de la moto aceleraron y se perdieron de vista en la esquina. Nunca frenaron. No se robaron nada.
Si hubo insultos o alguna expresión tras la venganza, nadie lo sabe. O por lo menos, nadie lo contó.
Lo que sí se sabe es que tras recibir un par de balazos y, tras perder el control de su vehículo, el muchacho alcanzó a bajarse, con apenas un hilo de vida. Buscaba escapar de alguna manera de la cacería de la que había sido víctima. No pudo.
Ariel Alejandro Robín tenía 36 años. Era comerciante, vivía en barrio Iponá, al sur de la ciudad de Córdoba.
El muchacho quedó muerto en el cordón de la vereda.
Los primeros policías que llegaron, tras el llamado de un vecino al 101, se quedaron de brazos cruzados.
No había mucho por hacer, salvo alertar por la radio policial que un nuevo homicidio había ocurrido en la Capital. Una ambulancia llegó al rato. Los médicos se bajaron y apenas se limitaron a constatar el desenlace.
La escena impactaba por demás.
Por un lado, el cuerpo del muchacho, ultimado a balazos. Al lado, el utilitario estrellado contra el árbol. La cabina, con las huellas propias de un ataque de esa magnitud. La carrocería, con los agujeros propios que dejan las balas 9 milímetros.
Sucedió en la mañana de ayer, pasadas las 7.30, en la calle Fructuoso Rivera al 800 del barrio Observatorio, a media cuadra del edificio de los Tribunales II, en la Capital provincial.
Descartada la posibilidad de un asalto callejero, la tesis de los investigadores policiales y judiciales se orienta a una venganza por motivos no aclarados.
Al parecer, tanto la víctima como los victimarios habían estado momentos antes en una fiesta clandestina a una veintena de cuadras.
Los autores del ataque permanecen prófugos, mientras los sabuesos de la División Homicidios trabajan para cercarlos de una vez.
Anoche, según deslizaron voceros de la causa a La Voz, el autor de los disparos está identificado. “Es un caco de la zona. Siempre andaba moqueando en una moto”, comentó un pesquisa. “Creemos que es el que tiraba. La persecución se venía extendiendo desde hacía varias cuadras. Varias cuadras… No sabemos por qué”, añadió otro vocero del caso.
Otra vez, la violencia urbana
Desde hace varios años, la violencia urbana viene siendo la principal causa de muerte intencional (dolosa) en Córdoba. El año 2020 volvió a ratificar esa tendencia criminal.
De hecho, los mismos investigadores que trabajan para esclarecer el asesinato ocurrido ayer en Observatorio, prosiguen con la pesquisa para atrapar al autor de otro alevoso crimen callejero: el que sucedió el viernes al atardecer en Parque San Vicente, al este de la Capital.
Aquella jornada, en plena calle Bancalari al 1200, un motociclista llegó, se sacó el casco y, entre insultos, abrió fuego contra unos jóvenes.
En la balacera, mató a un muchacho, hirió a otro y terminó lesionando a un jubilado que, ajeno a todo, miraba la criminal secuencia.
El asesino escapó, pero está perfectamente identificado. “Es un exconvicto. Salió hace un tiempo de la cárcel. Está al caer. O lo agarramos o se entrega”, señaló un detective.
Las víctimas indicaron que se trató de una venganza por la venta de perros, pero los investigadores creen que hay otra cosa más seria atrás.
Persecución y balazos
Volviendo al crimen de ayer, al menos cinco fueron los llamados que ingresaron al 101 de la Policía pasadas las 6 de la mañana.
Todas las comunicaciones (de varias personas) daban cuenta de que en los barrios Bella Vista, Observatorio y Güemes habían visto pasar a una moto (con dos ocupantes) persiguiendo a un vehículo blanco.
Todas las comunicaciones alertaban sobre lo mismo: los de la moto iban a los tiros tras el coche.
Cuando las primeras patrullas “bajaron” al sector para comprobar qué estaba sucediendo, entró la llamada de otro vecino que, a su vez, daba cuenta sobre más disparos y el choque cerca de Tribunales II.
Ariel Alejandro Robín murió en el lugar. En la morgue se confirmaría que recibió dos impactos: uno en el antebrazo izquierdo y otro que, tras ingresarle por un omóplato, terminó en el pulmón derecho. Se sospecha que ese plomo fue el letal.
“No le robaron nada. Nada. Aparte, no es la mecánica típica de un robo. La forma del ataque es otra cosa”, comentó un investigador.
Las miradas están puestas en atrapar al autor de los disparos.
Descartan robo. Desde el seno de la investigación, fuentes policiales y judiciales descartaron que se esté en presencia de un hecho de robo callejero. Todo indica que se trató de una venganza por motivos que no están aclarados por el momento.
Ataque callejero. La víctima fue perseguida y atacada a tiros durante varias cuadras. Todo indica que no hubo fuego cruzado: las balas eran disparadas por los motociclistas. Tras ser baleado, el conductor de la Kangoo chocó. Finalmente, murió.
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