Entre intrigas y juegos de poder, el Gobierno cumplió su primer año
el país.
Una primera mirada de lo ocurrido entre jueves y viernes pasados en la escena política nacional permitió a habituales confidentes del Gobierno una postura complaciente. El Senado convirtió en ley una de las criaturas más preciadas de Cristina Fernández, con la que ella viene de hacer además una indisimulada demostración de poder interno, que fue la quita de fondos a Horacio Rodríguez Larreta, a quien la vice mandó voltear como sea para desactivarlo como candidato presidencial de la oposición para 2023.
En el mismo acto, la Cámara alta le dio media sanción a otro de los proyectos al que la vicepresidenta le impuso su firma y sello, aún a costa de lecturas que no favorecen a quienes todavía en el Gobierno defienden las ”dosis de autonomía” de las que gozaría Alberto Fernández frente a su mentora y jefa del espacio político que cumplió el jueves un año al frente del poder.
Fue la imposición a través de esa media sanción de la ley que establece el cálculo de aumento de las jubilaciones y la periodicidad trimestral y no semestral de esos incrementos, que destronó sin demasiado miramiento la fórmula que había enviado Alberto al Parlamento y sobra cuya maniobra ya se hizo bastante ruido en los últimos días en torno a la pérdida de autoridad e independencia del presidente a manos de su vice.
En Diputados, el Frente de Todos logró el viernes la media sanción de la ley que habilita la interrupción voluntaria del embarazo, con un número aún más holgado que el que había conseguido en la votación de 2018. Lo cual a primera vista prenuncia una posibilidad mucho más promisoria para el destino del proyecto en el Senado, que fue la cámara que justamente le puso freno en aquella oportunidad. Con un valor agregado no menor: hoy la iniciativa “verde” tiene comprometida detrás de su sanción, al menos en una primera mirada, la decisión de Cristina Fernández (histórica antiabortista, ella invoca ahora un pedido de su hija Florencia…) y el bloque que le responde ciegamente en éste y en todos los otros temas que caen en sus manos.
Una profundización de aquella mirada oficial en medio de las recurrentes especulaciones sobre las intrigas y juegos de poder que se suceden en el oficialismo casi desde que Alberto Fernández llegó a la Casa Rosada se dejó ver luego de la impensada foto que Alberto y Cristina protagonizaron el jueves en el Museo de la Memoria (ex ESMA).
No es para nada un dato menor y hay indicios esta vez de que la vicepresidenta fue la que dio el primer paso para armar esa escenografía. Indicios casi mundanos revelan esa estrategia. La agenda oficial no preveía la presencia de Cristina en la entrega de los premios Azucena Villaflor, aunque ella avisó sorpresivamente que iría mientras presidía la sesión en el Senado. Tanto, que se la vio con el mismo vestido antes y después en el recinto, y durante el acto en el Museo. Detalles, en una mujer que se ha jactado de estar dos horas delante del tocador antes de salir a la calle.
Dicen los que suelen escarbar en esos entremeses que la vice buscó dar una señal justo el día del primer aniversario de gobierno y luego de la durísima carta en la que además de atacar con toda la artillería a la Justicia y a la Corte Suprema en particular, también pareció dejarle un claro mensaje al presidente. Todos los observadores lo interpretaron igual: se trató de un reproche directo por no cumplir “con el pacto”, no escrito claro, según el cual ella lo nombró candidato presidencial a cambio de que luego Alberto se dedicara a limpiarle las causas que la mantienen atada a los tribunales.
Podría haber sido asimismo un gesto condescendiente hacia su socio minoritario luego que contra todas aquellas lecturas, Alberto dijese que estaba de acuerdo con el texto de la carta y con las durísimas críticas a la Corte. Una postura que el profesor de Derecho Penal obviamente cambió desde su mirada de algunos años atrás, cuando militaba en el anticristinismo más rancio.
Desde el albertismo de entrecasa están convencidos que las diferencias entre el presidente y la vice son más producto de una sobreactuación de los medios que otra cosa. “No piensan lo mismo, eso está claro, no son del mismo palo, eso también está claro, lo que no quiere decir que no puedan convivir en las diferencias porque lo que no perdemos de vista es que si el Frente de Todos pierde (las elecciones de 2021) no se salva ninguno de los dos”, dice un habitual confidente.
Con todo, la agenda de aquí en adelante para el presidente y su vice parece haber quedado marcada luego de los últimos acontecimientos políticos y sanitarios. Después de un año de gestión con menos éxitos y más errores, el presidente ha dado señales de que su mayor esfuerzo a partir de ahora estará puesto en la lucha contra la pandemia. Y en no fracasar en la siguiente etapa que viene que es la de la vacunación masiva de la población para de paso evitar una tan temida segunda ola que podría llegar durante el otoño-invierno.
A falta de mayores aciertos, en el Gobierno van madurando la idea de que el presidente será recompensado o castigado al cabo de su gestión si triunfa o fracasa en la lucha contra esa tragedia global. “No hicimos todo lo que la gente esperaba, pero es el tiempo que nos tocó”, tuiteó Alberto a modo de velada admisión de ese escenario no deseado.
Cristina no tiene dudas y con su última creación epistolar acaba de demostrarlo: ella batallará sin cuartel para torcer un destino judicial que suponía, mal a la vista de lo que sucede, totalmente despejado a estas alturas. La pregunta es si Alberto deberá hacer obligadamente sus propios deberes para que así sea. Se verá.
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