El cordobés Franco Verdoia, en calle Corrientes con Matar a un elefante, en código “grotesco cordobés”
Tras su estreno en Teatro Cervantes y su paso por Espacio Callejón y el Centro Cultural Borges, este verano llega Matar un Elefante, la más reciente obra de Franco Verdoia, a Avenida Corrientes. Allí, el director cordobés, junto a un elenco íntegramente cordobés, cuenta la historia de “cuatro amigos entrañables se encuentran a partir del súbito regreso de Amadeo; artista visual que emigró del pueblo y supo conocer la fama, pero que tras un reciente hecho artístico incomprendido, es declarado persona no grata por quienes lo vieron crecer”.
“La trágica muerte de un elefante de circo sobrevuela la reunión y lo que en principio sería una visita breve, se prolonga a tal punto que Amadeo ve peligrar su partida”, completa la sinopsis.
–En otros trabajos, como en la película “La chancha” o en la exposición fotográfica que presentaste en el Caraffa en 2017, hablás, de una forma u otra, de un adulto que regresa al pueblo de su infancia. En Matar a un elefante, también. ¿Qué hay de distinto y de común con tus creaciones anteriores?
–Soy un artista que siempre encontró en su lugar de origen, en esos primeros años de la infancia y de la adolescencia, vividos en Las Varillas, en el interior de Córdoba, un asidero muy provechoso. Siempre encontré ahí un material sensible y estimulante al momento de escribir. Esto lo fui haciendo consciente a lo largo de los años. Tal vez diría que Matar a un elefante es el material o la obra en donde mayor provecho tomé de esa percepción o de esa conciencia.
–¿Podés ampliar esa idea?
–Si yo pongo ahí, pongo en ese recuerdo, en esa memoria, una circunstancia narrativa particular, de repente hay algo que se vuelve frondoso para mí. Hay algo que activa mi imaginación y mi campo sensible y empieza a crear sentido poético que, por otro lado, me divierte y me entusiasma. Y creo que si yo me divierto y me entusiasmo en el proceso de escritura, los espectadores luego, cuando estén viendo el material, también lo disfrutarán. Entonces, hay ahí un proceso de muchos años, de haber pasado por otros materiales como La chancha, que también sin duda tiene que ver con mi origen, y luego Late el corazón de un perro, que es una obra anterior y que resuena muchísimo con este territorio que ya no tiene que ver exactamente con Las Varillas, como si hubiera creado una suerte de ciudad imaginaria que se parece, en donde viven personajes. Y en esas situaciones yo voy recorriendo, asomándome a las casas de estas familias, espiándolas y viendo qué hay allí de interesante para poder llevar a escena. Qué de todo eso me toca en lo profundo, me moviliza o me mueve.
–Como Las Varillas pero de un universo paralelo…
–Tal cual, como si yo hubiese armado una suerte de Minecraft de Las Varillas y ahí voy. Realmente voy viendo que todo el material sensible del cual yo pueda dar cuenta lo fundé en mi infancia, está ahí. Me resulta muy provechoso.
Imaginar a un elefante y después matarlo
–Bien, y puntualmente, ¿cómo nace “Matar a un elefante”?
–Las imágenes y las situaciones que yo disparo tienen que ver con una ocurrencia, con una imagen generadora. En el caso de Matar a un elefante, era la imagen de un hombre que estaba conectado a una máquina, un corazón artificial que lo mantiene vivo. Es un hombre que había, por alguna razón, vendido su corazón, que se movía por la vida cotidiana empujando a este artefacto conectado a su pecho. Esa fue la primera imagen de Matar a un elefante, cuando todavía no tenía ni elefante, ni pueblo, nada.
–¡Y qué imagen! No tenías “nada”, pero qué imagen.
–A partir de ahí, empecé a hacerle preguntas a esa imagen, un poco siguiendo el recorrido que propone el maestro Mauricio Kartún a la hora de hacer pie en una imagen generadora. A partir de ahí, de observar esa imagen, de hacerle preguntas, empezaron a aparecer los distintos detonantes. Cuando decido plantar esa semilla en este pueblo imaginario, rápidamente empiezo a articular una situación que a mí me interesaba observar en el campo visual, en mi imaginación. Apareció el circo, apareció el elefante, y aparece este personaje principal, que es Amadeo, que regresa después de muchos años de haberse ido de ese pueblo. Tiene que volver por un trámite familiar a su ciudad natal, y se encuentra un poco con este escenario, en donde toda esa gente que vitoreaba su fama, toda la gente que había apostado a ese niño prodigio, de repente le da la espalda. Se convierte en una suerte de pesadilla para Amadeo, de la cual no puede escapar, porque todos los personajes que han quedado allí, sus amigos de la infancia, tienen para demandarle algo muy profundo, muy particular. Como si de alguna forma aprovecharan la llegada de Amadeo para poder expiar un montón de cuentas pendientes.
–Todo el elenco es cordobés y hablan de que la obra está en un “grotesco cordobés”. ¿Cómo es eso?
–Cuando escribí Matar a un elefante, tenía ganas de echar mano también a una cuestión lingüística. Y sentía que había en el cordobés, que es mi lengua natal, mi música natal, algo interesante para explorar. Entonces jugué al extremo. Escribí la obra ya con la conciencia de que esos textos provenían de un lenguaje muy particular, con una sonoridad muy específica y con palabras también. Nosotros los cordobeses usamos un lenguaje muy particular, muy propio, genuino, con palabras que solo son usadas en nuestra provincia. Entonces el proceso de escritura tuvo que ver con echar mano a todo ese diccionario, ese vocabulario y esa música, para construir una identidad regional muy fuerte, que pudiera ofrecer algo más en la trama.
En cuanto a que actores y actrices sean cordobeses, es para ser fiel al material: sino es muy difícil para un intérprete que no tenga ese oído tan afilado de la infancia.
Lo del grotesco cordobés en realidad fue algo inesperado. La obra tiene mucho humor, pero no deja de ser una obra muy densa. Para nosotros no era un grotesco, nosotros no éramos conscientes de que estábamos ahí manifestando un grotesco, pero lo que pasa con los espectadore que no son cordobeses, es que entienden ese despliegue tan ruidoso, tan bochinchero, como cierto trazo exagerado o grueso. Nosotros somos así, y en Buenos Aires esto se percibe como una cosa exagerada, grotesca, como si hubiera un trazo grueso, y eso es muy llamativo.
Franco Verdoia, movilizado por la curiosidad
–¿Cómo te sentís hoy entre los distintos roles?: artista visual, escritor, director…
–Yo me considero una persona que siempre fue muy curiosa. Me gusta mucho encontrar como las distintas formas de expresión que le van sentando bien a cada cosa que yo necesito decir. La fotografía, por ejemplo, me ha permitido reunirme también con un material muy sensible alrededor de mi abuela y los días en la casa de la infancia en la que yo crecí, acercarme a la relación con mi padre a través de meterme en su fábrica de incrementos agrícolas en donde también yo me crié, poder conectar esos mundos. Creo que la fotografía me permitió una percepción visual y poética que sin duda después se traslada al cine, se traslada al teatro. No siento que soy fotógrafo o que soy director de cine, no me gusta encastillar, siento que voy por proyecto: a ver, ahora tengo ganas de hacerle fotos a mi madre, bueno, estoy tres años haciéndole fotos a mi madre y encuentro ahí un lugar reconfortante, un lugar donde algo de las preguntas que yo me hago encuentran algunas respuestas.
Creo que cada proyecto, una película, una obra de teatro, un proyecto fotográfico, me va interpelando, me va llevando a lugares nuevos y va tal vez completando cierta percepción que yo tengo del mundo y de mí mismo. Me va ayudando a comprender quién soy y qué es lo que me rodea.
La próxima película en la que estoy trabajando es una película que posiblemente se haga en España, y es una película que tiene que ver con la subrogación de vientre. Partió de mi experiencia como padre adoptivo, de preguntarme qué me pasa a mí siendo papá adoptivo con las familias que se arman a partir de la subrogación de vientre. Todas son preguntas, son interrogantes, y el cine, el teatro, la fotografía, me sirven un poco para encontrar el punto de vista, para encontrar y comprender.
Para ver
Matar a un elefante. Sábados de enero y febrero a las 20 en el Teatro Metropolitan (Avenida Corrientes 1342, CABA). Entradas en www.plateanet.com o en boletería del teatro. Duración 60 minutos.
Escrita y dirigida por Franco Verdoia. En escena: Ezequiel Rodríguez, Julieta Lastra, Gerardo Serre, Berenice Gandullo, Gabriel Carasso. Asistencia de dirección y producción ejecutiva: Débora Torres y Matías López Stordeur. Diseño de escenografía y utilería: Alejandro Goldstein. Diseño de vestuario: Jorge López. Música y diseño sonoro: Ian Shifres. Diseño de iluminación: Matías Sendón. Fotografía, gráfica y videos: Franco Verdoia. Peluquería: Soraya Ceccherelli. Dirección de producción: Romina Chepe. Comunicación & Prensa SMW Press.
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