Venezuela, una amenaza para la estabilidad regional
Desde hace décadas –sería difícil determinar una fecha exacta–, América latina parece nadar en un mar de eternas crisis políticas que minan la calidad democrática de los estados que la integran y, por lo tanto, de toda la región.
El historial que desafía la institucionalidad de estos países es demasiado extenso.
Pero no caben dudas de que, en la actualidad, Venezuela representa uno de los casos más preocupantes, bajo la influencia y las catastróficas consecuencias del régimen autoritario de Nicolás Maduro.
Desde que este se mantiene al frente del poder, el deterioro democrático no ha dejado de frenarse, así como las violaciones de derechos humanos y la consecuente crisis humanitaria que plantea serias amenazas no sólo para la sociedad venezolana, sino para la estabilidad democrática en la región.
Algunos pocos datos alcanzan para ponerle cifras al problema interno: la mayoría de la población sufre inseguridad alimentaria grave, el sistema público de salud está colapsado, y continúan las detenciones arbitrarias, torturas y desapariciones forzadas, con la aquiescencia del sistema judicial (el gobierno reconoció 455 casos desde 2015), según el informe 2023 de Amnistía internacional.
Pero lo que ocurre en este país es, también, un riesgo creciente para todo el continente.
En 2024 se registraban más de 7,7 millones de personas venezolanas migrantes o refugiadas en todo el mundo. Los principales países receptores son Colombia, Perú, Brasil, Chile, Ecuador, Estados Unidos y España, entre otros.
Los recientes sucesos sólo agravan la situación y las alertas por la profundización de la crisis migratoria, en especial en Colombia, donde habitan casi tres millones de esos refugiados.
Este flujo migratorio también puede exacerbar tensiones sociales y políticas, alimentar discursos xenófobos y erosionar la cohesión social en los países receptores, esto último provocado por intereses de algunos sectores políticos que pretenden sacar provecho de la situación.
Además, la imposibilidad de hacer frente a un régimen que claramente no puede demostrar haber ganado las elecciones, evidencia la debilidad de organismos como la Organización de Estados Americanos (OEA) para defender la democracia, así como su limitada capacidad para asegurar el cumplimiento de derechos humanos básicos.
Es decir, no sólo se sienta un precedente preocupante de cara al futuro, sino que se confirma la misma incapacidad existente para resolver los casos de Nicaragua o Cuba, en donde existen realidades similares y en donde la democracia ha pasado a ser sólo un concepto que se encuentra en los diccionarios.
Por otra parte, el apoyo a Venezuela de potencias como Rusia, China e Irán agrega una dimensión geopolítica al problema.
Estas alianzas fortalecen al régimen, pero también aumentan la injerencia y la existencia de intereses extrarregionales, y al mismo tiempo provocan una grieta entre los países latinoamericanos.
Por desgracia, no parece haber soluciones a corto ni a mediano plazo.
Urge que de una vez por todas se supere la dificultad para la construcción de consensos, y que la comunidad internacional ponga todos sus esfuerzos en encontrar una salida pacífica que ponga fin al calvario de la sociedad venezolana.
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