Carta de descargo de una mujer cansada de los ruidos molestos de su vecina
Luego de un grave episodio de La Matanza, donde un expolicía retirado disparó contra su vecino induciendo su muerte, el debate sobre la convivencia en los barrios entró más fuerte en agenda.
Es moneda corriente la queja, efectivización de denuncias, reclamos a la policía por ruidos molestos de algunos vecinos puntuales. Sucede que se vuelve intolerable para muchos cuando la incomodidad no cesa y se vuelve parte de la vida cotidiana.
Adriana vive en un barrio de zona sur y desde hace varios años reniega de la música fuerte que proviene de la casa de su vecina. Relata que organizan fiestas que se extienden hasta el mediodía del día siguiente y el sonido de la música le impide dormir.
Explicó que efectuó dos denuncias correspondientes, una en Lagunilla y otra en UCA Sur e intentó radicar dos más pero cuando le solicitaron evidencia, le explicaron que no servían los videos que ella grababa con su celular por los decibeles del sonido. En el año 2022 tuvieron una audiencia de mediación que no resolvió nada. Ninguno de los recursos judiciales y policiales ayudaron a mejorar la convivencia, y cansada de la situación, escribió llorando un texto que exprese la desesperación por la que estaba pasando.
La mujer nos permitió compartir su carta abierta. Es la siguiente:
Crónica de un día más de violencia acústica
Fiesta en la casa de los vecinos toda la noche, música, karaoke, gritos, graves… 6 de la mañana, sigue. Pensé que iban a parar pronto, ya que era de día… No dormimos en toda la noche.
Son las 8:30 de la mañana y aún sigue la fiesta; cerraron las cortinas y la música no para.
Me siento esclava en mi casa, me siento impotente porque no hay nada que pueda hacer para que estos vecinos dejen de molestar, para que nos dejen vivir en paz.
Doy vueltas por la casa y se escucha la música en todos lados, no encuentro un lugar de paz en mi propia casa, intento taparlo con el ventilador fuerte, pero los graves se sienten por encima del ventilador PUM PUM PUM. Lloro de impotencia. Repito hasta el hartazgo “no lo puedo creer”… y mi esposo no entiende por qué no lo puedo creer, si esto se repite y repite… y es que yo no puedo perder la esperanza de que esto cambie, de que la gente empiece a respetar a los demás.
Busco hacer algo útil, pero la invasión acústica ocupa todo mi pensamiento.
Estoy tan cansada de que nos tengan sometidos…
La sensación de invasión, de impotencia, es tan fuerte! Y voy acumulando enojo, tristeza, reflujo, gastritis, latidos acelerados del corazón…
Ya llevamos muchos años soportando a estos vecinos en sus incontables karaokes, sus innumerables fiestas anuales, sin discriminación de días y horarios. Y esto no es sin consecuencias, por supuesto, eternas noches sin dormir y días sin paz ni descanso significan daños reales en nuestra salud.
Son casi las 10 de la mañana y la fiesta sigue. Han puesto micrófono a un bombo, parece, los graves ocupan todo el espacio sonoro de mi casa. SUS ruidos ocupan todo NUESTRO espacio sonoro… ¿No es esto violencia acústica?
Somos personas trabajadoras y respetuosas. Nos sentimos acorralados por personas que, por pura diversión, transforman nuestro hogar en una pesadilla donde no se puede descansar, relajar, trabajar, ni estudiar. Cuando paso toda la noche sin poder dormir, considerando este daño que le hacen a mi cuerpo, a mi familia, a mi trabajo, me desespero.
Ante esta situación de amenaza constante y sin posibilidad de pedir ayuda, las personas se transforman en algo que no son, que nunca quisieron ser. Después de intentarlo todo, habiendo hablado, pedido por favor y solo recibido burlas y amenazas, la gente pasa a un estado instintivo de defensa muy difícil de controlar, en el que cada vez con menos capacidad de razonar, tiende a atacar aquello que le hace tanto daño. Hemos visto lamentables ejemplos de esto últimamente.
El estado contribuye a la sensación de acorralamiento y de desesperación porque no ofrece ninguna salida. Ni siquiera toma una posición clara. No hay leyes eficaces, controles, campañas de concientización, nada. Se protege más a las mascotas que a las personas.
Córdoba dictó el Código de Convivencia Ciudadana, ley 10326, que contempla los ruidos molestos, pero la realidad es que no acepta denuncias y no controla.
El estado elige ignorar esta situación y es quien está dejando crecer el problema.
Y acá seguimos, en alerta permanente, aguardando cuándo va a ser la próxima vez que los vecinos “necesiten” divertirse…
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