Guerra: Ucrania reivindica atentado en Moscú que mató a general ruso
Este miércoles, en pleno centro de Moscú, un atentado sacudió los cimientos de la guerra que aún azota a Ucrania y que, poco a poco, va adentrándose en las entrañas de Rusia. Un scooter bomba acabó con la vida del teniente general Igor Kirillov, jefe de las Tropas de Defensa Radiológica, Química y Biológica de las Fuerzas Armadas rusas. El atentado, que también se cobró la vida de uno de sus asistentes, no fue un acto terrorista sin sentido, sino una declaración contundente de un actor ucraniano central: el Servicio de Seguridad de Ucrania (SBU) reivindicó la autoría del ataque, al que calificó de legítima respuesta a lo que consideran crímenes de guerra.
El escenario era el de siempre: una ciudad enorme, llena de vida, de tránsito incesante y, sin embargo, también de tensiones latentes. Moscú, la capital que alguna vez fue símbolo de poder y control, hoy parece ser también el objetivo de una guerra que ha alcanzado todas sus fronteras. El atentado no solo refleja la violencia de una guerra en curso, sino también la profunda fractura entre los dos países, una división que va mucho más allá de lo geopolítico: es un choque entre la memoria histórica, las ideologías y las consecuencias de un conflicto armado del que no se avizora un final pronto.
El fantasma de las armas químicas
El nombre de Kirillov, un alto funcionario militar al momento de su asesinato, cobró notoriedad por su vínculo con las operaciones de armas químicas. Bajo su mando, las tropas rusas se habrían valido de armas biológicas y químicas en el campo de batalla, algo que ha sido documentado por diversas organizaciones internacionales. Precisamente por estos hechos, Kirillov había sido sancionado por varios países, como Reino Unido y Canadá, quienes lo acusaron de ser responsable de violaciones graves al derecho internacional.
No obstante, el ataque de este miércoles no solo es una respuesta a la participación de Kirillov en el uso de armas prohibidas. Según la información oficial proporcionada por el SBU, el teniente general era un “criminal de guerra” y un “objetivo totalmente legítimo”. Este tipo de declaraciones revela no sólo el carácter militar de la venganza, sino la carga moral que estos actos conllevan para quienes los ejecutan. Para el SBU, el asesinato de Kirillov no es solo un acto de guerra, sino una justicia de algún modo tardía, un intento de frenar lo que consideran crímenes sin castigo.
De hecho, el lunes último, Ucrania había iniciado una investigación penal contra Kirillov por su rol en la presunta utilización de armas químicas durante la invasión rusa a gran escala de Ucrania, un conflicto que comenzó en febrero de 2022 y que está atravesado por denuncias de atrocidades. La más relevante, tal vez, fue la acusación de que Rusia habría utilizado cloropicrina, un gas venenoso, contra las tropas ucranianas. Este gas, que se remonta a la Primera Guerra Mundial, es símbolo de la barbarie, de la violación de los acuerdos internacionales, de la muerte indiscriminada. Y si bien Kirillov, como líder de las tropas encargadas de proteger el arsenal químico, biológico y radiológico de Rusia, no fue el único responsable directo, su muerte, como señala el SBU, parece poner un punto final a la responsabilidad que le atribuyen.
Actores principales
El ataque, ejecutado con precisión, en una ciudad tan vigilada como Moscú, no es más que un reflejo de cómo los servicios secretos de ambos países se han convertido en actores protagónicos en esta guerra que, más que nunca, juega con la ambigüedad de lo justo y lo injusto. El propio SBU, que no ocultó su autoría, justificó el atentado como una medida frente a lo que consideran una violación flagrante de los derechos humanos por parte del ejército ruso. Para muchos, sin embargo, esta acción puede ser interpretada también como un paso más en la escalada de violencia que difícilmente podrá detenerse.
La muerte de Kirillov, como la de tantos otros líderes militares, se convierte en un símbolo de la trágica conclusión a la que llega la guerra: la justicia se disfraza de venganza, la venganza de justicia, y los límites entre ambos se desdibujan. El atentado en Moscú ha sido solo una muestra de que, mientras los altos mandos se disputan el poder, las víctimas siempre son las mismas: los ciudadanos comunes, atrapados en el fuego cruzado de un conflicto que ya ha dejado de ser solo una lucha de ejércitos para convertirse en una lucha de identidades, de recuerdos y de promesas rotas.
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