Todas las cosas nos ayudan a bien
Estamos a pocos días de finalizar este año, momento en el que hacemos un balance de todo lo ocurrido, de lo que experimentamos en cada día que nos ha tocado vivir con la ayuda de nuestro Dios. Pensamos en diferentes circunstancias por las que tuvimos que atravesar; algunas positivas, trayéndonos momentos de alegría, y otras no tanto, pero que de igual manera contribuyeron a llevarnos a la madurez y al crecimiento que como seres humanos necesitamos, a partir de las experiencias vividas.
Frente a algunos hechos que no fueron tan positivos, estaba pensando en estos días en aquellas palabras que el apóstol Pablo les dijo a los romanos: “Y sabemos que a los que aman a Dios todas las cosas les ayudan a bien, esto es, a los que conforme a sus propósitos son llamados” (Romanos, cap. 8, vers. 28).
Cuesta poder entender humanamente qué circunstancias negativas que nos suceden pueden ayudarnos a bien. Sus palabras hablan claramente de “todas las cosas”, entendiendo que se refiere tanto a lo positivo como a lo negativo. Y pensamos entonces cómo lo negativo puede ser beneficioso para nuestra vida. Aquello que nos causó dolor y que hubiéramos preferido no vivir contribuyó de alguna manera a nuestro propio bienestar.
Así es la vida, y si lo doloroso pudo ser de ayuda a formarnos y darnos madurez, aunque no fuera de nuestro agrado lo ocurrido, entonces eso bienvenido sea.
Cuando reflexionamos al terminar un año, inmediatamente estamos pensando en el próximo que se inicia. Probablemente el futuro nos depare cosas que anhelamos y que quisiéramos ver. Los cristianos sabemos que todo está en manos de Dios, y que su voluntad en cada tiempo nuevo va a proporcionarnos lo mejor para nosotros.
Como dice el dicho popular, “una de cal y una de arena”. Un nuevo año probablemente parecido o no al anterior seguramente ha de contribuir al bienestar de nuestras vidas. Sea como sea, confiamos en la protección divina, a pesar de las circunstancias que puedan o no ser de nuestro agrado.
Dice el Salmista David: “Busqué a Dios, y él me oyó. Y me libró de todos mis temores” (Salmo 34:4).
Ante los temores de un tiempo futuro incierto, se hace efectiva la presencia de nuestro Dios, dándonos la paz y la tranquilidad que necesitamos. Dios te bendiga.
* Pastor evangélico. Miembro del Comipaz
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