Tiempos de ira: la política en la era del insulto
La retracción en los niveles de bienestar económico, los desvaríos y los actos de corrupción protagonizados alegremente por las elites políticas tradicionales y la ruidosa transfiguración de valores culturales –esto último motorizado por distintas minorías sociales– no han resultado inocuos para las democracias occidentales.
El malestar de extendidas franjas de la ciudadanía ante esas situaciones, que por lo general se verifican en forma convergente, sirvió de caldo de cultivo para una oleada de populismo de distinto pelaje que, en representación de ese fastidio, logró colar su furiosa reacción hasta en los sistemas democráticos más inconmovibles.
A diferencia de los quiebres ocurridos durante el siglo 20, en la actualidad los sistemas democráticos no mueren, solo languidecen. O, más bien, entran en una larga agonía cuyo final es una incertidumbre permanente: los populismos a diestra y siniestra lograron esa hazaña.
El rasgo distintivo de las variantes populistas que ofrecen las democracias contemporáneas es el marcado autoritarismo, justificado en el generalizado enojo ciudadano con el orden vigente.
Ese estado de ánimo se expresa sobre todo en el plano discursivo: la iracundia se apoderó de las palabras y los electorados se entusiasman con tanto insulto y descalificación desde los atriles de campaña y del propio Estado, porque al fin y al cabo los destinatarios de las diatribas tienen bien merecidos los maltratos.
Las redes sociales se convirtieron en aliadas incondicionales del nuevo modo de expresar las posiciones políticas. En ese sentido, la red X (que desde el año 2022 ha quedado en las manos del inefable y todopoderoso Elon Musk) es una cantera desbordante de improperios en la que celebridades como Donald Trump y Javier Milei se mueven como peces en el agua.
En ese universo virtual que canaliza tanta ofuscación, un cibermilitante como Daniel Parisini, más conocido como el Gordo Dan, es capaz de lograr la suficiente fama como para imaginar para sí un destino promisorio en el Congreso Nacional. Después de todo, el tradicional hemiciclo para discutir los proyectos de país expresados en leyes aún es, inexorablemente, el ámbito donde se deciden de verdad las cosas.
Como sea, los milicianos virtuales se sienten completamente empoderados por el artificio que les permite concretar el viejo sueño de “establecer agenda”, privilegio del que antiguamente gozaban, en exclusiva, los medios tradicionales de comunicación.
Ahora ya nadie monopoliza la administración del flujo de información e ideas a nivel masivo, ni se arroga el poder omnímodo de narcotizar la mente de los seres humanos con su maldita aguja hipodérmica: las redes “democratizaron” la “construcción social de la realidad” hasta el punto de que el “tuitero” y youtuber libertario Fran Fijap, una de las grandes revelaciones de 2024, siente que su palabra en la red X tiene tanto peso en la sociedad como las tapas de los diarios en tiempos analógicos.
Pretorianos
Aunque en las filas kirchneristas y macristas también cumplen un rol estratégico nutridos escuadrones de ciberprovocadores seriales, popularmente conocidos como trolls, las huestes que adhieren al libertario Milei han demostrado, hasta aquí, una mayor destreza en ese territorio.
O, al menos, tienen hoy por hoy la moral mucho más alta para enloquecer a cuanto “viejo meado”, “zurdo” o “mandril” sea identificado desde la cúspide del poder político como alguien cuya palabra o sola presencia en la esfera pública merecen ser sepultadas por una montaña de consignas ofensivas.
Para que el lector tenga una idea precisa respecto a cómo cambiaron las cosas durante el último año en el ámbito de la política argentina, “Las fuerzas del cielo”, presentadas hace poco en sociedad con fuerte tufillo mussoliniano, son a Milei lo que la antigua agrupación La Cámpora fue para el matrimonio Kirchner en sus tiempos de gloria.
Sólo que en este caso los nuevos juglares de la política vernácula especializados en redes sociales se autoperciben como “brazo armado” o “guardia pretoriana” del favorito del momento, es decir, el presidente Milei, hecho que demostraría que Karl Marx estaba equivocado en su vieja obra El 18 Brumario de Luis Bonaparte: la historia no se repite solo una vez como farsa.
Mientras el debate político evidencia esta notable metamorfosis de la mano de la bendita tecnología aplicada al ciberespacio, las encuestas de imagen parecen sonreírle al Presidente, con niveles de aprobación de gestión que rozan el 60%. Toda una extraordinaria hazaña, si se tiene en cuenta que el propio mandatario califica a lo suyo como “el ajuste más grande en la historia de la humanidad”.
Si sobre la base de las investigaciones realizadas se pudiera diseñar un manual diagnóstico y estadístico de los populismos, Milei cumple con casi todos los criterios para ser considerado un populista de raza.
Será por eso que la sociedad no se ha mostrado incómoda con su política económica ni con sus modos, hasta el punto que resulta incómodo criticarlo: a la luz de los hechos, los argentinos hoy tienen margen suficiente para soportar más ajuste y más insultos.
* Politólogo y periodista
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