La gaita rabiosa, el libro que disecciona el cuarteto y sus diferentes paradigmas discursivos
A comienzos de noviembre, María de los Ángeles Montes presentó La gaita rabiosa, libro en el que desarrolla el “nacimiento y consolidación del cuarteto como género de música popular cordobesa”.
En concreto, el trabajo nacido a partir de una investigación de la doctora en Semiótica por la Universidad Nacional de Córdoba (UNC) plantea una mirada articuladora que integra el análisis de sus letras, de su música, del aspecto performático y de su dinámica productiva en un contexto determinado. Todo a través de un corpus que incluye canciones, tapas de discos, entrevistas y material de archivo de lo más variado.
En su libro, Montes reconstruye cómo, luego de establecidas ciertas pautas compartidas por los principales referentes de un circuito de bailes que se consolidó a mediados de los años ‘60, el cuarteto empieza a funcionar como un campo en el que aparecen sucesivas disputas por la definición legítima de aquello que es (y de aquello que no).
Así, entre 1970 y 1990 la autora disecciona tres paradigmas discursivos (o “estilos”) según los diferentes “dispositivos de enunciación” desarrollados por los grupos y los solistas de cada etapa.
El primero, un paradigma tradicional en el que se condensan los valores de los llamados “Cuatro Grandes” (Cuarteto Leo, Carlitos Rolán, Cuarteto Berna y Cuarteto de Oro). Este es el cuarteto “característico”, fusión de músicas bailables de origen europeo que logró amalgamarse con la idiosincrasia cordobesa y la “picardía” de su humor.
Luego, a partir de la irrupción de Chébere, Montes distingue un segundo paradigma, el “blanqueado”. Consolidado a finales de los ‘70, este nuevo cuarteto se distancia de los tradicionalistas en determinadas decisiones estéticas y rompe barreras al incorporar temáticas y recursos musicales de otros géneros foráneos y más “jóvenes”.
Finalmente, Montes propone un tercer momento analítico con el lanzamiento solista de Carlitos “La Mona” Jiménez, que inaugurará el paradigma “cuarteto-cuarteto”. En él, Jiménez construirá su legado propio retomando algunos aspectos del paradigma tradicional, pero también “tomando nota” de los nuevos tiempos.
Cambia, todo cambia
“La propuesta de Chébere incluía luces, incluía un escenario, al Negro Videla con un teclado colgante, vestimentas vistosas”, argumenta Montes en diálogo con La Voz. “Eso va a dar pie a un cambio en el baile: ya no va a ser solamente una instancia para ir a bailar, sino también para ir a mirar y consumir visualmente a la banda”, apunta luego la investigadora.
Para ella, Chébere fue fundamental para el reordenamiento posterior que vivió el campo. De la mano de este grupo de jóvenes influenciados por otras músicas, el cuarteto comenzó a pensarse más allá del formato acordeón-violín-piano-contrabajo y complejizó su orquestación.
“La incorporación de los vientos fue clave e influyó en bandas de los ‘80, los ‘90 o los 2000 que no pueden pensarse sin esa sección”, apunta Montes, que también señala a la banda como la encargada de asumir el ligamiento entre el cuarteto y las llamadas “músicas tropicales” (como la cumbia y, posteriormente, la salsa y el merengue).
Además, de la mano de versiones de baladas (como Vestido blanco, corazón negro, de Los Iracundos) y de canciones cada vez más “románticas”, el grupo incorporó nuevas temáticas y emociones a sus letras. De hecho, el éxito de Chébere “va a marcar un camino de apertura del cuarteto para convertirse en una música capaz de brindarse para procesar otras emociones”, según Montes.
Este rasgo más introspectivo, incluso triste, de las canciones de Chébere (y otros como Santamarina, Sebastián o Trulalá) también será clave para la evolución del “Mandamás”.
La gaita rabiosa plantea cómo, en este contexto de cambios, Jiménez refuerza su vinculación con los orígenes del género: esto es, el “cuarteto-cuarteto”. No obstante, esa reafirmación identitaria (que llevará a La Mona a erigirse como su principal figura) también incluyó una novedosa apuesta narrativa.
La Mona, exintegrante de Cuarteto Berna y Cuarteto de Oro, no incorporó “lentos” (baladas) u otros ritmos. En cambio, fusionó la euforia del cuarteto tradicional con el sentimiento puesto por los grupos “blanqueados”. Y agregó un condimento fundamental: a partir de él, nacerá una canción “testimonial” que denunciará injusticias y retratará a los más desfavorecidos del sistema. O sea, a los subalternos y a los estigmatizados; a los “negros” (y “cuarteteros”) como él, según analiza Montes.
Género multiuso
“Mirando estos tres paradigmas, la primera cuestión muy notable es la enorme capacidad que tiene el cuarteto para, sirviéndose de un montón de otras músicas, hacer algo nuevo”, resume la autora. “Siempre se las arregla para tener una marca propia”, señala sobre su capacidad de incorporar elementos de otras músicas a su lógica de bailes regulares y necesidad de repertorio amplio.
“La segunda cuestión es la enorme capacidad que ha tenido para ocupar diferentes lugares, diferentes funciones en la vida”, destaca la autora, que subraya cómo el cuarteto dejar de ser sinónimo exclusivo de “fiesta y al baile” para convertirse en “herramienta para pensar las propias frustraciones, el dolor ante el desamor, la impotencia ante las injusticias, para hablar de nosotros y también para diferenciarse”.
“Se convierte en una música que en Córdoba hace lo mismo que en Buenos Aires tienen que hacer un montón de músicas: cumple funciones que en Buenos Aires cumplía el rock chabón, pero también las que cumplía la cumbia y también las que cumplía la balada”, apunta Montes.
“Eso permite también comprender por qué o cómo el cuarteto consigue sobrevivir y estar cada vez más vital, a pesar del paso de las décadas”, añade la autora. “Y eso es algo que sorprende a cualquiera fuera de Córdoba: un género musical que viva tanto durante tanto tiempo y que siga siendo tan vigente”.
- La gaita rabiosa: nacimiento y consolidación del cuarteto como género de música popular cordobesa. De María de los Ángeles Montes. Teseo Press, 2024. 315 páginas. $ 25 mil
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