Los primeros hermanos
Y pensar que todavía algunos creen que son cuentos para niños…
Los primeros capítulos de la Torá –los que leímos en todas las sinagogas del mundo este último sábado por la mañana– son sencillamente maravillosos. Nos relatan de un modo divino la obra de la creación, y más que nada el porqué de la aparición del ser humano sobre esta enorme masa de tierra.
Esos personajes arquetípicos del texto bíblico se hallan impregnados en el ADN existencial de cada uno de nosotros, y palpitan dentro de nosotros con la misma vitalidad de cada célula.
Por ende, también tenemos –aunque cueste reconocerlo– una cuota parte de Caín, el primer asesino de la historia. ¿Por qué? Porque, como tal, y de allí en más todos, fue el primero en ser producto de un embarazo, haciendo en cierto modo que su propio nacimiento no sólo le otorgue un nuevo título, el de “hijo”, sino también quien proveyó a otros dos seres (Adán y Eva) de sendos títulos de “padre” y “madre”. Demasiado como para soportarlo sin terapia.
Para colmo, con semejante egocentrismo a cuesta, aparece Abel, y de golpe Caín deja de ser el único personaje importante. Al mismo tiempo, tiene que lidiar con un nuevo y peligroso límite: la atención completa de sus progenitores ya no existe más. Ahora circula por allí, bien cerca, un cuerpo extraño un tanto parecido a él mismo, que demanda similar atención. Lo que hasta ese momento monopolizaba se acaba de reducir por lo menos hasta la mitad.
Es un cóctel explosivo y –como consecuencia de una magistral treta divina que lo desnuda tanto o más que a sus padres– Caín estalla. La ira lo invade y Dios lo interroga por su enojo, y le regala una clase exprés de humanidad explicándole las posibles secuelas de tamaña bronca.
Por un lado le advierte que, de no controlar su impulso, el desastre será inevitable. Pero del mismo modo le indica que cuenta con el poder suficiente como para dominar sus pasiones.
El final lo sabemos, Caín ni siquiera responde. Y desde el silencio más profundo mata. ¿A quién? Al que fue por un ratito “hermano”. No de casualidad Abel significa “efímero”. Menos casual aún es que Caín aluda a la adquisición, al acaparar sin medida.
¿Hay acaso mejores personajes para enseñarnos cómo construir fraternidad que aquellos dos primeros hermanos? Lo dudo.
* Rabino. Miembro del Comipaz
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