¿La universidad será parte de una neocolonia?
El esclavismo define un grupo de personas bajo el dominio de otras, mientras que el imperialismo es el dominio de un país sobre otro por medios militares, económicos, políticos y culturales, así como el colonialismo es el dominio de un Estado que explota un territorio ajeno.
Los tres términos son sintagmas, palabras articuladas de un núcleo semántico, o la intersección de conjuntos cuyos cruces son irrelevantes. Su denominador común es el dominio espurio, válido para analizar la educación pública y la ciencia en una cultura globalizante. Sin el rol de estas tres condiciones, no es posible tratar el capitalismo, al que alimentan desde antes de su origen histórico hasta el actual neolibertarianismo.
Esas tres lacras marcaron al ser humano desde tiempos remotos, sin disminuir ni perder su entrelazamiento y adaptadas a la ambición de personas influyentes, pero no las más numerosas ni importantes. Sólo sujetos de preferencias en un entorno mercantil –la exaltación del homo economicus– y no seres de necesidades en un medio social.
A diferencia del factor económico como elemento articulador de un conjunto dialéctico, complejo y en movimiento, el actual enfoque neolibertario impone la economía como motor exclusivo, maquillada como actriz principal de la “sociedad del conocimiento”.
Esto no es nuevo; fue propalado por Francis Fukuyama en 1990, con su Fin de la Historia. Pero es maligno porque se convierte en una “revolución cultural negativa”, que no perdona a nadie bajo la consigna del individualismo extremo.
Tampoco esto es nuevo. Ya lo había expresado claramente, en 1987, la primera ministra británica Margaret Thatcher cuando, en una variante esquizoide de la derecha neoliberal, entre la declarada base colectiva del mercado y la exaltación del actor individual, expresó que “la sociedad no existe; sólo existen los individuos”. Obviamente, individuos que merecen ser colonizados.
Raza versus diversidad
En 1913, el político español Faustino Rodríguez-San Pedro estableció el 12 de octubre como Día de la Raza Española, para “celebrar la unión de España e Iberoamérica”. Desde 1987 se designó esa fecha como Día de la Fiesta Nacional de España; y en nuestro país, el decreto 1.584, de 2010, cambió su denominación, su razón y su fundamento a Día del Respeto a la Diversidad Cultural.
De acuerdo con la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco), el propósito del último cambio fue promover el reconocimiento y el respeto de los pueblos originarios, valorar diferentes culturas y fomentar sociedades inclusivas y equitativas al reconocer la riqueza de sus tradiciones.
Sin embargo, el pasado 12 de octubre reiteró la sensación de “ya haber visto la película”. Se regresó al obsoleto apelativo de Día de la Raza, mediante gacetillas y videos oficiales desde el mileísmo. Quizá pretendiendo recuperar la inacabada conquista de América para retroceder hacia una cultura neocolonial.
Tampoco esta mutación fue novedad. Basta recordar la congoja manifestada por Mauricio Macri cuando el 9 de julio de 2016, en un acto oficial con presencia del rey de España, expresó en referencia a los patriotas independentistas: “cómo ese conjunto de ciudadanos… debieron tener la angustia de decidir, querido rey, separarse de España”.
Movilización universitaria
Sería innecesario redundar en el despropósito del actual Gobierno contra (el término es correcto) las universidades y los sistemas de ciencia y tecnología. Recorte de presupuesto; bloqueo de financiación; expulsión masiva; imputaciones sin fundamento; cierre de universidades; taponamiento de ingresos al sistema educativo y científico; freno a innovaciones y transferencias; ignorancia del concepto de educación pública; irresponsabilidad para obtener y aplicar el conocimiento; ausencia demencial de principios morales y éticos; grosería y mala educación. ¿Hace falta seguir…?
¿Cuál fue la respuesta? Una inmediata reacción del arco estudiantil, de docentes y de investigadores. Movilizaciones multitudinarias y crecientes en todo el país, integradas por manifestantes autoconvocados, la última estimada en un millón y medio de universitarios en todas las ciudades, sin violencia ni banderas partidarias.
Sin embargo, se oyen reproches. Se dice que la mayor parte de los manifestantes fueron jóvenes estudiantes o sus mentores de primeros peldaños, lo cual habla muy a favor de ellos. Pero… también se dice que los docentes-investigadores de mediana o alta edad fueron contados con pocos dedos.
Y entonces, surgen preguntas. ¿Es que los menos jóvenes tienen buenos sueldos? ¿Tienen abundantes subsidios? ¿Tienen muchos becarios? ¿Se los respeta como académicos? Claramente, la respuesta es no. Y entonces, emerge una reflexión final. Si se logran mejoras de sueldos, financiación, personal y respeto, esos académicos mayores ¿los recibirán gustosos o los rechazarán por inmerecidos?
La famosa torre de marfil suele definirse como el lugar donde una persona se separa felizmente del resto de la sociedad, favoreciendo sus actividades personales, un entorno de búsqueda intelectual desconectado de las preocupaciones de la vida cotidiana. ¿Será que en esto se han convertido algunos docentes-investigadores-académicos? ¿O se preparan para insertarse en la neocolonia que se está gestando?
* Profesor emérito (UNC); investigador principal (Conicet) jubilado; comunicador científico
https://www.lavoz.com.ar/opinion/la-universidad-sera-parte-de-una-neocolonia/
Compartilo en Twitter
Compartilo en WhatsApp
Leer en https://www.lavoz.com.ar/opinion/la-universidad-sera-parte-de-una-neocolonia/