La Voz del Interior @lavozcomar: De viejas historias

De viejas historias

Con un anillo nos casamos, sellamos una amistad, iniciamos la juventud o entramos en la vejez. Un anillo con una piedra especial le es impuesto a papas, obispos y cardenales; y en algunas culturas, a reyes, ministros o mandatarios.

Es que el anillo –símbolo de la eternidad en la forma de una serpiente que se muerde la cola– nos ha brindado muchas historias; quizás la más recordada hoy en día sea El señor de los anillos, de Tolkien –aunque, en rigor, es una de las últimas que ha sido escrita–, precedida por La leyenda de los Nibelungos.

Hay otra, aunque menos conocida: la del anillo de una doncella que no necesitó valerse de él para conquistar a un emperador en vida pero que, una vez muerta, casi le hace perder la razón y el reino a ese mismo emperador: Carlomagno.

El hombre leyenda

Contrario a lo que sucedía en aquellos tiempos, donde los hombres no sobrepasaban los 30 años, Carlomagno, nacido en el siglo VIII, vivió hasta los 90, librándose de morir por heridas de guerra, por la peste o las acechanzas de sus enemigos.

Era un hombre fuera de lo común: no sólo guerrero, sino también estadista. Su figura se convirtió en leyenda, pues Carlomagno fue en Francia lo que el rey Arturo en Gran Bretaña, y el castillo de Aquisgrán –el Camelot francés– generó una larga serie de historias que nutrieron la literatura: esas historias que todavía pueden hacernos soñar con amores imperecederos y hechos mágicos, de aquellos en los que gran parte de la humanidad desea creer.

Por entonces, Aquisgrán era la corte más culta de Europa y tenía una de las más hermosas capillas dedicada a la Virgen María. Sin embargo, su historia tiene algo de hechicería.

De todos modos, en tiempos en que el ser humano tenía una perspectiva de vida de 30 o 40 años, Carlomagno duplicó esa cifra, aunque su larga existencia parecía haberle sido impuesta para sufrir.

Las desgracias, sin tocarlo, se ensañaban en los seres que él amaba: sus tres primeras esposas murieron muy jóvenes, y quedó tan deprimido a la muerte de la última que decidió permanecer viudo. Sus ministros y amigos, considerando que debía ser feliz –y asegurar su descendencia–, llevaron a la corte una joven que poseía un anillo mágico.

Sin embargo, no hizo falta que lo usara, pues el Emperador se enamoró de ella en buena ley y fueron felices por varios años… hasta que llegó la peste. Qué, como ya había sucedido, no hizo mella en él, pero acabó con la vida de la joven.

Una de sus doncellas, mientras la vestían para enterrarla, sabiendo que el anillo era especial para ella, se lo colocó en el anular.

Cuando Carlomagno se arrodilló para llorar su pérdida, el hechizo le impidió separarse del féretro, dejándolo en tal estado que se temió por su vida. Finalmente, uno de los obispos –que había oído sobre el hechizo– aprovechó un momento en que el emperador dormía para arrancarlo de la mano de la muerta.

Cuando el emperador despertó, sintió que su pena se había mitigado, permitió el entierro y volvió a ocuparse del reino. Pero al comprender que el anillo podía despertar en Carlomagno la dependencia hacia quien lo poseyera, el obispo lo arrojó en un lago cercano.

Dice la leyenda que un día el Emperador, ya en sus cabales pero todavía triste, salió a cazar con sus hombres, pero su caballo se dirigió hacia el lago, desconocido para él, y fascinado por el lugar, desmontó y se acercó a la orilla, creyendo oír la voz de su esposa que le pedía que no se alejara de ella.

Cuando sus hombres lo alcanzaron, Carlomagno había decidido levantar allí una capilla en recuerdo de su amada y junto al oratorio construyó el castillo de Aquisgran, donde llevó a cabo lo mejor de su obra: dictó leyes favoreciendo los derechos de la mujer, protegió científicos y abrió escuelas de artes y de artesanías para que los hijos del pueblo pudieran elevarse sobre su clase social.

Dio nombre a una época y nos dejó infinidad de historias de amor y de heroísmo, de esas que parecen haberse ido para siempre de un mundo donde las historias de amor son raras de encontrar y los buenos estadistas más difíciles de hallar.

Por eso, ante un anillo, pensemos en cuantas historias tejió la humanidad alrededor de ellos y que seguramente nos trae un mensaje que debemos interpretar.

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