La Voz del Interior @lavozcomar: La infancia pasa volando

La infancia pasa volando

Siento que mi infancia pasó volando. Alguien debería avisarnos a tiempo sobre esto, para no perder tantos momentos sin apuro, llenos de juegos y de despreocupación.

Porque cuando uno menos lo espera, la infancia queda atrás.

Ya crecidos, nos enteramos de que no fuimos totalmente conscientes de que la infancia es la etapa más feliz de la vida (o una de ellas).

En la infancia hay fantasías, nos equivocamos y todos lo festejan, nos sentimos cuidados y hasta podemos dormir lo que queremos.

Todo es tan natural que no lo valoramos, y caemos rápidamente en el apuro contagiado por los mayores; en ese ritmo sin pausas con el que viven cada día, cada semana, cada año.

Así aprendemos la fugacidad (palabra que, en sí misma, es apurada; ya la “f” suena a soplido ansioso): todo es pasajero y transitorio.

Si recuerdo con atención, mi vida comenzó acelerada: nací tres semanas antes de lo previsto. Mamá no podía dejar de trabajar y comenzaron las contracciones. Por supuesto, le hicieron cesárea.

Tomé leche durante pocos meses y enseguida caí en fórmulas artificiales. Aunque parezcan detalles simples y comunes, son muestras del aumento de velocidad que impregna nuestras vidas.

Luego, ya mayores, nos proponen pensar en cómo transformar las vivencias en experiencias. La frase suena complicada, pero no lo es.

Una cosa es vivir un momento –un encuentro con otros, un juego, un viaje– y no experimentar cambios. Otra cosa, muy distinta, es atravesar las mismas vivencias, pero salir transformados, diferentes.

Siento que transité la infancia con tanto apuro que perdí experiencias, y ahora debo frenar el vértigo, recuperar pausas.

Entiendo que estoy en una etapa cargada de actividades, de responsabilidades y con la obligación de hacer cosas productivas y de no “desperdiciar” el tiempo, pero da tristeza pensar que la vida de hoy es esto: un apuro tras otro.

¿Cómo esquivar el huracán de estímulos que recibimos y que, hasta hace poco tiempo, estaba reservado para los adultos? Por ejemplo, ¿cómo no caer en la dependencia tecnológica?

Como si las actividades diarias no fueran suficientes para agobiar nuestro día, usamos las pantallas para “sellar” cada espacio libre con reels, chats o videojuegos.

De esa forma, nuestra cabeza nunca queda libre para imaginar, para inventar. O para “hacer nada”.

Ya sé, todo lo anterior suena a antiguo.

Debería aceptar que estamos en una época en la que, a la distancia de dos teclas, accedemos a infinidad de mundos, ideas, culturas e imágenes.

Sin embargo, a veces esas propuestas no se ajustan a nuestras curiosidades y terminamos haciendo un zapping desenfrenado que sólo estimula nuestra ansiedad.

Pero no quiero desviarme de la idea principal: la infancia no debería ser tan breve.

Si durara más, podríamos aprovechar la libertad que ofrece y que después extrañamos; como la de no pensar en horarios, vivir el presente y despreocuparnos por lo que vendrá. O sea, libertad para jugar, actividad sería si las hay.

Miro fotos de mi infancia y me emociono; creo haber perdido esa sonrisa plena que alegraba a todos; también extraño algunos gestos que me hacían único.

Hoy soy uno más en la fila de quienes, por nuestro bien, debemos “forjarnos un futuro”.

¡Uhh, qué tarde es! Y yo perdiendo el tiempo con estas pavadas.

Mejor termino la taza de leche y acomodo la mochila. No quiero llegar tarde a mi salita de 4.

* Médico

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