La Voz del Interior @lavozcomar: Una historia política y cultural de las frutas, la mirada de Federico Kukso

Una historia política y cultural de las frutas, la mirada de Federico Kukso

La Biblia cuenta que Noé se pasó unos 370 días a bordo del arca con las famosas parejas de animales, su mujer, tres hijos y sus respectivas esposas. Cuando terminó el diluvio, y las aguas bajaron, lo primero que hizo fue plantar una viña. Tuvo que esperar el milagro, pero tiempo después logró agarrarse una curda memorable. Tenía más de 600 años.

El periodista científico Federico Kukso (Buenos Aires, 1979) retoma la historia del patriarca bíblico y su afición al caldo de la vid en el capítulo dedicado a las uvas que contiene Frutologías. Historia política y cultural de las frutas, un tratado de divulgación escrito con pinceladas deliciosas.

“Vertumnus” (1590-91), pintura de Giuseppe Arcimboldo. El libro repasa la fascinación que las frutas han provocado en artistas de todos los tiempos. (Castillo Skokloster / Dominio publico).

Una de las tesis fuertes del libro, basada en los estudios botánicos, es que el verdadero poder de los frutos reside en su capacidad para seducirnos. La vid sería un caso paradigmático, pero en general todas las frutas hacen lo mismo con una amplia variedad de especies. Desde lémures y elefantes hasta seres humanos.

Al igual que las plantas “manipulan” a las abejas para llevar el polen de flor en flor, las frutas capturan los anhelos humanos con el fin de asegurar su reproducción. “El único propósito de estas joyas biológicas es proporcionarnos placer, deleitar y atraer nuestros sentidos para ser dispersadas por el planeta, para expandir su dominio”, sentencia Kukso. En síntesis, somos sus agentes (entre otros animales) de propagación, sujetos a las caricias sensoriales que nos proporcionan.

Federico Kukso (Buenos Aires, 1979), autor de

Frutologías, sin embargo, no va solo de ciencia o de manipulaciones gustativas, sino que dibuja una abigarrada cartografía cultural, estética y política que encuentra en las frutas (la manzana, la naranja, la banana, el ananá, la sandía, la pera, la frutilla, el durazno, el higo, el kiwi, y sigue la lista) a los personajes perfectos para narrar historias de guerras, imperios, dictaduras, viajes y descubrimientos, mitos, tradiciones religiosas, espionaje botánico o episodios de biopiratería escondidos en esa materia colorida y fragante depositada inocentemente en la heladera o en la canasta frutera de cualquier casa.

A Kukso no se le pasa por alto una potencia metafórica. Incrustadas en el lenguaje, se podría pensar que han llegado incluso a colonizar el habla humana. Nos hacemos entender como si tuviéramos frutas en la boca.

Historias olvidadas

–¿De dónde viene tu interés por un tema tan singular?

–Siempre tuve una especie de envidia pomológica, una envidia frutal con países como Brasil o Colombia. Uno viaja y ve que en otros países hay una diversidad de frutas que en la Argentina no existe. Me sorprende la increíble variedad de formas que puede adoptar la vida. Hay un concepto muy fuerte que es el de biofilia, esa idea del placer por la vida. La cantante Björk, por ejemplo, expandió mucho este concepto. A mí siempre me fascinó eso. Me gusta lo sensorio, lo sensual, por eso en Odorama. Historia cultural del olor, mi libro anterior, me centré en los aromas. Por otra parte, estoy convencido de que vivimos una época de dictadura digital, nos quieren convencer de que uno puede conocer el mundo a través de las pantallas. Entonces, empecé a pensar las frutas como artefactos narrativos. En el sentido de que detrás de cada fruta que mordés hay una cantidad de historias que ya no tenemos, que ni siquiera te imaginaste.

–¿Se han perdido los relatos sobre lo que comemos?

–Desde hace unos 150 años, el discurso de la nutrición impuso la manera en que pensamos lo que comemos. Pensamos en términos de calorías, de proteínas, de carbohidratos. Los griegos, por el contrario, pensaban que las frutas eran alimentos que habían sido regalos de los dioses. Lo que a mí me parece interesante es contar historias. La “gran” idea del libro es que conocer estas historias hace que estos alimentos sean mucho más ricos, no solamente nutricionalmente, sino también en términos culturales. El discurso de la nutrición nos ha borrado la historia de los alimentos. Lo que busco con mi libro es entrenar la curiosidad y el asombro. No sabemos de la carga simbólica, no sabemos nada de los duraznos que compramos la semana pasada. ¿Cómo llegaron, a lo largo de miles de años de domesticación, a ser lo que son ahora? Estamos tan acostumbrados a ir al supermercado, agarrar y pagar, que nos hemos desasociado de la tierra, de los tiempos. Son alimentos fantasmas. Lo que comemos no solamente ya no tiene sabor, sino que no tiene historia, no sabemos dónde crece, quién lo cultiva, de dónde viene.

–Además de abordar los aspectos simbólicos, en el capítulo sobre la banana aparece una trama política…

–La banana es hermosa, blanca, cremosa, dulce, pero lo que quizás muchos no saben es que la banana que comemos está bañada de sangre, de sangre latinoamericana. Conocer su historia profunda es también conocer la historia del intervencionismo norteamericano, de los golpes de Estado provocados por las grandes corporaciones en Centroamérica, como la United Fruit Company, el emporio estadounidense que se había expandido a lo largo del Caribe. Esa multinacional impulsó la “masacre de las bananeras” en Colombia. En Cien años de soledad, García Márquez narra que fueron más de tres mil las personas muertas, cuyos cuerpos fueron transportados en tren y arrojados al mar. La United Fruit Company extendió sus tentáculos (era denominada, justamente, el “Pulpo”), se apoderó de miles de hectáreas en Centroamérica y llegó a ejercer una influencia extraordinaria en muchos países. El escritor O. Henry le encontró un nombre a estas naciones con fama de violentas, sumisas, corruptas, pobres y políticamente tambaleantes: “Repúblicas bananeras”.

–La sandía también tiene una historia política. Vinculada al racismo en Estados Unidos, y actualmente relacionada con la causa palestina.

–Cuando escribí el libro, recién empezaba la guerra en Gaza y todo lo que ocurre ahora en Palestina. Por eso me focalicé más en el aspecto de la sandía vinculada a la dimensión de la discriminación en Estados Unidos. A la fruta se la asoció con la supuesta holgazanería, la pereza de los afroamericanos. Hace un tiempo, pasó a representar también el apoyo a Palestina. Sus colores, verde por fuera, las semillas negras y el color rojo de su pulpa, son los de la bandera de Palestina. La sandía aparece en los grafitis en muchas partes de Medio Oriente, y también en el discurso online. El emoji de la sandía se usa para comunicar el apoyo a Palestina. Lo que se ve, entonces, es que las frutas atraviesan toda nuestra Historia. Incluso si estamos programados para ser seducidos por estas frutas, al mismo tiempo han funcionado y van a seguir funcionando como mensajeras de discursos políticos. Tienen un alto poder simbólico.

Tentaciones

–Hablando de símbolos: señalás que en el “Libro del Génesis” no se precisa que la famosa “fruta del Paraíso” haya sido la manzana. Mencionas también que Miguel Ángel, en la Capilla Sixtina, se desvía de la ortodoxia y pinta el árbol del conocimiento coónmo una higuera en vez de un manzano. ¿Hubo un error de traducción en el posible origen de esta idea de que Eva peca con una manzana?

–Esa historia me fascinó. Uno ya desde chico escucha relatos que hicieron de la manzana el fruto que más se asocia al pecado. Las discusiones llevan más de dos mil años. Para la Iglesia Ortodoxa, la fruta de la tentación es sin duda el higo. De hecho, después de la transgresión, según el texto bíblico, Adán y Eva se cubren con hojas de una higuera. La confusión pudo haber surgido en el siglo IV, cuando se encargó la traducción de la Biblia al latín. San Jerónimo tradujo la palabra en hebreo peri, un término genérico que abarca a todas las frutas colgantes, al latín malum. Era un juego de palabras. El término latino para “mal” y para “manzana” era el mismo, malus. Lo interesante es que, más allá de esta dimensión del pecado, o del interrogante sobre cuál pudo haber sido la fruta del Edén, la manzana tiene una profunda polisemia: vos tenés la fruta del pecado, pero al mismo tiempo es la fruta del conocimiento, la fruta de la tentación, tenés a la bruja de Blancanieves ofreciendo una manzana, tenés la fruta de Newton. Y hoy, en la actualidad, hay dos mil millones de personas que tienen una manzana mordida en sus bolsillos, que es el logo de Apple ¿no?

“La caída del hombre” (1628-1629), de Peter Paul Rubens. Aunque predomina la idea de que Adán y Eva comieron una manzana, el Libro del Génesis nunca menciona la identidad del fruto prohibido. (Museo El Prado / Dominio público).

–Recuperás la historia de Noé y la viña, aunque en ese episodio lo que enfatizás es la manera en que somos manipulados por las frutas…

–Se piensa en el vino, en su importancia como industria o su rol en la sociedad, pero de alguna manera la fruta queda totalmente borrada. La uva es la fruta que manipula nuestros sentidos con mayor fuerza. Está en la raíz de casi todas las culturas. Ese capítulo en especial, si bien hablo de la historia de la uva y el vino, me sirvió también como ventana para señalar que las frutas en general tienen una esencia, o un fin, que no es otra cosa que seducirnos. Hay muchos estudios botánicos sobre el tema. Es una estrategia desarrollada por la naturaleza, especialmente por las plantas, para atraer insectos, aves, mamíferos, y que sus semillas puedan dispersarse. O sea, somos manipulados por la naturaleza para que esa planta, que no puede moverse, se expanda y colonice nuevos territorios. Por eso, las frutas sin semillas son una aberración botánica. Si lo pensás, cada vez que comés una fruta estás ingiriendo el aparato reproductor de una planta. Estás comiendo el útero de una planta.

Federico Kukso (Buenos Aires, 1979), autor de

–¿Creés que esa lectura cambia el mapa mental y ayuda a correrse de la mirada antropocéntrica?

–Parece inocente decir que somos nosotros los agentes de dispersión, la especie manipulada por algo que está quieto. Pero me pareció maravilloso poner el enlace. Hay una especie de mutualismo, la planta desarrolla un vínculo con una especie. Y es interesante pensar que estos vínculos con la naturaleza permiten salirte del centro de la historia. El ser humano es un recién llegado, como decía Carl Sagan, a la historia de la vida. El ser humano ha domesticado a las frutas, las ha manipulado, las ha hecho más dulces, con menos semillas, pero sigue siendo la naturaleza la que dictamina.

–¿A qué te referís cuando hablás de colonización del gusto?

–Al igual que muchos de nuestros deseos, nuestro apetito es movido por la industria. Y falta un cuestionamiento sobre este punto. El problema está también en el consumidor que acepta, que baja la cabeza. Deseos o gustos que vos considerás que son tuyos, una fruta con tal forma regular o tal color, en verdad son instalados por una cultura y por dinámicas de mercado.

–El libro tiene un final un poco amargo. ¿Avizorás un horizonte oscuro en relación a las especies que desaparecen?

–Mi intención no es deprimir. Hay un concepto que a mí me gusta mucho que es el de la “ceguera de plantas”. Lo usan los botánicos que se quejan un poco del zoocentrismo, en el sentido de que estamos de alguna manera, como seres humanos (y quizá es una cuestión biológica), dirigidos a prestarle más atención a los animales. Con el cambio climático, por ejemplo, decimos “Pobre oso panda, pobre oso polar”, y no pensamos en ningún momento en las especies vegetales que se han quemado ahora en los incendios en Córdoba, por ejemplo. Los incendios son un tema porque no solamente se quema Córdoba, se incendia el Amazonas, y en esos casos no sólo desaparecen frutas y alimentos, sino que desaparecen también posibles curas a enfermedades. Otro punto es que vamos camino a un mundo cada más ultra procesado, un mundo de sabores fabricados en laboratorios. Ahora salió una coca con gusto a galletitas Oreo. No quiero caer en un discurso New Age, pero es una realidad que se va hacia una uniformización, una falta de diversidad.

Frutologías. Una historia política y cultural de las frutas. Federico Kukso. Editorial Taurus. 318 páginas. $ 22.000.

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