La Voz del Interior @lavozcomar: Miradas opuestas a El jockey, el filme nacional que fue preseleccionado para los Oscar

Miradas opuestas a El jockey, el filme nacional que fue preseleccionado para los Oscar

A favor: La exuberancia del cine

Noelia Maldonado

La última película de Luis Ortega venía teñida de un cierto halo de misterio. A pocas semanas de estrenar, la productora ni siquiera hacía circular un tráiler y si bien se preparaban para su paso por festivales, se sabía muy poco del filme.

Sin embargo su exitosa participación en San Sebastián (desde donde se trajo un premio) avivó en paralelo el interés por este estreno.

Hay que decir que desde el minuto cero del filme, uno no puede sino quedarse absorto frente a la belleza de lo que propone. Un baile que rescata del olvido la canción Sin disfraz de Virus, es la puerta de acceso a este mundo mágico con lógicas propias en las que los caballos y las carreras son sólo una excusa.

Una pátina de sensualidad cubre los bailes y las canciones que inteligentemente seleccionó Ortega para su película. Al salir del cine uno quiere escuchar una y otra vez Trigal de Sandro, por ejemplo. La fotografía es, por otra parte, increíblemente exuberante.

Los actores, principalmente Nahuel Pérez Biscayart, entregan todo su potencial a la historia, no se guardan nada. Un capítulo aparte merecería Daniel Fanego, quien poco antes de morir interpretó a un matón también llamado Fanego.

La Buenos Aires que propone El jockey es, en paralelo, tan real como inverosímil. Los malandras que van apareciendo uno a uno en ese hampa son hermosos en su fealdad, en su maldad sin sentido.

Si algo hay que achacarle a El jockey es cierto grado de desconexión, de absurdo en muchos de los elementos que componen la historia que dejan pensando al espectador si el director quiso decir algo o sólo juega con nuestro ánimo.

En una entrevista reciente con La Voz, Ortega asumió que “el mundo no se conforma con existir, sino que es una representación estética”. Y eso es justamente El jockey, una película que propone un goce estético, como pocas veces propuso el cine nacional de los últimos años.

En contra: Caprichos de autor

Jesús Rubio

No es momento para andar haciendo películas poéticas, absurdas, “libres”, con planos bonitos y personajes encantadoramente bizarros, que no dejan claro su compromiso con la acuciante realidad del país. No es momento para hacerse el “artista genial” o “el autor que hace la suya”, como lo hace el siempre licencioso Luis Ortega en El jockey, su nueva película.

Hay que desconfiar de las imágenes de El jockey, porque por debajo de ellas se esconde un conservadurismo galopante, la insustancialidad misma, la superficialidad más descomprometida, el artificio hipster que no aporta nada, el plano vacío.

Lo que en un comienzo engancha por lo cool, por lo raro y por esos personajes marginales, autodestructivos, extraños, freaks, como el Remo/Dolores de Nahuel Pérez Biscayart, empieza a ceder, a caer lentamente en una suerte de imperceptible tedio, con escenas que son cualquiera, como la de esas mujeres que bailan en un vestuario porque es “cheto” y “delirante” poner una escena así.

El cansancio se empieza a sentir más cuando el mecanismo de Ortega se repite y cuando advertimos que se cree rupturista y “loco” por poner a un personaje de género fluido y trasladar esa condición cambiante e indefinida a la puesta en escena, para que el relato también sea fluido y cambiante, y para que no tenga lógica ni nada sea lo que parece (ni siquiera la identidad de los otros personajes).

Son trucos tontos, que se hacen pasar por libertades o licencias creativas cuando en realidad son caprichos que alimentan el ego de Ortega, escenas pretendidamente espontáneas y “libres” que no son más que ocurrencias inanes de “artista rebelde”, sin decir nada del cine ni mucho menos de la realidad argentina.

El jockey no se propone contar ninguna historia (o al menos no una historia clara o como lo hace el cine más clásico) y ofrece, en cambio, escenas ligeramente desconcertantes que en el fondo son solo poses y destrezas forzadas de un enfant terrible inofensivo.

Era la oportunidad de Ortega de sentar postura sobre el cine argentino y sobre su país, y no esperar a que le entreguen un premio a su protagonista para recién salir a decir algo al respecto.

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