A un año del 7 de octubre, la guerra y la crisis se intensifican
A punto de cumplirse un año de la masacre perpetrada por Hamas en Israel, en la que murieron más de 1.100 personas tras la incursión de 3.500 terroristas, todo lo sucedido hasta ahora agudizó un conflicto que, lejos de morigerarse, suma cada vez más frentes y actores. Y que pone aun en mayor peligro la ya debilitada estabilidad en una región asolada por los enfrentamientos.
Las cifras disponibles –aunque varían, según la fuente– le ponen cara al horror: el 7 de octubre de 2023 fueron asesinadas por Hamas 1.143 personas, en su mayoría israelíes –767 civiles, entre ellos, 36 niños y 71 extranjeros, y 376 miembros de las fuerzas de seguridad–, mientras que 250 personas fueron secuestradas.
Ese día también, según fuentes israelíes, más de 1.600 de los asaltantes murieron en enfrentamientos, y 200 personas fueron detenidas.
La posterior incursión israelí habría provocado la muerte de casi 40 mil palestinos, según fuentes de Gaza –Israel admite hasta ahora la muerte de 17 mil militantes– y más de 70 mil heridos.
Además, más de dos millones de gazatíes fueron desplazados hacia el sur.
De los casi 100 israelíes secuestrados en la Franja de Gaza, se cree que entre 60 y 50 siguen con vida.
Un trauma por generaciones
Tal como se pensó apenas sucedida la masacre del 8 de octubre, se trató de un shock y de un trauma que marcará a generaciones en Israel. Un antes y un después.
“El 8 de octubre nos autoevacuamos como pudimos. Recién después de un mes, nos pudimos organizar para ir todos a un mismo lugar. Recién a los cinco meses pudimos volver a nuestras casas, el 1° de marzo”, relata Sebastián Katlirevsky, cordobés-israelí radicado en el kibbutz Urim, a 13 kilómetros de la frontera con Gaza, en donde vive con su esposa y tres hijos.
Dice que la readaptación “fue y sigue siendo gradual”, que “se abrieron escuelas temporales porque a la anterior todavía no es seguro mandar a los chicos”, y que “la sensación de inseguridad no nos deja tranquilos a los padres”.
Cuenta que en los kibutzim más afectados, con casas destrozadas, aún no pueden volver. “Faltan quizá años para que esas comunidades regresen a su lugar”.
Sebastián sintetiza el sentimiento de gran parte de la gente: “La sociedad israelí es muy resiliente. Hay que seguir adelante… La economía, mal que mal, funciona. Pero la gente está triste, cansada, ya quiere que esto se termine. Lo de los secuestrados es terrible. Todas las semanas hay protestas para pedir un acuerdo”.
Se refiere a la gran brecha abierta entre los familiares de los secuestrados y el gobierno de Benjamin Netanyahu, a quien consideran responsable de la muerte de gran parte de los rehenes, así como del endeble futuro de quienes aún permanecen cautivos.
“Israel no aceptará un cese al fuego definitivo hasta la destrucción total de Hamas”, dijo el primer ministro el 31 de mayo, con lo cual sepulta cada vez más las chances de recuperar vivos a los rehenes.
Gran parte de la sociedad israelí acusa a Netanyahu de anteponer su supervivencia política a los secuestrados.
Vale recordar que hasta el día anterior al 7 de octubre de 2023, eran cada vez más multitudinarias las marchas contra el mandatario, por su implicación en causas de fraude, soborno y abuso de confianza, y por pretender recortar los poderes de la Corte Suprema de Justicia en beneficio propio.
Luego de esa fecha, hizo todo lo que sus detractores anticiparon: lo necesario para mantenerse en el poder.
Hace varios meses que mucha gente volvió a las calles: cada sábado por la tarde, miles de personas protestan en muchas ciudades israelíes contra las acciones del primer ministro y le piden negociar para llevar los rehenes de Hamas a casa.
Supervivencia política
Hay otra razón por la que Netanyahu se opone a un acuerdo: la alianza de partidos de ultraderecha y religiosos que lo mantiene en el poder se acabaría si Israel pierde control militar en Cisjordania y Gaza, una de las condiciones de estas agrupaciones para mantener la coalición.
Las continuas presiones y propuestas de otros países para arribar a un cese de fuego han fracasado hasta ahora: las relaciones con Estados Unidos están en su punto más bajo, pese a seguir recibiendo ayuda (incrementada tras el bombardeo iraní del 1° de octubre).
“El tiempo se acaba y ya no habrá vidas que salvar”, dijo el embajador estadounidense en Israel, Jack Lew, en una conferencia en Tel Aviv el 5 de septiembre.
“Mientras exista este Gobierno, la guerra continuará”, dijo en sintonía Yair Lapid, quien encabeza la oposición en Israel, en una entrevista a The New York Times.
Encrucijada de la sociedad israelí
La sociedad israelí se ve acosada por el trauma del 7 de octubre y por las jugadas políticas de Netanyahu, pero a la vez profundiza esa encrucijada con las reacciones que percibe por parte del resto del mundo.
Un sector mayoritario de la izquierda, organismos internacionales y líderes políticos no sólo silenciaron su repudio ante lo sucedido el 7 de octubre, sino que, con mayores o menores elipsis, lo justificaron.
A eso se suman las campañas propalestinas ante lo que está sucediendo en Gaza, una verdadera catástrofe humanitaria, pero que provoca reacciones que los israelíes ven como desproporcionadas y selectivas frente a similares y constantes hechos en otras partes del planeta.
Ni los militantes israelíes del campo de la paz logran descifrar esa inquina de sectores a los que ellos mismos apoyan, y ven algo más profundo y arraigado en esa postura antiisraelí sin fisuras. Un desprecio medieval, al que la historia parece volver de manera cíclica.
“Este golpe genera enojos, ansiedades e impotencia. Las esperanzas de paz se desvanecen, y a veces también se caen las máscaras”, dice Sebastián Klor, docente en la Universidad de Haifa, historiador especialista en inmigración judía y uno de los referentes de esa casa de estudios en las protestas contra Netanyahu.
“El último fue el peor año de la historia del joven Estado de Israel, y personalmente no recuerdo nada parecido en mis 31 años de vida en este país”, dice Ariel Horovitz, nacido en Córdoba y director del instituto académico Moriah Center, en Jerusalén.
Dice “no entender la condena a Israel” ni “la ignorancia de Occidente sobre los principios teológicos del islam radical”.
Afirma que “Israel no se puede permitir la polaridad social que fue profundizada en los últimos años”, y que la cohesión social se vio deteriorada “en las últimas décadas por el accionar de políticos israelíes mediocres y ambiciosos”.
Y cierra: “El problema no es territorial, sino religioso y cultural. La única opción de llegar a la paz es que surja un líder palestino que se imponga y diga que reconoce el derecho de Israel a existir. Hasta el día de hoy, ese líder nunca ha existido”.
Más y más frentes
Las tensiones no dejan de escalar día a día. La muerte a manos de Israel del líder de Hezbollah, Hassan Nasrallah –y de otros dirigentes del grupo extremista respaldado por Irán–, intensificó la guerra en la frontera con Líbano.
La ofensiva aérea israelí llegó incluso hasta Beirut.
A eso se suma el ataque de aviones israelíes a posiciones hutíes en Yemen, llevado a cabo a fines de septiembre al sur de la península arábiga, a 2.200 kilómetros de Tel Aviv.
Los hutíes son el grupo fundamentalista chiíta aliado de Irán y de Hamas, que tienen en vilo al comercio mundial por sus atentados entre el mar Rojo y el Arábigo.
Por si fuera poco, la guerra con Irán ya está dejando de ser un enfrentamiento focalizado sólo en sus aliados y amenaza con escalar de manera directa.
Los casi 200 misiles lanzados por Irán a Israel el 1° de octubre aún no fueron respondidos por el gobierno de Netanyahu, y se teme que la reacción conduzca a una espiral indetenible. El mismo presidente estadounidense, Joe Biden, señaló que no apoyará un ataque israelí contra las instalaciones nucleares iraníes, pero afirmó que se está planeando un bombardeo contras instalaciones petroleras.
El conflicto se sigue jugando minuto a minuto, día a día. Y nada augura que eso cambie en el corto o mediano plazo.
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