La Voz del Interior @lavozcomar: La exitosa fábrica de pobres

La exitosa fábrica de pobres

Como el ébola, como la fiebre hemorrágica del Congo, la pobreza argentina es un virus que todavía no encuentra su cura. Y esta falta de solución ha sido uno de los más extraordinarios negocios políticos desarrollados en el país en el último medio siglo.

Si la enfermedad de la pobreza fuera acorralada, si el sistema inmunológico social desarrollara las defensas permanentes para no volver a caer en el mismo padecimiento, perderían su razón de ser miles de organizaciones sociales, políticas y religiosas que han florecido regadas por la manguera inagotable de los presupuestos estatales e hicieron de la pobreza su negocio y su razón principal de supervivencia.

Además, si la miseria económica encontrara su fin, se desactivaría, perdería su encanto, uno de los discursos políticos más exitosos del último siglo en este recoveco planetario: la cantata del pobrismo.

¡Ah, qué puros, qué honrados, qué humildes y ejemplares son los pobres! ¡Siempre víctimas de poderes inmanejables! ¡Siempre preferidos por los lejanos dioses! ¡Siempre explotados por los villanos de turno!

Pero, eso sí, que no se acaben nunca los pobres. Sin ellos, perdería sentido la filosofía victimista, la militancia contra la influencia maléfica del dinero, las diatribas contra el mercado, el populismo barato que venden por dos pesos los líderes que llegan y se autoperciben como salvadores del pueblo elegido de los indigentes, pero que luego se van y los dejan con la camisa con más agujeros que cuando los encontraron.

En ningún lugar del mundo la pobreza ha sido vencida con eslóganes, con retórica demagógica o echándoles la culpa a otros. “¿A quién le robé, a quién?”, gritaba el “dirigente social” Juan Grabois en el aeropuerto de Ezeiza, recién llegado esta semana de recibir la bendición del papa Francisco, cuando fue insultado por un grupo de personas. Argentina naturalizó que pueda haber luchadores profesionales contra la pobreza que pasan toda su vida sin que su lucha se perciba, aunque sea mínimamente, en los índices que miden el problema.

La “opción preferencial por los pobres” no fue sólo un principio de la teología latinoamericana de hace medio siglo, elegido por religiosos que creyeron posible hacer que Jesucristo se fuera de tragos con Kark Marx y que el Manifiesto Comunista pudiera leerse en clave religiosa.

Esta opción ha sido también el escalón usado para ascender al poder por dirigencias electoralmente eficaces, pero que, una vez con el control de mando en sus manos, se revelaron inútiles para resolver cualquiera de los problemas estructurales que arrastra el país.

Quienes hasta hace poco fracasaron en hacer disminuir el ejército de los precarizados, hoy critican el crecimiento de la pobreza al 52,9% que acaba de ratificar el Indec, como si ellos no tuvieran algo que ver con esa tragedia, como si hubiera sido la caída de un aerolito o el paso de un monzón tropical: un fenómeno de la naturaleza frente al cual no se podía hacer algo.

Quienes más hablan de los pobres son productores masivos de pobres. Argentina lleva décadas con presupuestos elefantiásicos destinados a la “ayuda social”, es uno de los países que más altos porcentajes del PIB destinó al problema, pero la ayuda terminó beneficiando más a los intermediarios que financiaron sus agendas políticas, sus campañas, sus marchas y sus privilegios sectoriales, que a los pobrecitos pobres.

Para esos gestores de necesidades ajenas, la pobreza no es una contrariedad por resolver, sino un activo para aprovechar.

El uso intencionado de una buena causa, no para arreglarla sino para emplearla como herramienta en la lucha coyuntural por el poder, ocurre también ahora cuando el tema del momento son los jubilados, o el presupuesto de las universidades o hasta los incendios serranos.

Así, por ejemplo, siempre se quiere reducir el problema previsional argentino a la presunta insensibilidad de un grupo gobernante. Pero Argentina tiene 200 regímenes especiales de jubilación que desfondan el sistema y una cantidad de aportantes con la cual es imposible sostener a la masa de beneficiarios, a la que se sumaron recientemente tres millones de personas que jamás realizaron aportes.

Cualquier propuesta que postule como solución “aumentar” los montos jubilatorios sin ponerse a resolver el trasfondo estructural termina siendo una estafa a mediano plazo.

Pero las grandes reformas suelen ser enemigas de las campañas electorales. En lugar de buscar una vacuna, se opta por paliativos. En la Divina Comedia, Dante Alighieri ubicaba en la sexta “malebolge”, la sexta fosa del octavo círculo del infierno a los malversadores, donde podrían nadar –si el averno existiera– muchos de los dirigentes argentinos.

Mientras, la fábrica de la pobreza sigue con sus motores en funcionamiento, como en el último medio siglo, con un éxito comprobado.

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