La Voz del Interior @lavozcomar: Un ajuste con sumisión social y el juego de los extremos

Un ajuste con sumisión social y el juego de los extremos

Sabido es que los argentinos no tienen un umbral demasiado alto de tolerancia a los ajustes económicos. Alguna vez, Juan Domingo Perón sentenció que “la víscera más sensible del hombre es el bolsillo”: le faltó decir “sobre todo si vive en Argentina”.

Los habitantes de estas latitudes, hay que recordarlo, nunca se tomaron muy en serio el anuncio de “economía de guerra” de Raúl Alfonsín (abril de 1985). El primer presidente radical de la democracia recuperada en 1983 debía bajar la inflación a toda costa, pero la modesta predisposición argentina para soportar sacrificios, dado el ajuste fiscal que esa hazaña implicaba, se tradujo en una muy rápida recuperación del caudal electoral del peronismo pocos años después de su descomunal desastre de la década de 1970.

Ya en 1987, antes de la hiperinflación, el justicialismo estaba totalmente en condiciones de volver al poder.

La misma sociedad, por cierto, jamás admitió la regla de la disciplina fiscal y del “déficit cero” que esbozó el gobierno de otro radical, Fernando de la Rúa. Los hechos demuestran hoy que Domingo Cavallo debería haber esperado 23 años para plantear semejante cosa.

Los Kirchner, Néstor y Cristina, como así también el enamoradizo Alberto Fernández, siempre gambetearon hábilmente la palabra ajuste y nunca hicieron del concepto “equilibrio fiscal” un caballito de batalla de su relato: la economía subsidiada más allá de lo razonable y la distribución de beneficios sociales más allá de las posibilidades fueron un buen motivo para que los argentinos, cómo negarlo hoy, le dieran al kirchnerismo réditos electorales durante dos largas décadas.

Los mismos argentinos mostraron un indisimulable fastidio con el ajuste fiscal emprendido por Mauricio Macri, que ahora, vaya paradoja, es cuestionado por “tibio”. Los tarifazos y los recortes ensayados durante el mandato del líder del PRO no fueron olvidados por buena parte de la sociedad al pie de las urnas y, como mejor “castigo”, nuevamente la mayoría de electores buscaron refugio en la seductora playa kirchnerista.

En este breve pantallazo del divorcio de la sociedad argentina con los ajustes económicos, quienes mejor salen en la foto son Carlos Menem y Eduardo Duhalde. Ambos emergieron de hecatombes tan dramáticas que los argentinos no tuvieron ni la fuerza ni el tiempo suficientes para demostrar su enojo ante los brutales ajustes: doblegados por los desastres en un primer momento, luego sintieron el alivio de la convertibilidad tras la hiperinflación y experimentaron el rebote tras la implosión de 2001, aunque fue Néstor Kirchner el que al final se llevó las condecoraciones.

Con semejante historial, sorprende que sectores de la sociedad que antes se mostraban muy hipersensibles a tarifazos, recortes y licuaciones varias hoy absorban con sostenida ilusión el discurso del presidente Javier Milei de rigor fiscal a rajatablas, como orgulloso ejecutor del “ajuste más grande de la historia de la humanidad”.

Como ya se dijo, si Cavallo hubiera esperado dos décadas para hablar de la cuestión, quizá hubiera encontrado un clima de opinión más comprensivo, pese a que el deterioro social es mucho peor; claro que aún nada garantiza que en la práctica no se rompa el encantamiento.

Polarizados

Podría argumentarse que, finalmente, buena parte de la sociedad aprendió que el Estado no puede gastar más de lo que recauda y está dispuesta, esta vez, a soportar un sacrificio mayúsculo hasta que se pueda recoger lo sembrado (como mínimo, un lustro de vida).

Otra opción es que muchos argentinos sólo se sienten totalmente defraudados con los resultados obtenidos por el kirchnerismo (léase: alta inflación persistente, estancamiento, cepo y trabas varias).

Como sea, Milei hoy tiene en el estado de ánimo sumiso o mayoritariamente complaciente de la sociedad el único pilar para sostener su plan de acción, ante la carencia total de poder territorial y la condición totalmente minoritaria en ambas cámaras del Congreso Nacional.

En ese marco, está dispuesto a explotar al máximo la imagen maltrecha del kirchnerismo y de la clase política en general para disciplinar voluntades en el ámbito legislativo, aunque esa es una apuesta muy riesgosa: todo dependerá de cuánto dure el enojo de la gente con sus antecesores y cuánto más se puede estirar el umbral de dolor de la sociedad ante los rigores de un ajuste sin anestesia.

Con el viento de los sectores tradicionalmente más influyentes de la opinión pública a su favor y contagiando hacia abajo el aguante, a Milei le resulta claramente funcional la reaparición en escena de Cristina Fernández. Y más aún si la expresidenta habla de economía.

Subir al ring a los peores del curso sin dudas es un gran negocio para el libertario, pero también para el kirchnerismo. Los opositores no peronistas (PRO y parte de la UCR) que quedan al medio prefieren atarse a la suerte del Gobierno antes que intentar terciar por su lado.

Mientras Javier y Cristina concentran todo el amor y todo el odio (y viceversa), el centro se diluye: mejor negocio para los extremos, imposible.

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