La Voz del Interior @lavozcomar: Reseña de El cielo de nuestras casas: Historias para leer y temblar

Reseña de El cielo de nuestras casas: Historias para leer y temblar

Una oscuridad y una amenaza envuelven los cuentos de El cielo de nuestras casas (Antipop). No hay zombis, ni fantasmas, ni aparecidos acechando el mundo humano, sino algo ominoso que se desprende del poder de daño de las personas. Como dice el refrán, hay que temerles a los vivos, no a los muertos.

Miguel Ángel Barroso es enfermero. Realizó talleres literarios con Fabio Martínez, Germán Maretto, Waldo Cebrero, Mariano Quirós y Luciano Lamberti. El cielo de nuestras casas, su primer libro de cuentos, incluye algunas historias premiadas recientemente en certámenes.

El autor, nacido en 1985 en Rosales, una localidad de sur de la provincia de Córdoba, incrusta su imaginación en esa variante de paisaje semirrural que tiene más de campo o de monte que de ciudad, una geografía que se vuelve a su vez un paraje existencial. Parafraseando otro refrán: Pueblo chico, infierno grande.

Barroso logró un sólido bloque de historias para leer y temblar, algunas escalofriantes, unidas por un filamento de maldad que apenas amaga, en un par de cuentos, con ir hacia el reino de lo sobrenatural. Como la leyenda del Kakuy, ave bruja o pájaro fantasma que anuncia desgracias, que se menciona en el relato que da nombre al libro. O lo monstruoso sin nombre que acecha en una habitación en “Juguetes para compartir”, o en medio del monte en “Manos hechas de ramas secas”.

En “La peluca de Mancini”, el cuento que abre el volumen, un chico que está huyendo de su casa se sube a un camión que transporta ganado, metiéndose sin querer en un viaje a lo inesperado.

“La primera noche de los muertos” es una joyita oscura. Hay una abuela, un nieto, una madre y una señora que ayuda en la casa y que arrastra la historia hacia una especie de rito fúnebre. El cuento se cierra en la linde, antes del atisbo de lo que hay más allá.

Salvo alguna excepción, como sucede en “Hacer el trabajo”, la tenebrosa historia de cementerio con necrofagia incluida que cierra el volumen, los personajes de El cielo de nuestras casas son niños o niñas, chicas muy jóvenes o muchachos en la transición a la adultez, con la sexualidad latiendo como una fuerza potencialmente maléfica o como el impulso que conecta con el lado oscuro.

“Arambel” maneja los hilos del relato volviendo palpable la mezcla de temor y tentación que puede anidar en la carne. “El amigo de Maxi” va todavía más hondo en la confrontación con una zona de la conducta humana que une el goce sexual con el horror y que, más que nada por comodidad, llamamos perversión.

El momento en que el mundo se desfonda y ya no hay vuelta es el instante al que se llega, la mayoría de las veces. Los cuentos se detienen en el umbral de algo siniestro que ya empezó a latir, al borde del precipicio y del golpe, y dejan a quien lee con la mente un poco envenenada por la sombra de lo que está por suceder.

  • El cielo de nuestras casas. Miguel Ángel Barroso. Editorial Antipop. 81 páginas. $ 12.000.

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