La Voz del Interior @lavozcomar: Niños autoexigentes, niños sufrientes

Niños autoexigentes, niños sufrientes

No son pocos los chicos y chicas que muestran en sus conductas habituales rasgos de autoexigencia.

Son quienes, desde muy pequeños, ordenan sus autitos en filas perfectas; quienes esperan obtener los mejores resultados en evaluaciones escolares; quienes se empecinan en no fallar en las prácticas deportivas y hasta se obstinan en ganar jugando entre amigos.

Y se enojan cuando no lo logran.

Ser prolijo con los autitos no es un signo de anormalidad (ni rasgo de autismo); importa si, cuando alguno se desvía un milímetro de su posición, esto les provoca sufrimiento.

Sensibles a las críticas o correcciones de los demás, los autoexigentes reaccionan con desproporcionado fastidio si pierden, aunque recién estén aprendiendo ese juego.

Se ofenden cuando los adultos dan por válidas respuestas diferentes a la suya, y no toleran las bromas recibidas cuando (según ellos) se “equivocan”.

En el esfuerzo agotador e ilusorio por que todo les salga bien, se frustran; y lo expresan con diferentes síntomas: malhumor, cansancio, cefaleas, bruxismo, mareos y hasta desmayos.

Es preciso aclarar que la autoexigencia no es una enfermedad; por el contrario, es una característica positiva cuando se focaliza en una actividad.

Todos los chicos –también los grandes– buscan siempre sentirse reconocidos y valorados por el entorno; la autoestima se construye con miradas aprobatorias y sonrisas de satisfacción de otros.

El problema aparece cuando se torna disfuncional; cuando domina un perfeccionismo en el que ningún logro llega a satisfacer y esto impide el disfrute de las actividades normales.

Fastidio, falta de confianza y, finalmente, ansiedad definen a los autoexigentes no identificados a tiempo.

Algunos llegan a esa condición por temperamento; otros, por similitud con un progenitor, y la mayoría, sin causa aparente.

Lo que las familias suelen agregar es el hábito de estimular sin pausa sus logros, sin considerar el alivio que significa decirles que “todo estará bien, aunque algunas cosas no salgan bien”.

(Resulta difícil lograrlo cuando ciertos padres esperan un/a hijo/a perfecto/a).

En contextos de exigencia sin alegría, muchos crecen enfrentados a un permanente tribunal de evaluación, donde incluso los silencios les suenan a reproches.

Apenas detectados, los adultos podrían repartir equitativamente los “bien”, los “maso” y los “mal”, para develar a los hijos que la vida incluye más fracasos que éxitos y así eximirlos de ser deudores compulsivos.

Ayuda explicarles que no todo sale bien a la primera vez; que el ensayo-error es valioso, que equivocarse los hace crecer.

Equilibrio saludable

Una característica de las infancias actuales es la demanda de satisfacción permanente.

Pero, como dijo alguien, estar satisfecho es alinear expectativas con resultados.

Si se espera un 10, un 9 resuena a “mala nota”; en cambio, si se espera un 7, ese mismo 9 es la gloria.

Festejar el gol de un hijo “patadura” causa más alegría familiar que el trofeo de goleador del campeonato recibido por quien piensa que “podría haber anotado más”.

Un equilibrio posible depende en gran medida de la aprobación de los adultos, siempre y cuando estos hayan podido alinear sus propias expectativas con los resultados. (No resulta sencillo ser hijo contento si se convive con padres insatisfechos).

El peso de la autoexigencia –de todos– podría aliviarse aprendiendo a reírse de uno mismo; a festejar los fracasos como oportunidades de cambio.

Y teniendo a mano miradas aprobatorias para sus hijos por la simple razón de que existen, más allá de sus logros, tropiezos, dudas y recomienzos.

* Médico

https://www.lavoz.com.ar/opinion/ninos-autoexigentes-ninos-sufrientes/


Compartilo en Twitter

Compartilo en WhatsApp

Leer en https://www.lavoz.com.ar/opinion/ninos-autoexigentes-ninos-sufrientes/

Deja una respuesta