Dillom, al hueso en Plaza de la Música: esta vez y por fin, la gloria la alcanza un distinto
Jueves 21.15, Plaza de la Música semillena pero afectada por la excitación creciente de un público joven.
Se presenta Dillom, quien comienza su show con un heartbeat amenazante surcado por percusión tribal y enrarecido ambiente industrial, mientras un corazón colgado en el techo late y adquiere un rojo letal. Es el instrumental Irreversible, inspirado en el filme homónimo de Gaspar Noé que tiene una escena excesiva de violación y otra no menos sugerida de un asesinato en plan de venganza.
Una hora y 20 minutos después, termina la presentación oficial de su segundo disco Por cesárea en plan sublow, casi susurrando y para concluir que “los rivo’ y clona’” son su “reiki y yoga” y para avisar que está por hacer “algo horrible” para terminar con un dolor incesante.
Entre una cosa y la otra, entre la alusión a una vejación y el análisis del suicidio para pasar a otra cosa supuestamente “superadora”, entran la asfixia de un hogar roto, la debacle psicológica por desatención maternal, fantasías sexuales que son más cotidianas de lo que se supone (felatios en taxis, otras tantas en una pista discotequera) y algo de ternura. Todo lubricado, según el caso, con rap de flow preciso y de intención verbal demente, metal pesado y alusiones a los Beastie Boys más orgánicos y sanguíneos.
¡Al fin un artista con una narrativa disruptiva, zigzagueante e imprevisible que ni siquiera se inmoviliza por la agenda progresista por más que sea afín a ella!
El show de Dillom discurrió en un ambiente grisáceo en lo visual y mayormente chirreante en lo sonoro, con destellos del guitarrista cordobés El Gringo. Sin embargo, se permitió sumar un cuarteto de cuerdas, también local, con la idea de expandir la épica de algunas piezas como La carie. En ella, Lali Espósito se agiganta en la pantalla posterior mientras su voz pitcheada lo hace desde una pista pregrabada. El gesto se repite un poco más tarde con Mi peor enemigo, aunque con la voz de Andrés Calamaro bien reconocible.
Personal Jesus, el blues de riff persistente de Depeche Mode, sirve para ensamblar una versión insolente de Reality, rap pistero en el que Dillom “pasa todo en rojo” porque está en plan “breaking the law”.
Y si bien hay una mínima salida de guión para que la gente cante Beso a beso, lo que completa la exudación de lo que sea que tenga Dillom para exudar es el pogo en su máxima pureza de electrocución corporal.
Eso es, precisamente, lo que comunica (y lo que invita a imitar) Dillom con su torso y sus brazos cuando la lista indica un punkito como Coyote (“Preparado para que me vengan a buscarme/ no soy boludo/ quieren medicarme”), al que afronta guitarra en mano.
De Post Morten, el disco que posicionó a Dillom como insoslayable, suenan los hits (sí, consiguieron ese estatus) Pelotuda y La primera, más los raps Piso 13 y Side; todas las piezas pendulan entre la perpetuación el el lumpenaje y la posibilidad de vestir zapatillas con precio equivalente a un Don Perignon. Uno u otro extremo siempre tan lejos, siempre tan cerca.
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