Una vida como otras
Le juro que trato de hacer lo que me piden, pero la vida de todos los días no es fácil. Dicen que a mis 15 años es hora de encarrilar hábitos y de escuchar los consejos de personas a las que realmente amo (por mi bien, por mi salud, por el futuro, por la patria… en fin).
Mi realidad, como la de otros, es diferente; y no es sencillo cumplir con lo saludable.
Me explico:
Una de las cosas con las que intento “mejorar mi calidad de vida” es lo que llaman “higiene del sueño”. Probé acostarme más temprano y escuchar “ruido blanco”. No funciona.
Es verdad: mi plan de relajación se interrumpe a cada instante por mensajes de amigos, y así nunca logro entrar en sueño antes de la 0.40…, o por ahí.
También pruebo con mi desayuno. Peor. Me levanto a las 6.30 y a esa hora –¿hace falta explicarlo?– nadie traga algo con ganas.
Mi primera comida verdadera ocurre cerca de las 10, en un recreo largo. Galletas y facturas, por supuesto.
Es que no encuentro ni tiempo ni ganas de comer las cinco frutas al día que sugieren los nutricionistas (¿de dónde sacaron ellos que eso es realizable?)
Algunos alimentos “saludables” me ponen al borde del vómito; las legumbres, o las verduras verdes, la “fibra”. No me gusta, no insistan.
Agua: sé, porque lo repiten todos, que varios vasos de agua nos mantienen hidratados (y, aparentemente, contentos), pero debo confesar que, como muchos de mis amigos, me acostumbraron desde chiquito a los sabores dulces; entonces el agua es profundamente aburrida. Tomo jugo.
Almuerzo, almuerzo… No. Me siento en el comedor del cole, juego con mis compañeros, nos tiramos migas y dejamos la mitad del plato lleno y frío. Diría mi abuela: “…Y pensar que hay chicos que no tienen nada para comer…”
Pero mi día es así; no voy a fingir ni mentir. Una vida real, como la de muchos otros chicos y chicas.
Del cole, voy a básquet. Tres veces por semana. ¡Me encanta!
Tenemos un grupazo y nos va bastante bien. Pero no hay manera de cumplir lo que recomiendan los médicos cuando pregunté por mis dolores: buen calentamiento antes y buen estiramiento después. Otra que no me sale; a nuestra edad, ves la pelota y ya querés empezar a tirar al aro.
Vuelvo a casa, hago como que estudio y a veces ayudo a preparar la mesa para la cena.
O, mejor dicho, para la batalla. Necesito ponerme casco y armadura cuando mis padres empiezan con que “estás muy flaco, muy débil, no probás cosas nuevas y sólo aceptás carne en los asados del abuelo”.
Todo es verdad, pero yo digo: en el único momento en que estamos juntos y podemos charlar, no sé, de fútbol, de política o de algo realmente interesante, ellos me dan palo y palo.
Y eso es solamente por la comida. También me critican porque vivo con el celu en la mano. ¿Qué quieren, que me quede solo, sin saber qué hacen los demás?
Me banco estar mal dormido, mal comido y un poco deshidratado, pero no incomunicado. Alguien debería explicar bien este tema a quienes nos critican por ser “adictos a la tecnología”.
¿Alcohol? No, nunca más desde la borrachera de hace unos meses.
Esa es mi vida, llena de agujeros poco saludables.
Ténganme paciencia, ya mejoraré.
* Médico
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