Estanislao y Kai: mucho más que la historia de un puma y de una mujer
Tiene nombre y apellido: Estanislao Monte. Desliza su hipnotizante figura felina por el amplio living-comedor de la vivienda. Da varias vueltas alrededor de la mesa. Se acerca a la puerta, al escuchar ladrar a perros en el patio. Se echa frente a la pantalla que reproduce sonidos relajantes. Se para y desaparece hacia un pasillo que también es su dormitorio, dentro de la casa.
El puma de siete años se desplaza con soltura por la vivienda, con un leve rengueo en una pata trasera que no altera su imponente andar. Si no se supiera de antemano, nadie que tenga el privilegio de observarlo por un rato imaginaría que Estanislao es totalmente ciego.
Kai Pacha, referente en pumas en el país y dueña de la reserva Pumakawa, de Villa Rumipal, tampoco hubiera imaginado que su vivienda se convertiría en un refugio. Y que su conviviente sería un ejemplar de la especie autóctona por la que tanto lucha.
Ambos construyeron un vínculo muy fuerte y hasta suelen dormir la siesta juntos, sobre unas mantas en el pasillo donde Estanislao descansa. El animal no se anima a trepar a una cama.
Kai Pacha asegura que no siente el más mínimo temor. Al contrario, disfruta de la compañía del felino.
No podría ocurrir –aclara ella– con cualquier otro puma que hubiese tenido su vida en manada o en su hábitat natural.
Estanislao no tuvo vida en manada, no aprehendió muchos de los hábitos de su especie. No salta. No desgarra para comer, no emite los mismos sonidos. “Esto confirma la idea de que aprenden por copiar. La forma de correr, de saltar, porque aún con ceguera podría hacerlo, pero corre sólo detrás de mí. Los pumas son muy ágiles e inquietos, pero él no hace nada de eso. Tiene un solo lugar donde pega un salto, pero lo piensa y lo calcula un montón”, cuenta Kai.
La vida después de una cosechadora
La vida de Estanislao quedó marcada por una cosechadora, que lo pisó, cuando muy cachorro se encontraba en una cueva en un campo de General Cabrera, al sur de Córdoba. Tenía apenas un mes. El ingeniero agrónomo que estaba trabajando los descubrió en un pozo. Eran dos. La máquina los había pasado por encima.
Durante tres días, junto a su esposa, hizo “guardia”, esperando que la mamá lo buscara. Sin embargo, la puma se llevó a uno y dejó al otro. Sin conocer los daños que había sufrido, lo llevaron a la reserva Pumakawa. De ese episodio ya pasaron siete años.
“Llegó con muchísimos movimientos descoordinados, caminaba hacia atrás, pensamos que era un daño neurológico y que no iba a vivir. No sabíamos qué decisión tomar, si cuidarlo o aplicarle la eutanasia”, recuerda Kai ahora.
Tras consultas con varios veterinarios, se confirmó el diagnóstico: ceguera total e irreversible. Esa fue la principal secuela del golpe en el campo. Además, sufre convulsiones crónicas (que requieren medicación), una garra le fue amputada y requiere cartílagos para reforzar las caderas. “Esas consecuencias no le están impidiendo tener una buena vida”, aclara la experta cuidadora.
Casa humana y de puma
De a poco fue animándose a caminar, descubriendo el territorio, siempre en la casa o en el patio cercado. Pasó el tiempo y Estanislao seguía en la casa, a diferencia de otros pumas que llegan a la reserva por distintas causas, que de pequeños necesitan calor y alimentación cuidada, pero que luego pasan a los habitáculos de grandes dimensiones en la reserva.
“Iba creciendo y seguía acá y la casa se fue transformando en un recinto donde compartimos y adaptamos muchas partes para que él esté bien, que no se golpee, pueda dormir, tomar agua”, relata la jefa de Pumakawa. “Compartimos recinto humano y recinto de puma”, agrega.
Por su ceguera, Estanislao no iba a poder interactuar con otros pumas. Sus diferencias hubieran marcado un riesgo de muerte permanente con sus pares. Además, las convulsiones que sufre necesitan medicación y cuidados inmediatos.
“Se quedó acá porque no podría estar en una jaula común, no puede relacionarse con otro puma; por ser débil quizás lo matarían y como tiene convulsiones puede lastimarse si no tiene medicación y contención”, explica.
Lo que lo contiene –agrega la mujer– es “una rutina de lugares, horarios y sonidos y si le sacamos algunos de esos elementos se desorienta”. Además, por el alto desarrollo de sus sentidos, el oído es muy sensible a ciertos ruidos que lo espantan y se golpea al no ver, como ante truenos o máquinas.
“Tiene esas debilidades y por otro lado tiene fortaleza y las supera”, agrega su cuidadora, orgullosa.
Estanislao está vivo por la pulsión humana a favor de la vida, y porque existe Kai Pacha, que decidió condicionar su vida y su casa para convivir con él.
“Es un puma, no un gato”
“Seguime y no hables hasta que te diga”, es la consigna de Kai cuando llegamos. Atento, Estanislao percibe la presencia de alguien ajeno a la casa, por más empeño que uno haga en pisadas silenciosas. Respetando su espacio y evitando gritos, la experiencia transcurrió con toda normalidad, mientras el puma giraba alrededor de la mesa en la que estábamos sentadas.
Para ella, transformarse en la cuidadora de Estanislao fue un proceso que condiciona su vida social, algo que acepta gustosa. “Muy poquita gente llega a mi casa, él es reacio a las cosas nuevas. Claro que me condiciona y ayuda a mi aislamiento”, dice.
Aclara, por las dudas, que Estanislao no está al alcance de los visitantes de la reserva: le provocaría un fuerte estrés al animal y también a los humanos visitantes.
Los voluntarios de la reserva que van a tener contacto con este puma, reciben una preparación que consiste en la práctica de meditación y ejercicios de calma.
Sobre el impacto de la gente que puede conocerlo, dice que es inevitable que sientan miedo. “Es un puma, no es un gato, pero hago un acompañamiento para que se sienta segura”, apunta.
Esos cuidados son importantes porque el riesgo de un ataque no está absolutamente descartado.
“El puma no pierde el instinto, cuando empieza un gesto de cacería no puede frenar; cuando empieza en el 1, termina en el 4. Por ejemplo, el 1 puede ser que se engancha una garra en la tela, en un pantalón, entonces va a tironear, va a empezar con los zarpazos y puede ir al mordisco. Las situaciones que tuvimos quedaron en el 1, porque siempre estamos atentas”, precisa.
No al mascotismo
Kai Pacha aclara, una y otra vez, que su relación con Estanislao está en las antípodas del mascotismo, práctica que repudia y condena por atentar contra la fauna autóctona.
“Este es un vínculo que nada tiene de parecido con una mascota; yo soy una cuidadora, comparto la casa y lo ayudo, porque de otra manera no podría vivir; sería biológica y ecológicamente un ser muerto. El apostar a la vida no tiene nada que ver con tenerlo para mí; él me tiene para él”, manifiesta.
Un día en la vida
“Duerme en el pasillo y a las 4 o 5 de la mañana me llama a la habitación con un sonido o raspando la puerta. Pide salir. Se va afuera (dentro del patio cercado), come y a las 8 vuelve a entrar. Yo estoy tomando unos mates, nos saludamos y toma agua. A veces tiene un rato de siesta adentro y después se va a dos lugares afuera: un solárium y otro más resguardado. A la tardecita (son crepusculares los pumas) camina y pide comida. Come solamente con la boca, no con la garra: hay que cortarle la carne. Después pide entrar y mimo, contacto, muchas veces antes de llegar a mi pieza pongo una frazada, me quedo con él, tenemos mucha confianza corporal y se relaja mucho. Si yo respiro hondo, él respira hondo, y también al revés. A las 5 de la mañana volvemos a encontrarnos”.
Ese es el resumen que Kai hace de un día normal, en el que ella además atiende la reserva de flora y fauna de Villa Rumipal.
Los pumas de Pumakawa
Pumakawa se fue convirtiendo con los años en un espacio referente para el puma, y Kai Pacha, en una especialista reconocida en el país en el manejo del felino. En la actualidad, viven allí 23 pumas, en habitáculos de grandes dimensiones, que les permiten desplazarse por un ambiente natural, muy diferente a una jaula.
Son recuperados del mascotismo, o cachorros cuyas madres fueron asesinadas, o ejemplares desplazados por el urbanismo o rescatados de cotos de caza. Convergen ahí, animales atravesados por distintas situaciones e imposibilitados de retornar a la naturaleza. En Pumakawa, al menos, se recrea un ambiente parecido al hábitat natural.
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