La Voz del Interior @lavozcomar: Argentina, su dirigencia y sus frustraciones

Argentina, su dirigencia y sus frustraciones

La Argentina de los años 1970 fue un caos. La estructura militar no podía contener las contradicciones de nuestra sociedad. Sin embargo, esta aún tenía altos índices de equidad social.

Acuden a Juan Domingo Perón para apaciguar una sociedad en crisis, estremecida por los enfrentamientos de la derecha y la izquierda. Un líder lúcido, pero enfermo y agotado, de algún modo fuera de la realidad de una sociedad que había evolucionado a partir de un controvertido proceso de modernización desarrollista.

La insurgencia de origen marxista y la de origen cristiano que representaba la profunda división de la Iglesia Católica no daban tregua. La violencia imperaba.

Dictadura y democracia

El conjunto de la sociedad propició una dictadura que se manifestó en una brutal represión y contradicciones entre la postura de la política económica y el manejo del gasto público. Militares mediocres y por eso mismo sin límites e incapaces para entender la realidad y proyectar al país por la senda del desarrollo. Consecuencia: un país endeudado y una estructura social dañada en sus fundamentos.

Asume el gobierno radical, cuya visión de la economía no se correspondía con la realidad. Su impronta democrática no bastaba para entender la división ideológica de la ciudadanía, y menos captar los cambios que la dictadura había producido en la estructura económica. El mundo había virado hacia el consenso de Washington, y el proyecto alfonsinista fenece mediante una hiperinflación, que no es otra cosa que la lucha de todos contra todos por recursos. Lo que yo llamo una guerra civil encubierta.

A ese fracaso le sucede la presidencia de Carlos Menem, quien, al carecer de un proyecto económico, acude a la corporación Bunge y Born, cuyos directivos se hacen cargo, pero no logran establecer un proyecto consensuado.

La emergencia lo conduce a plantear una política de corte neoliberal liderada por un superministro, apoyado por parte de la renovación peronista y grupos empresarios. Este logra contener la hiperinflación e imponer una política de reducción del sector público; en un tiempo muy breve, liquida el acervo estatal, lo que le sirve para financiar un plan de estabilidad que a la postre resultó no sólo anticompetitivo sino mortal para la red productiva creada al calor del proceso de sustitución de importaciones.

La desocupación crece de manera exponencial, y zonas como el conurbano bonaerense arrastran el país a situaciones socioeconómicas típicas del resto de las naciones latinoamericanas. Sectores de la clase media enceguecidos por subsidios implícitos (similares a los de la etapa de José Martínez de Hoz) disfrutaron de un alto estándar de vida a expensas del empobrecimiento de amplias capas de la sociedad y de un creciente endeudamiento, para mantener una paridad cambiaria insostenible.

El capital nacional sufre y una parte es cooptada por monopolios extranjeros. El arribo de la Alianza, con el gobierno de Fernando de la Rúa, persiste en un modelo que profundiza la destrucción del tejido social que había caracterizado a la Argentina.

Después de la gran crisis

La crisis del 2001-2002 revela la ceguera de una dirigencia política que no entiende el significado de un proceso de crecimiento y desarrollo. Dirigencia que, obnubilada por el proceso de estabilidad, no avizora los pies de barro de los fundamentos de un proceso neoliberal incapaz de provocar el efecto derrame que sus teóricos sostenían.

El interinato de Eduardo Duhalde trata de recuperar los fundamentos del proceso de industrialización y salvar a grupos empresarios a costa de sumergir aún más a los sectores de menores recursos. Raúl Alfonsín, como líder del radicalismo, apoya esa política.

El presidente Néstor Kirchner continúa los lineamientos del gobierno transitorio, mantiene una severa política ortodoxa en sus inicios, reordena el proceso económico y recupera el empleo. Un programa basado en los favorables precios de las materias primas, que es sacrificado en aras de la perpetuación del poder K.

Entretanto, su política energética va a la deriva y establece un raro acuerdo con Repsol. El proyecto de poder de los Kirchner, sostenido en la recuperación de la economía, posibilita la sucesión a manos de Cristina Fernández de Kirchner, quien es elegida por su esposo con dedo de autócrata, lo que a la postre significó un cambio abrupto de políticas en beneficio del consumo, la pérdida de ahorro, la escasez de inversión y la carencia de un plan de crecimiento. La estanflación es su consecuencia.

Su fracaso y su estilo político autócrata permiten la emergencia de un gobierno neoliberal con cierta visión centralista y con un discurso que reivindica el capitalismo. El presidente Mauricio Macri, quizá por su debilidad política, no logra definir un proyecto sustentable y coherente en su accionar. La accesibilidad a la incorporación de capitales golondrinas lo conduce a culminar su gestión con una toma de deuda externa que hipoteca el país.

Alberto Fernández refleja la debilidad de un presidente elegido por el dedo de su vicepresidenta, sin poder y sin autoridad moral. Por su debilidad, asume en la etapa final del gobierno un ministro de Economía que en aras de su campaña presidencial desarrolla políticas demagógicas al extremo, lo que profundiza el caos.

Hoy, un gobierno anarcocapitalista que se declara sucesor del de Menem.

* Doctor en Ciencia Política (UNC-CEA)

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