Kamala Harris se agigantó en Chicago
Un fantasma merodeó Chicago en la antesala de la Convención Demócrata. Era el espectro de 1968, cuando en la misma ciudad de Illinois se realizó la convención y la guerra en Vietnam dividió a los demócratas. Sobre todo los más jóvenes estaban radicalmente en contra de lo que hacían las fuerzas del general Westmoreland en el sudeste asiático.
Los electores del ‘68 llegaron a Chicago también bajo la sombra del magnicidio que los dejó sin un gran candidato, Robert “Bob” Kennedy, asesinado meses antes en el hotel Ambassador, de Los Ángeles.
A esa desolación se sumó la rebelión en las bases demócratas por los crímenes cometidos con napalm y la destrucción ambiental que causaban los defoliantes como el agente naranja con que se procuraba quitar a los milicianos del Vietcong el resguardo de la jungla.
A los jóvenes los indignaba que fuese un presidente demócrata, Lyndon Johnson, el que empujó a Estados Unidos a esa guerra, en alianza con el criminal presidente de Vietnam del Sur, Nguyen Van Thieu.
De aquella accidentada convención salió la candidatura de Hubert Humphrey, luego derrotado por Richard Nixon.
Lo que fue la Guerra de Vietnam en la convención de 1968 podía ser ahora la guerra en Gaza. En las bases demócratas, sobre todo en los jóvenes norteamericanos, indignan los envíos masivos de armas y municiones con que la administración de Joe Biden apoya la operación israelí que ha devastado ciudades, aldeas y campos de refugiados, además de exterminar a decenas de miles de civiles gazatíes.
Es cierto que Joe Biden defiende la “solución de los dos estados” y que ha presionado a Benjamín Netanyahu para que acepte treguas, deje ingresar ayuda humanitaria y evite atacar hospitales, escuelas y demás lugares donde puede producir víctimas civiles. De todos modos, el nivel de catástrofe provocada por la operación israelí –que sigue al pie de la letra el plan trazado por Hamas para que las masacres civiles destruyan la imagen de Israel– provoca que colaborar de cualquier modo con Netanyahu y su gobierno extremista contamine al Gobierno norteamericano.
Finalmente, el fantasma de la convención de Chicago de 1968, con sus trifulcas y divisiones, no ingresó a este encuentro también realizado en la “ciudad de los vientos”. Pero las protestas por la tragedia que Hamas y el Gobierno israelí le están infligiendo a la población de Gaza no eran la única preocupación.
Mejor que lo esperado
También preocupaba la despedida de Biden. ¿Diría algo inconveniente contra el empujón que le dio la dirigencia para que renunciara a la candidatura? ¿Caería en esos lapsus y confusiones que pusieron en duda sus cualidades cognitivas? Finalmente, no fue una magnifica pieza discursiva, pero tampoco fue un desastre.
Otra duda tenía que ver con la sucesión. Al no haber antecedentes de que un candidato elegido en primarias sea empujado a dejar la postulación a alguien que no fue elegida en primarias, lo que ocurriría en la convención sobre la candidatura de Kamala Harris causaba incertidumbre.
Sin embargo, todo salió mejor que lo esperado. Los discursos de Michelle y Barack Obama tuvieron el brillo que siempre se espera de ellos. Bill Clinton tuvo buena puntería al destacar como diferencia esencial entre los contendientes de noviembre que Harris siempre “primero piensa en la sociedad y actúa por la sociedad”, mientras que Trump “siempre primero piensa en él y actúa en pos de sí mismo”.
Oprah Winfrey tuvo el acierto de destacar que dar el voto a la actual vicepresidenta en noviembre es votar por “la verdad, por el honor y por la alegría”. Y sumó elogios a Harris otra figura muy popular y querida: Steve Wonder.
El resultado: la Convención Demócrata irradió desde Chicago optimismo y energía, además de salvar la unidad partidaria en un tiempo de acechanzas divisivas y furias desmadradas.
En el cierre, la candidata agregó un discurso lúcido y potente a esa sonrisa que ya convirtió en sello propio y en señal política, por contraste con el duro rictus de Trump y la furia política que usa como combustible el magnate neoyorquino.
Su nombre completo es Kamala Devi Harris. El apellido inglés viene de su padre jamaiquino y afroamericano, mientras que sus dos nombres hablan de su madre, una bióloga india e hinduista.
En las antiguas escrituras hindúes, Kamala es la palabra del sánscrito que designa a la flor de loto y subraya la cualidad de hacer flotar sobre aguas turbias su particular belleza. Y Devi es la diosa de la mitología hindú que representa la energía creativa y la protección del universo.
La Convención en Chicago dejó en los demócratas la sensación, o ensoñación, de que Harris inyectará “energía creativa” y dará a la democracia norteamericana “la protección” contra el mal que personifican en Trump: un conservadurismo oscuro, autoritario y socialmente egoísta.
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