Arte efímero
Hace muchos años me convocaron a un taller docente sobre historia americana. La propuesta consistía en contrastar la leyenda rosa (la que ensalza la conquista a manos de europeos) con la denominada “leyenda negra” (que propone escuchar otras campanas). Alumnos y docentes de las carreras de Historia y de Geografía nos apropiamos del patio y las galerías de la institución. La tarde no podía ser más espléndida. Tibia y con un sol remoloneando por ahí.
Hace muchos años me convocaron a un taller docente sobre historia americana. La propuesta consistía en contrastar la leyenda rosa (la que ensalza la conquista a manos de europeos) con la denominada “leyenda negra (que propone escuchar otras campanas). Alumnos y docentes de las carreras de Historia y de Geografía nos apropiamos del patio y galerías de la institución. La tarde no podía ser más espléndida. Tibia y con un sol remoloneando por ahí.remoloneando por ahí.
La lectura y el debate adquieren nivel gracias al análisis de textos sugerentes. Los organizadores avisan que en 15 minutos está previsto el plenario. Piden que cada grupo tenga listo su aporte por escrito.
Sin previo aviso, una tormenta de tierra se apodera del lugar. Cachetadas de viento y polvo obligan a todos a buscar refugio. El tierral habilita la diáspora.
–¡Guarden los materiales! ¡No pierdan las hojas con las conclusiones, por favor! –se alcanza a escuchar en medio del desbande generalizado.
–¡En cuanto podamos, hacemos el plenario! –insisten las mismas voces.
Voces que llegan tarde. El grueso de los asistentes ha interpretado que la jornada ha concluido. La tormenta de tierra deviene en chaparrón. Y el chaparrón, en silencio. Tomé el episodio como metáfora. Al menos ese día, a las conclusiones sobre la historia de América se las llevó el viento.
Mamá escribe
Y si hablamos de vientos, nuestra provincia suele ser el escenario perfecto para el ingreso del pampero sucio. Definido como aquel que se entretiene primero en barrer la meseta patagónica para depositar su carga de sedimentos en el centro del país. Tener conocimientos de meteorología me permite regular los esfuerzos que supone limpiar la casa. Me informo bien y espero que sople, nomás. Que despliegue su poder “democrático” y trate por igual a palacios y taperas, para luego, sí, poner manos a la obra.
Porque para mí la limpieza califica como arte efímero. ¿Qué sentido tiene deslomarse para mantener una casa impoluta? Nunca tuve a nadie que me ayudara con estos quehaceres. Acostumbrada a ejercer la docencia en distintos turnos, opté por adoptar una actitud relajada. Llegados a una edad, el aseo del cuarto de mis hijos pasó a ser su responsabilidad. Cada vez que invitaban a algún amigo a pasar la tarde, sabían que tenían que ordenar y limpiar el cuarto.
No recuerdo que mis hijos me hayan dibujado entregada a las tareas domésticas. Hace muchos años, mientras me encontraba dedicada a la producción de una enciclopedia geográfica, era habitual verme rodeada de montañas de materiales de consulta. Un día alcanzo a escuchar que un amigo de mi hijo le dice, extrañado:
–Tu mamá no barre, no plancha, no lava… ¡no cocina!
–Pero mi mamá escribe. Y eso no lo hace cualquiera…
Le tapó la boca. Literal.
Soy de esas personas que cuando hacen una limpieza a fondo, lo informa para que se note. Para que lo aprecien.
–Miren qué lindo quedó el piso. Ordené el placard. Espero que dure.
Y otras frases por el estilo.
Planchado y arrugado
De jovencita, me gustaba planchar. Desplegaba una tabla de madera maciza, pesadísima. Lo hacía frente a un ropero de tres cuerpos, estilo Chippendale, que tenía un espejo majestuoso. Montañas de ropa de toda la familia pasaban por mis manos. Hasta usaba apresto en aerosol para dejarlas perfumadas y tiesas. Tal vez me servía de terapia.
Con el tiempo, planchar se convirtió en tarea obligada y perdió todo el encanto. Hoy prácticamente no plancho, y cuando lo converso con amigas, confirmo que no soy la única. Hasta existe un día mundial de la camisa arrugada. Se celebra cada 20 de diciembre. Yo lo honro todo el año. Hay que cuidar la eficiencia energética.
Tampoco es cosa de planchar de más. Como aquella vecina que me contó la curiosa estrategia de su prima, dispuesta todavía a complacer a su esposo. Cuando le tocaba el turno a las sábanas de la cama matrimonial, trazaba un meridiano de Greenwich imaginario y sólo planchaba la mitad de la funda y la mitad de las sábanas que usaba su marido. El resto, lucía como de papel crepe.
Orden y limpieza
Si uno se quiere frustrar, no hay como hojear una publicación de decoración de interiores. Espacios no vividos. Espacios que no admiten la presencia de niños y de animales de compañía. Las suelo llamar “casas mausoleo”.
Tampoco adhiero al desorden, al caos total. Cuando recibo invitados, me obligo a dejar “decente” el hogar. Aprovecho para mirarlo todo “con ojos de visita”. Ojos implacables. Despejo los rincones, ordeno, abarroto los espacios de guardado. Después me olvido dónde escondí objetos de uso cotidiano que no tienen por qué estar a la vista.
Una vez me ocupé de esto con esmero. Lo único que no alcancé a repasar fueron los vidrios de la puerta ventana que da al balcón. Por la hora de la visita, calculé que no sería necesario correr las cortinas. Todo iba perfecto, charla va, mates vienen, hasta que se corta la luz. Sí o sí, tengo que correr las cortinas. Sólo yo sé que los vidrios no lucen impecables. Recuerdo el refrán de origen francés que reza “error confesado, error duplicado” y decido callarme la boca. El apagón se prolonga un largo rato. El atardecer apura la conclusión de la visita. Sin ascensor, mi amiga decide bajar por escalera los cinco pisos hasta la calle. Me ahorra la escalada de regreso.
En cada casa hay un reducto “fuera de control”. Cuando era chica, ese lugar era una abertura que conectaba la cocina con el comedor de diario. Fruto de una ampliación, había quedado el espacio que ocupaba una ventana. No había manera de mantenerlo ordenado. Revistas, diarios, envases, portalápices, blocs, pañuelos, una caja con boletas, folletos y cedulones.
De ahí la importancia de los espacios de guardado y los organizadores. El mes clave para ordenar la casa suele ser marzo, con su “vuelta al cole”. Más de una vez, una famosa tienda dedicada a la construcción y al hogar ha repartido publicidad bajo el lema “Porque creemos en la tranquilidad que transmite el orden”. ¿No será mucho, digo yo?
Fragancias creativas
Cuando era pequeña, mi hija solía decirme:
–Mamá, escuchá el olor.
Un pedido cuanto menos surrealista. Casi como las fragancias de todo un ecosistema de productos que prometen el oro y el moro. Tenemos para todos los gustos. Líquidos para pisos cuyas fragancias apuntan a “Alegra tu día”, “Espíritu play”, “Sólo para ti”, “Aire de playa”. Aromatizadores que aseguran otorgar al ambiente “Brisa polar” o “Frescura de rocío”. Sin olvidar la fragancia “Patio”. Sí. Patio.
Los expertos perfumistas han conseguido que una fragancia se llame “Música de primavera”. Ni mi hija se animó a tanto.
Las publicidades de los productos de limpieza no van a conseguir engañarme. Como dice una amiga muy querida, se trata de aplicar “aceite de codo” y refregar, nomás. La pena es que dure tan poco.
Hace un tiempo se puso de moda una tal Marie Kondo, una gurú del orden. Creadora del método Konmari, que sirve para ordenar “de verdad” un armario, la casa y la vida entera. Y para eso es imprescindible estar dispuesto a deshacerse de cosas. Lo curioso es que cuando Kondo fue madre se rindió y terminó admitiendo que es imposible tener la casa ordenada cuando hay pequeños en el hogar. Orden y limpieza tendrían que ir de la mano. Artes efímeros si los hay…
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