Pies descalzos, una historia de Hiroshima: la atrocidad en modo manga
Este martes 6 de agosto se cumplirán 79 años desde que el B-29 estadounidense Enola Gay plantó el atroz hongo atómico sobre la ciudad japonesa de Hiroshima. La efeméride sopla el momento para poner en foco Pies descalzos, una historia de Hiroshima, imprescindible serie de historieta de Japón que Penguin viene editando en Argentina a través de su sello Distrito Manga, y cuyo cuarto y último tomazo recopilatorio aparecerá en septiembre.
Actualmente, el de origen japonés es el cómic con más llegada en todo el mundo. Pero ante las mayorías que miran este fenómeno de consumo cultural desde afuera o “de ojito”, el manga y el anime aparecen estereotipados por la hiper abundancia de series mainstream dirigidas a niños y adolescentes.
Esa visión de la narrativa dibujada nipona como una plaga de aventuras fantásticas y dramas románticos juveniles suele obturar la percepción de su diversidad temática, estilística y de públicos destinatarios, tan ancha como la que actualmente ofrece la historieta de otros centros productores; y quizá más.
Incluso se puede llegar a afirmar que tal ampliación de los horizontes historietísticos se abrió en Japón antes que en Europa o Estados Unidos. Y Pies descalzos, a esta altura un clásico, resalta como un ejemplo emblemático de esa apertura, junto al Adolf de Osamu Tezuka (¡El autor de Astroboy!), claramente referido a Hitler y al nazismo, pero también al fascismo japonés de la misma época.
Experiencia propia
Keiji Nakazawa comenzó a publicar por entregas esta extensa historia de Hiroshima desde Tokio en 1973, tras ensayar el abordaje del mismo hecho histórico, y personal, en varios mangas cortos. 28 años antes, cuando sólo tenía 6, estaba en su ciudad natal, la del título, en plena deflagración atómica; a la que sobrevivió junto a su madre tras perder al resto de su familia. La obra no aparece explícitamente presentada como autobiográfica ni como exponente de la no-ficción, pero obviamente está motivada y alimentada por la traumática experiencia del autor, aunque con licencia para un notable ensanchamiento ficcional.
El prólogo al primer tomo recopilatorio publicado en occidente está a cargo del historietista sueco-norteamericano Art Spiegelman. Allí, el autor mundialmente identificado como el gran referente del relato historietístico testimonial cruzado con una “narrativa del yo” a partir de su Maus, cuenta que leyó febrilmente Pies descalzos a fines de 1970, cuando comenzaba a plantear su “propia crónica extensa de otra catástrofe crucial del siglo 20”: el holocausto nazi.
La historieta de Nakazawa comienza en abril de 1945, llega al fatídico 6 de agosto en la página 250 y sigue durante otras 2.400 páginas las vivencias de un grupo de huérfanos y otros desamparados que se rebuscan duramente la supervivencia en los restos de Hiroshima durante los días, meses y primeros años posteriores al ataque nuclear sufriendo sus variadas consecuencias y la aridez económica del Japón derrotado, bajo ocupación militar norteamericana. Y a través de esa narración pormenorizada Gen el descalzo –título original que alude al principal protagonista– elabora un potente alegato antinuclear, antibelicista y antitotalitario.
Intensidad emocional extrema
Este relato frontal, fuertísimo –que alcanza situaciones inconcebibles de auténtico patetismo sin esquivar sangre, sudor, lágrimas ni escatología– expone, entre otras cosas, los efectos a mediano plazo del “síndrome de irradiación aguda” que afecta a muchos sobrevivientes, junto a las marcas menos corpóreas del estrés postraumático más grande que podamos imaginar.
La intensidad emocional extrema, característica en tantas narrativas japonesas, contrasta aquí, en primera apariencia, con la predominancia de un modo de figuración “ingenuo”, redondito, muy propio del manga de los años ‘70, aún muy apegado al poderoso influjo Disney que, vía Tezuka, marcó a la historieta japonesa.
No obstante, ese estilo de dibujo se enturbia notoriamente en algunos momentos de dramatismo mayor, como la recurrente representación de los espectrales “desfiles” en los que fugaces sobrevivientes caminan como zombis, exponiendo colgajos de piel arrasada que se derraman de su cuerpo a través de sus manos.
Casi cíclicamente, varios personajes despliegan vehementes diatribas tanto contra Estados Unidos por haber arrojado “la bomba”, como contra el antiguo régimen imperial japonés por haber basado su proyecto de progreso desigual en la voracidad bélica, llevando a su pueblo a guerra tras guerra hasta los bombardeos fatales.
Algunos pasajes de Pies descalzos delatan la presión tiránica de aquella sociedad militarista e idólatra que pretendía imponer a toda costa su ideario sin lugar a disidencias. Otros denuncian una dominación estadounidense que ejerce violencia para mantener ocultas al mundo las secuelas de sus ataques atómicos y para convertir a nipones disconformes en recursos para sus próximas intervenciones armadas. Y otros tramos desnudan con detenimiento las miserias humanas –prejuicios, egoísmos, avaricias y traiciones– que, en ese contexto de sálvese quien pueda, actúan entre pares, hasta en los más íntimos senos familiares.
Pasos de comedia
Pese a tanta crudeza, y de la mano del contrapuesto registro visual, mayormente “blando” y “blanco”, esta serie que alcanzó la jerarquía de novela gráfica no elude los pasos de comedia que también suelen caracterizar a gran parte de la narrativa manga. Apoyándose en ciertas representaciones de expresividad facial y kinésica sumamente estandarizadas en la cultura popular japonesa, la obra magna de Nakazawa elabora secuencias risibles con las alegrías momentáneas de los protagonistas, modulando así un eje de tensión variable que colabora a hacer tolerable una historia tan terrible.
Historia terrible que, sin embargo, resulta tremendamente “entretenida” y deja un balance de buen sabor anímico por gracia de un héroe colectivo que a pesar de penurias permanece –no sin flaquezas y contradicciones– resiliente, esperanzado, afanoso, solidario; y rebelde ante los males de este mundo.
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