La Voz del Interior @lavozcomar: ¿Hacia dónde vas tan apurado, Nicolás Maduro?

¿Hacia dónde vas tan apurado, Nicolás Maduro?

Erik Dean Prince es un excomando de elite estadounidense, cincuentón, padre de siete hijos, que vive en Abu Dhabi. Le tocó participar en varias campañas desestabilizadoras de gobiernos que su país llevó adelante en Medio Oriente y en los Balcanes, y formó parte de una fuerza especial de la CIA creada para asesinar a terroristas en diversos lugares del planeta.

Erik encontró su lugar en el mundo cuando, luego de la muerte de su padre millonario, fundó Blackwater, en 1997, una empresa de mercenarios que se transformó rápidamente en contratista al servicio del gobierno. Estados Unidos había descubierto que le convenía privatizar las masacres que cometía en el extranjero, para no manchar el uniforme de sus fuerzas oficiales.

Blackwater ganó U$S 1.600 millones en contratos con el gobierno; y Erik, quien se autodefine como libertario, veía que su empresa no hacía más que responder a una demanda del mercado y a ofrecer un servicio de manera mucho menos burocrática.

Esta semana, el bueno de Erik salió al ruedo público para sugerir cuál es la solución para acabar con la dictadura de Nicolás Maduro en Venezuela: que el Departamento de Estado de su país eleve a U$S 100 millones la recompensa que ofrece por ayudar a capturarlo, que actualmente se encuentra en sólo 15 millones de dólares. Con un premio así, piensa Erik, el libre juego del mercado internacional de mercenarios se encargaría de quitar este grano que amenaza con picar durante décadas.

Otro millonario instalado en Estados Unidos, el locuaz Elon Musk, dijo que se encargará personalmente de depositar al “burro” de Maduro en Guantánamo, la base naval que el país usa como oscuro centro de detención en la isla de Cuba. Esto luego de que el déspota venezolano, en otro de sus raptos mentales, lo acusó de querer invadir la nación caribeña usando los cohetes espaciales de su empresa SpaceX.

El lado del opresor

Ambas propuestas de solución, tan inusuales, se conocieron mientras el mundo ve el fracaso del sistema internacional de organizaciones y redes diplomáticas para lograr que el dictador acepte el resultado de la elección presidencial y se retire a un destierro dorado en algún recoveco del globo.

Jóvenes de todo el planeta están recibiendo una lección en tiempo real: ni la OEA, ni la ONU, ni la Unión Europea tienen mucha utilidad concreta en ocasiones como esta, y sus asambleas se revelan como clubes fosilizados, donde las castas bien alimentadas de todos los países se reúnen a platicar un idioma incomprensible para quienes necesitan una solución práctica para, por ejemplo, conseguir que no los siga asesinando una dictadura.

Frente a este panorama, resuena la frase del arzobispo sudafricano Desmond Tutu, símbolo de la lucha contra el apartheid: “Si eres neutral en situaciones de injusticia, has elegido el lado del opresor”.

Jóvenes venezolanos suben a sus redes videos de sus reacciones frente al fraude electoral y la ola de crímenes cometida por el gobierno de Maduro.

Maduro, continuador de la demolición que inició Hugo Chávez, acaba de cometer el mayor fraude electoral de la historia moderna latinoamericana y es responsable del más grande éxodo de la historia regional: en poco tiempo, los venezolanos que debieron escapar de su país para no sufrir la persecución política o el hambre llegarán a ocho millones (el 27% de la población).

La revolución bolivariana arruinó la vida de millones de personas, acabó con los proyectos de millones de familias y pudrirá el futuro de generaciones enteras. Cientos de miles de padres venezolanos ven crecer a sus hijos por Zoom.

Maduro es un asesino de masas, un tirano que evolucionó de conducir una “dictablanda” que se disfrazaba de democracia, con un esquema de elecciones más o menos legítimas, a un régimen autocrático que ya no disimula su plan sangriento y su aspiración a eternizarse en el gobierno.

Ticket al paraíso

Como el caso cubano, se trata de otra revolución que ya fue vencida por la realidad, pero que continúa moviéndose en modo zombi, caminando hacia ningún lugar, enarbolando principios sociales devenidos en una farsa en la que ya no cree nadie.

En Cuba, la población no crece desde hace 25 años y comenzó una tendencia al descenso, no tanto por la fuga del 10% de su gente en las últimas dos décadas, sino porque cualquier persona joven que quiera tener un hijo no puede responder las preguntas de adónde lo hará vivir (en Cuba, en una misma vivienda, conviven hasta cuatro generaciones) y qué le dará de comer. Ese es el paraíso terrenal hacia el que Maduro conduce a Venezuela, con gran pericia.

El llanto impotente de los venezolanos que hoy puede verse en redes y en noticieros, la solidaridad con la que se acompaña ese dolor en las ciudades latinoamericanas que recibieron a los millones de exiliados, conviven con el cinismo de quienes afirman que Maduro, en realidad, es un perseguido, una víctima del juego de las grandes potencias, y que lucha por sostener la democracia de su nación.

Porque para la izquierda latinoamericana las dictaduras de izquierda no son dictaduras sino gobiernos víctimas de una mala interpretación. Y así se eternizan al calor de los gobiernos, hasta que una revuelta popular o “las fuerzas del mercado”, a decir de Erik Dean Prince, imponen su solución.

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