Florecimiento Humano: una prometedora alternativa al concepto de salud
De la mano del concepto de bienestar humano, surge hoy en día un nuevo término: el florecimiento humano como la más prometedora alternativa al actual concepto de salud humana.
Si bien la Organización Mundial de la Salud (OMS) reconoce que la salud debe integrar al “estado de completo bienestar físico, mental y social” y no solo a la ausencia de afecciones o enfermedades, es claro que socialmente consideramos a la salud como la ausencia de enfermedades, y al bienestar humano lo asociamos con felicidad.
Florecimiento humano, un concepto integral:
Se considera que el florecimiento humano es una combinación de “sentirse bien” y “funcionar efectivamente” en nuestro entorno, así como también, la apreciación de que nuestra experiencia de vida está yendo bien.
El florecimiento va más allá de los resultados (placeres, satisfacciones o lista de objetivos) e implica salud mental, salud física, satisfacción en la vida o placer eudaimónico, lo que a su vez, puede implicar al placer del “Daimon” o del ser espiritual.
Por ello, el florecimiento humano está necesariamente anclado a una vida con significado y propósito, que es nada más y nada menos que el resultado del reconocimiento del Ser: “Yo soy” como algo separado de la descripción racional de nosotros mismos y de lo que pensamos piensan de nosotros, o el ego.
En la filosofía del reconocido Baruch Spinoza, se plantea una ética centrada en las afecciones (enfermedades, pasiones del ánimo, de estado energético, de la energía de la vida, de la energía que alimenta el alma para dar vida al cuerpo, o “afición o cariño”), en los encuentros y las potencialidades. Spinoza no piensa en la realidad tal como debería ser, sino principalmente, en la realidad tal cómo es.
Otro concepto relacionado al florecimiento humano es el desarrollo del “carácter”, visto desde el punto de vista del reconocimiento del ser uno mismo y de la aceptación tal como somos, de aprender a vivir congruentemente con dicho reconocimiento, defendiendo a toda costa la convicción de quien somos por encima de lo que otros, piensan deberíamos ser.
Cuando concebimos integralmente (desde las neurociencias, la psicología y la filosofía) al florecimiento humano nos percatamos que tenemos varias habilidades cognitivo/conductuales que al desarrollarse optimizan nuestra vida afectiva y posiblemente también a nuestro ser espiritual.
De estas habilidades podemos destacar lo que actualmente concebimos como el “talante emocional”, que se refiere a esa habilidad cognitivo/conductual con la que regulamos nuestra experiencia afectiva, a lo que filósofos como Daniel M. Haybron denominan estado emocional general.
Esta habilidad nos permite ejercer un control ejecutivo de la duración e intensidad con la que se expresan nuestras emociones, así como el uso asertivo de las mismas en los contextos y situaciones en donde cumplen adecuadamente con su función. Por ejemplo, la ira es una emoción que nos activa y cumple una función deconstructiva, mientras que el amor si bien también nos activa cumple una función creativa.
Diversidad emocional
En la actualidad la literatura científica sobre las emociones maneja la idea de la “emodiversidad” o diversidad emocional, y se plantea que es más importante experimentar diversidad emocional que preservar alguna emoción positiva. De la misma forma, también se considera que lo más importante es aceptar las emociones como nuestras, para empoderarnos y poder hacernos cargo de ellas.
Si bien una emodiversidad de emociones positivas se ha relacionado con una mejor salud y mejor concepto de uno mismo, la reducción en la diversidad, aún cuando sigan siendo emociones positivas, se relaciona con lo contrario: mala salud y pobre concepción de uno mismo.
Por otro lado, se ha visto que las personas que han tenido que lidiar con profundas experiencias traumáticas, como lo es el abuso sexual, encuentran en la emodiversidad de emociones negativas una alternativa para enfrentar con resiliencia las experiencias de vida.
Ello nos muestra a grandes rasgos, que el talante emocional no significa necesariamente controlar o inhibir las emociones negativas y promover o expresar principalmente a las positivas, sino que tiene que ver más con aceptarlas y experimentar la diversidad, así como usarlas asertivamente.
Esto implica un proceso continuo de aprendizaje que subyace al florecimiento humano con el que desarrollamos nuestro máximo potencial emocional y el cual nos distingue irremediablemente de los otros ya que depende totalmente de nuestra particular historia de vida.
Habilidades vinculares:
Otra de las habilidades que desarrollamos para promover el florecimiento humano es lo que actualmente denominamos “habilidades vinculares”, y que está relacionada con un balance entre pro-socialidad y altruismo.
El altruismo por definición implica hacer algo por los otros con la simple intención de ayudarles y a pesar de que ello sea en contra de nuestros propios intereses o ponga en riesgo nuestra integridad.
En tanto, la pro-socialidad puede esperar reciprocidad y se hace en la medida en la que nuestros propios intereses o integridad no se pongan en riesgo.
Por ello, si bien las intenciones pueden ser lo más altruistas posibles, la acción de ayudar debería tener la asertividad necesaria para no poner en riesgo nuestros intereses o integridad física y/o psicológica de una forma que no podamos o sepamos controlar.
Cabe destacar que, como lo planteó el médico francés, Pichon Riviere, la forma en la que dos individuos se relacionan es única entre ellos. Estos vínculos se establecen con una representación racional (cognitivo/conductual), una emocional y posiblemente incluso un aspecto espiritual. Además, son dinámicos e innegablemente implican la continua retroalimentación mutua que transforman a los individuos que forman dicho vínculo.
En el contexto del florecimiento humano se habla de “maestría ambiental”, como una habilidad mediante la cual interactuamos con nuestro entorno y, si bien esto implica la interacción que tenemos con el medio ambiente,también abarca a nuestro entorno humano.
Cuando promovemos nuestro florecimiento procuramos un entorno que lo propicie y se adapte a ello, lo que nos lleva a dejar atrás vínculos que no nos aportan más y así encontramos vínculos que “nos suman” a este proceso de individuación con el que florecemos.
Por: Dr. Victor Ramírez Amaya
Investigador Independiente CONICET-FCEFyN-UNC
Cedula Doctorado 3547735
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