La diócesis primada de Argentina
La decisión de la Santa Sede de retirarle a la diócesis de la ciudad de Buenos Aires el carácter de primada de la Argentina para otorgársela a la de Santiago del Estero ha sido recibida con beneplácito por la mayor parte de los feligreses. Muchos de ellos se preguntan cuáles son las razones que inspiraron tal decisión, por lo que creo oportuno analizarlas.
Según una costumbre inmemorial de la Iglesia Católica, el título de diócesis primada de una nación le corresponde al obispado más antiguo, más allá de la importancia de la ciudad que es sede de él. Por caso, la diócesis primada de España es la ciudad de Toledo, y la de Francia, Lyon.
Ignorando la citada tradición, durante el papado de Pío XI, un decreto de la Sagrada Congregación Consistorial del 29 de enero de 1936 le otorgó dicho título a la diócesis de la ciudad de Buenos Aires. Ahora bien, ¿a qué sede episcopal le corresponde en realidad la condición de diócesis más antigua entre nosotros? Revisemos la historia para responderlo.
El Obispado del Tucumán fue el primero de nuestro país, creado por Pío V el 10 de mayo de 1570, mediante la bula Super Specula Militantis Ecclesiae, a solicitud del rey Felipe II. Su sede catedralicia fue Santiago del Estero, la primera ciudad fundada en tierra argentina y, por entonces, capital de la Gobernación del Tucumán, que abarcaba las actuales provincias de Jujuy, Salta, Tucumán, Santiago del Estero, Córdoba, Catamarca y La Rioja.
Santiago del Estero debió ser mudada en varias ocasiones por distintas causas, entre ellas las inundaciones del río Dulce, que le causaban serios perjuicios. Además, vio dificultado su progreso por verse privada con frecuencia de hombres jóvenes, que eran reclutados para otras fundaciones en la Gobernación, lo que la hizo merecedora del nombre de “Madre de Ciudades”.
La pobreza que en ella se vivía generó, a mediados del siglo XVII, la propuesta de trasladar la sede episcopal a Córdoba, reclamada con insistencia por clérigos y gobernantes. El tesorero de la Catedral, José de Bustamante y Albornoz, se lo pedía en 1676 al rey, alegando que la Catedral era “una casita mal hecha, que por horas se teme que se caiga sobre ellos”.
Seis años más tarde era el obispo, fray Nicolás de Ulloa, quien se lo suplicaba al monarca, informándole que “era unánime opinión de cinco gobernadores del Tucumán (…) que lo eran y habían sido”. Uno de estos gobernadores era don Fernando de Mendoza Mate de Luna, el fundador de Catamarca, quien el 1 de agosto de 1682 le escribía con el mismo objeto.
Fray Manuel Mercadillo fue nombrado obispo del Tucumán el 8 de noviembre de 1694 y, ya antes de hacerse cargo, se propuso lograr la mudanza. El 26 de noviembre de 1695 le escribió a Carlos II exhortándolo a ordenarlo, bajo el argumento de ser Córdoba “la ciudad de más lustre del Tucumán (…) la principal del obispado, donde residen el gobernador, el obispo, la nobleza y cuatro conventos con las religiones de Santo Domingo, San Francisco, La Merced y la Compañía de Jesús”, Y añadía el dato de que en ella se estaba edificando “a piedra, cal y ladrillo (…) una magnífica iglesia para Catedral”.
Así lo dispuso Carlos II el 23 de julio de 1696 mediante una Real Cédula, confirmada por el papa Inocencio XII el 28 de noviembre de 1697. En cumplimiento de ello, Mercadillo, ya en ejercicio de su cargo, dictó el 19 de junio de 1699 un auto en el que declaró a la iglesia mayor de Córdoba “Catedral de este Obispado del Tucumán” y ordenó la inmediata ejecución del traslado, que se inició cinco días después.
En su nueva sede, la diócesis más antigua siguió llamándose “del Tucumán” hasta el siglo XIX, cuando al crearse nuevas diócesis desprendidas de ella pasó a ser denominada “diócesis de Córdoba”. Santiago del Estero había dejado de ser en 1699 la sede de la más antigua y su nueva diócesis fue erigida por Pío X recién el 25 de marzo de 1907, mediante la bula Ea est in quibusdam.
En una nota aparecida el 22 del corriente en el diario La Nación de Buenos Aires, en la que celebra la decisión del Pontífice, Mariano de Vedia afirma que “la Santa Sede creó en 1699 la diócesis de Córdoba (hoy arquidiócesis), que subsumió el territorio de la primitiva Diócesis del Tucumán”, lo que constituye un error. Como vimos, en 1697 –no 1699– Inocencio XII no creó ninguna diócesis, sino que convalidó la decisión tomada el año anterior por Carlos II, de trasladar a Córdoba la sede de la diócesis del Tucumán, que siguió llamándose de esa manera.
Desde entonces, Córdoba pasó a ser la sede de la diócesis más antigua del país, por lo que, a mi juicio, le corresponde el título de diócesis primada. De cualquier manera, aplaudo la decisión de Francisco I, que bien puede ser un paso importante y digno de ser imitado, en la ardua pero indispensable tarea de revertir este atroz centralismo que nos agobia y nos asfixia desde hace más de dos siglos, y que ha concentrado en una ciudad no sólo el poder político y económico, sino también el religioso.
* Escritor e historiador
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