La Voz del Interior @lavozcomar: Qué nos deja el femicidio de Catalina Gutiérrez

Qué nos deja el femicidio de Catalina Gutiérrez

En las últimas semanas, la sociedad cordobesa se vio sacudida por el femicidio de Catalina Gutiérrez, una joven de 21 años, estudiante de arquitectura de la UNC. El principal sospechoso es un compañero de ella en la facultad, Néstor Aguilar Soto.

El de Catalina es el sexto femicidio en la provincia en lo que va del año, según el coteo que llevamos en La Voz desde 2012. Allí registramos edades, quién es el imputado, si la víctima tenía hijos, el lugar del hecho, etcétera. Algo que parece meramente estadístico contiene en cada fila la vida misma de esas mujeres, guarda familias destruidas, hijos huérfanos, pueblos marcados por esas historias.

Cada comienzo de año, cuando creo las nuevas “filas” del excel sé que tengo que calcular entre unos 15 y 20 casos de femicidio, ya que esa es la cifra promedio para la provincia. “No, voy a poner solo tres o cuatro porque quién te dice este año suceda algo, cambien las cosas, no tengamos la maldita cifra”. La utopía disfraza la realidad de optimismo por un instante. Lo que hay detrás también es miedo a que en esa fila tenga que poner el nombre de alguien cercano, de alguien querido. Porque tras cubrir causa tras causa de femicidio y violencia, soy consciente de que nadie está exento de sufrir estas tragedias o de que pasen muy cerca.

Marcelo, padre de Catalina Gutiérrez, dio una estremecedora revelación sobre Néstor Soto.

Catalina era linda, influencer y de clase media-alta. La gran conmoción que generó -intuyo- tiene que ver con que muchas personas sintieron cercanía con su entorno social y de alguna manera percibieron el peligro cerca.

Además, algunos detalles de lo que se conoce hasta ahora lo diferencia de otros femicidios: si en el 65% de los casos los victimarios son parejas o exparejas de las víctimas, en este caso es la figura de un amigo, un compañero de la facu, una figura poco cuestionada o que nadie tenía en la mira. Nos acostumbramos a encender alertas cuando los vínculos amorosos se tornan controladores, manipuladores, violentos.

Pero el peligro a veces surge también de quien no tiene relación amorosa, de quien se creyó dueño de una persona antes incluso de llegar a ese vínculo. Esto nos recuerda que la violencia de género puede venir de la mano de cualquier vínculo.

Otra característica -al menos de lo que se sabe hasta ahora- es que su entorno no registró ningún indicio o señal de alerta en esta relación. Aunque una excompañera de colegio dijo en sus redes y en declaraciones a medios que había notado “actitudes raras”, pero que nadie la escuchó. En la mayoría de los femicidios, el victimario suele dejar evidencias que el entorno de la propia víctima rapidamente identifica.

La ausencia de estas alarmas hacen que muchos se pregunten con más fuerza en este caso “¿Por qué? ¿Por qué no lo vi? ¿Qué puedo hacer ahora? ¿Qué podemos hacer frente a estos casos?”

Y es una oportunidad para volver a repensarnos, por volver a hablar en la mesa del tema; no de los detalles personales del caso Catalina sino de la violencia machista, esa que en el país se cobra la vida de una mujer cada 30 horas. Los femicidas -salvo contadas excepciones- son personas sanas mentalmente, no son “loquitos aislados”, ni animales ni salvajes. Son personas como cualquiera, con una cosmovisión machista de las relaciones sociales que los lleva a creerse poseedores de la vida de esa mujer.

De allí la importancia de prevenir estas masculinidades atadas a un ideal de superioridad y dominio. ¿Cómo se llega ahí? Con un lento y largo camino desde la niñez en las que nos imponen roles estereotipados a nenas y nenes, y de grandes reproducimos con actitudes y acciones más concretas y riesgosas.

La responsabilidad es parte de cada actor de la sociedad, pero sobre todo del Estado. Sin embargo, y a pesar de que la problemática no merma, el Gobierno nacional desmanteló casi en su totalidad las ayudas económicas para las víctimas de violencia. También desmanteló una herramienta esencial de atención como la línea 144, a la que incluso le quitó su enfoque de género por uno sobre violencias generales. Negar la especificidad del problema es negarse también a a prevenirlo.

Mientras tanto, una sociedad conmocionada busca explicaciones en algo que está en el propio seno de nuestra sociedad. A nueve años del primer grito de Ni Una Menos, quizá sea momento de recordar estos conceptos básicos de la violencia, para volver a enfocarnos en la exigencia de su prevención.

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