La Voz del Interior @lavozcomar: ¿Por qué ser periodista? Una breve respuesta

¿Por qué ser periodista? Una breve respuesta

No son tiempos sencillos, de cimas serenas y de intercambios fluidos. Los ánimos están agitados y los espíritus pugnan por imponer su visión del tiempo presente y acomodar el pasado para justificar sus puntos de vista. Lo que piensan los otros es falso, no tiene sustento, es ideológico y, por ello, parcial. Dominan los sesgos, los círculos de interés y pertenencia. Las afinidades. Aquello que confirma nuestras ideas.

Habitamos un mundo cada vez más empequeñecido y prejuicioso. En cierta medida, falso y peligroso, dado que tiende a anular al otro con lo primero que se tenga a mano.

Un veneno circula con mucha liviandad por las profundidades y la superficie de la democracia. El espíritu de facción perfora la pluralidad republicana y mina poco a poco la convivencia democrática. Lo que antes nos resultaba agresivo, autoritario e incluso reaccionario, se expresa sin oposición, sin respuesta sensata. Se naturaliza la violencia verbal, carta de presentación de otras formas de agresión.

Los hechos son degradados, reducidos a sensaciones y a análisis cargados de adjetivaciones. Nos domina la emoción. Que no sea un mal exclusivamente argentino no es un consuelo: es sólo la medida de su peligrosidad. En la política, los extremos se regodean y el centro carece de discursos. Los eslóganes vencen a las ideas; y las reacciones, a la reflexión. La política se somete a las reglas de las redes: prefiere seguidores antes que ciudadanos, likes antes que adhesión consciente y crítica.

La profesión periodística cae también en esta mecánica sectaria, frívola e inhumana. El caso Loan muestra, además de la búsqueda de la verdad de lo ocurrido, cómo el drama de un niño se convierte en un show.

Ocurre otro tanto en relación con las noticias y los sucesos diarios: las señales de cable describen realidades diferentes y contradictorias con sólo cambiar de canal. Las radios y el streaming repiten la misma polaridad y puestas en escena efectistas.

Los hechos, en nuestra profesión periodística, se profanan y su sacralidad está contaminada de sobreinterpretación.

Ben Bradlee (1921–2014), mítico editor del Washington Post y clave en el caso Watergate, que terminó desencadenando la renuncia de Richard Nixon en 1974 a la presidencia de los Estados Unidos, fue consultado una vez por una joven editora de un periódico escolar.

En una carta, la adolescente le preguntaba qué lo hacía ser quien era en el mundo de la prensa. La breve respuesta que recibió del veterano periodista quizá nos pueda servir de parámetro para afrontar nuestra profesión en el mundo en que nos toca vivir:

“Querida Shannon Fagan, siempre me ha sido difícil explicarme, explicar mis principios. Creo en el trabajo duro. Creo en pelear contra todo tipo de dominación. Creo en alejarme de los fanfarrones. Creo en la honestidad total. Creo en la compasión. Sinceramente, Ben Bradlee”.

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