La Voz del Interior @lavozcomar: “El infinito”: el viaje de Pablo Bernasconi a los abismos de la ciencia, la filosofía y la poesía

“El infinito”: el viaje de Pablo Bernasconi a los abismos de la ciencia, la filosofía y la poesía

Los agujeros de gusano. El principio de incertidumbre. La teoría del caos. El limbo. La paradoja de Aquiles y la tortuga. El razonamiento acerca de que un mono inmortal, tecleando en una máquina de escribir con un solo dedo, en un tiempo sin principio ni final, tarde o temprano escribirá Hamlet. O un náufrago que sueña con sacar toda el agua del mar, vaso a vaso, y poder regresar a casa caminando.

De ese tipo de materias, teorías, especulaciones o estados de la imaginación está hecha la muestra “El infinito”, la nueva aventura del ilustrador y escritor Pablo Bernasconi, que se presenta en el Centro Cultural de la UNC (Obispo Trejo 314), hasta el 26 de agosto.

“El infinito” es mucho más que una exposición interactiva. Es la ocasión de pensar y de vivenciar, por la vía de las metáforas y de la poesía, esa dimensión insondable que constituye una de las obsesiones de la ciencia, la filosofía, las religiones, las mitologías y la literatura.

Fideos para hacer sopa de letras, una calavera y teclas de una máquina de escribir, los materiales de la obra de Pablo Bernasconi para materialezar la noción de

Para el creador argentino, es un concepto que le vuela la cabeza desde que era chico, cuando llegó a Bariloche, donde vive actualmente junto a su familia. Es una idea, una intriga, pero también una experiencia que dispara dardos al cerebro y se vuelve tangible.

A las 30 ilustraciones y definiciones que componen el libro El infinito (2018), en el que el artista ejecuta magias visuales sobre esa noción abismal y le da vida a haikus muy personales, entrañables, con filamentos de un humor elegante y acogedor, la muestra le suma un segmento de artefactos visuales y poéticos que materializan las indagaciones sobre ese concepto.

La infinitud puede ser inquietante, abrumadora, angustiante. Einstein pensaba, como se lee en una de las placas, que había al menos dos dimensiones con esa característica: el universo y la estupidez humana (de lo primero no estaba seguro).

Bernasconi le mete un filo de ternura, de alivio, de cobijo, trayéndose a una escala del día a día esta cuestión que ha aturdido a la humanidad desde hace miles de años.

Juegos ópticos, objetos que provocan una iluminación mental en sus enlaces con las palabras, bromas visuales, artilugios filosóficos y enigmas que desafían la imaginación y la percepción. Baruch Spinoza, John Locke, Newton, Franz Zappa, Clarice Lispector, Pascal, Platón y Borges (entre otros y otras) son parte de la invitación de Bernasconi a experimentar lo que no tiene fin.

De chiquito

–¿Tenés algún recuerdo del momento en que tuviste un atisbo del infinito?

–El atisbo del infinito para mí vino en dos momentos sucesivos, muy cerquita en el tiempo. La primera vez, fue entrando a Bariloche, mirando lo enorme que era todo. Ni siquiera miraba el cielo, simplemente era mirar la montaña, mirar una piedra. Cuando empezás a escalar, ves las diferencias de proporción que hay en todo, en un vaso de agua, en un lago, en una roquita, y el cerro Tronador… Empezás a escalar y te vas para arriba, ¿viste cuando sos chiquito? Eso te puede modificar un montón, a mí por lo menos me empezó a dar esa curiosidad, yo tendría 6 años, 7 años. La segunda vez fue mucho peor, en la primaria, yo debía estar en tercer grado. Me acuerdo que una compañera, de la nada, estábamos en una clase de lengua, le pregunta a la maestra: “¿Qué es el infinito?”. Recuerdo la cara de la maestra cuando quedó pedaleando, sin respuesta. Empezó a titubear. Era muy mandona, muy erguida y muy sólida, siempre. La respuesta que dio, básicamente, tenía mucho de religión. Y mi reacción fue: “No, no, por ahí no es”. Y ahí ya me quedó una especie de angustia sobre el tema del infinito: apenas te asomás, viene eso, es algo tan ensordecedor a los pensamientos que te origina muchas cosas.

–¿Está vinculado a la experiencia de lo sublime, la percepción de algo abrumador, que te supera?

–Sí. De hecho, hay muchas investigaciones con respecto a cuál es el momento en que las personas se plantean esa pregunta, y es de lo más variada la edad en que sucede. Hay niños que arrancan, no sé, a los 5 años, y hay personas bastante adultas, que pasan largo los 20 y nunca se la hacen. Es impresionante. En el momento en que el humano se hace esa pregunta, genera un salto madurativo muy grande de su mente, de su psiquis. Y es una instancia de la que, como suele darse en la niñez, no hay muchos registros.

Clase de ciencia

–La muestra tiene mucha investigación. ¿Te pusiste a leer filosofía, a estudiar ciencia?

–Hay un caudal muy grande de investigación, que me llevó mucho tiempo. Ya en el libro El infinito, yo había jugado con fórmulas que ahora están en la muestra. En Bariloche empecé a acercarme más a la gente que sabe del tema, empecé a hablar con Marcelo Cuperman, que es doctor en matemática y en física, y con Guillermo Abramson, que es doctor en astrofísica. Son científicos del Instituto Balseiro. Esta muestra está curada por ellos. Es decir, cada objeto tiene una explicación que fue chequeada. Hubo gente que me ayudó casi tres años dándole vueltas a esto. Yo, por mi parte, iba a tomar clases al Balseiro, de astrofísica y de mecánica cuántica, con investigadores que son increíbles. A partir de eso me dije: “Bueno, vamos a traducir toda esta información en algo artístico y metafórico”.

–Las referencias sobre cada ilustración y los textos ya estaban en el libro, pero de manera hermética, en forma de pistas. La muestra despliega toda esa información con un dispositivo pedagógico que invita a explorar…

–En el libro yo quería darle un poco de trabajo al lector. Si te interesa tanto, ponete a buscar. Gugleá. En la segunda edición del libro pusimos ya un QR con esa misma placa con todos los textos que explico. Me parece que en la muestra eso completa la idea de la poesía, la palabra, la imagen, y su vinculación con la ciencia real. Hay cosas que son fascinantes, a mí me vuela la cabeza. Desde los descubrimientos de Platón hasta hoy, desde Newton hasta acá. En cuanto a la filosofía, es una maravilla la cantidad de relaciones que hay con este concepto.

Un panel de obras y referencias permite seguir las teorías y la información en la que se inspiran las ilustraciones y las poesías de

–Contaste alguna vez que tus viejos eran científicos. ¿Había literatura científica en tu casa? ¿De ahí viene un contacto con estas temáticas?

–Había libros, claro, también cosas, objetos, y sobre todo charlas. Mis viejos tenían amigos que eran físicos nucleares. Yo jugaba con los hijos, y recuerdo charlas en las que no entendía nada, pero me quedó sembrada la relación apasionada de la ciencia. ¡Había cenas alrededor de un electrón! Los chicos estábamos empapados de eso. Yo iba al jardín de infantes que queda en frente del reactor nuclear en Bariloche. O sea, siempre estuve muy cerca de la ciencia a ese nivel cotidiano, y después me fui interesando más. Me interesa mucho el pensamiento científico, la forma de contrastar resultados, la experimentación, y más que nada la búsqueda, que me resulta fascinante.

–El infinito es un tema filosófico, es una noción de la teología, es una enigma de la ciencia, un tópico de la literatura, está en la mitología de diversas culturas, y es también una experiencia existencial. La percepción de lo infinito contrasta en algún sentido con la finitud humana, ¿no? ¿Eso es algo que a vos te interpela a ese nivel?

–Sí, por supuesto. Hay un artefacto en la muestra sobre una frase de Borges, que dice “¿De qué otra forma se puede amenazar que no sea de muerte? Lo interesante, lo original, sería que alguien lo amenace a uno con la inmortalidad”. Eso sería jodido. Pasa que la finitud de la vida también es un aliciente para hacer algo con ella. La epopeya de Gilgamesh, por ejemplo, que es la epopeya sumeria, habla un poco de eso: un tipo que tenía la maldición de haberse vuelto inmortal, y ese lugar le hacía perder la sazón de todo. Esa mirada, desde la filosofía, está también en Heidegger.

Muestra infinito de Pablo Bernasconi. Foto: Pedro Castillo / La voz

El bálsamo de la poesía

–Tu manera de transitar este tema es por el camino de la poesía. ¿Por qué vas por ahí?

–Me pareció bien que la gente entre a la muestra por la sala de la izquierda, “El esguince del cerebro”, donde están los artefactos. La otra sala es la de la poesía, la “Sanación”. Porque yo intenté justamente separar la muestra en dos etapas muy grandes. Una, es todo lo que te puedo contar sobre lo infinito desde todos los puntos de vista posibles, y la otra, cuando salís muy mareado, entre el vértigo y la angustia, entre la alegría y la desazón, como explotado de conocimiento o de cosas que no sabías, hace que tengas que pasar sí o sí por la poesía. Pasar todo por el tamiz humano, de la escala humana. Si no te aplasta, ¿no? La misión era generar un bálsamo.

–Hay también una veta de humor reconfortante, que cobija y permite hablar de un tema que puede ser abismal, denso, abrumador. ¿Sabés de dónde viene eso?

–El humor es una herramienta que uso. Y, a veces, la uso de forma consciente, pero son muy pocas. Genero una metáfora, una explicación que termina abriéndose hacia un espacio de humor, un espacio en donde uno se puede llegar a reír, o sonreírse, mejor. Lo genero cuando hablo, lo genero cuando discuto con alguien. Me gusta usar el humor. Me parece que es una herramienta que desarma todo. Me encanta. En un enfrentamiento, vos ponés humor y en general lo desarma. Y en una situación de conceptos complejísimos, si no ponés humor, que es otro bálsamo, como la poesía, que también tiene humor, si no jugás por ese lado, digo, expulsás la idea de la muestra, que es que te sostenga en un camino. Es como que te magnetiza hacia un lugar más amable.

Muestra infinito de Pablo Bernasconi. Foto: Pedro Castillo / La voz

–Entre las definiciones que creás, hay una que dice: “El infinito es el ojo de un artista justo antes de empezar a dibujar”. ¿Sentís ese vértigo? ¿Es una definición autobiográfica?

–No, la verdad que ahí lo pongo como algo más genérico. Sí puede ser que uno atraviese zonas de vértigo, y eso es súper saludable. Es hermoso que uno no esté seguro. Para mí, es un gran indicio de que es correcto el camino. Justo veía un video de David Bowie en el que dice que, si como artista estás atravesando una zona en la que te sentís seguro, no es por ahí. Creo que eso cierto. Uno no puede contentarse con una herramienta, contentarse con una forma de pensar. La profesión de artista es de riesgo. Yo siento cierto vértigo y me acostumbré, casi que lo disfruto. Es algo bueno, como al que gusta tirarse en paracaídas.

–”El infinito es esa pesadilla en la que estoy dentro de la lluvia del televisor y me toca barrerla con escarbadientes”. Esa definición es un sueño tuyo muy recurrente. ¿Lo seguís teniendo?

–No tanto. Es una pesadilla que tuve, digamos, hasta los 12 años. La recuerdo perfectamente, era un horror. Esporádicamente la he tenido, pero en ese momento era como muy seguido. Ahora la tengo, no sé, una vez por año. Y es la peor pesadilla que yo haya tenido. Cuando sucede, ya sé que viene, y es espantosa. Lo que tengo es como ese ruido blanco, lleno, lleno, lleno, y de repente se corta hacia algo donde no hay nada, es el vacío total. Y esa es la pesadilla de verdad: cuando vos creías que estabas en el horror, porque estaba esa cosa ensordecedora, se corta y entrás en el vacío.

–La sala de los objetos, de los artefactos visuales y lingüísticos materializa tu trabajo con la metáfora más allá de la ilustración. ¿Lo viste como algo necesario para abordar este tema?

–Las pulsiones se autoguían, me parece que tiene que ver con que la muestra dictaba eso. No alcanzaba con los cuadros, no alcanzaba con las explicaciones, era necesario complementarlo con objetos que pudieras rodear, o ver a través de ellos. Y que puedas expandirlo. Entonces me sumergí a jugar con eso. Si vos querés explicar el principio de incertidumbre de Heisenberg, necesitás jugar con efectos ópticos para provocar eso.

Muestra infinito de Pablo Bernasconi. Foto: Pedro Castillo / La voz

Para ver

La muestra “El infinito” se puede visitar hasta el 26 de agosto en el Centro Cultural de la UNC (Obispo Trejo 314). Entradas: $ 5.000. Se pueden adquirir en el lugar o a través de Edén Entradas.

Con Club La Voz, beneficio de 2×1 en entradas.

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