Los ecos de Bolivia en la región
Los sucesos afortunadamente breves acaecidos en horas de la tarde del miércoles último en Bolivia revivieron por unas horas los fantasmas de lo que es casi una tradición en el país del altiplano: los frecuentes golpes de Estado en medio de una interminable sucesión de gobiernos débiles. Con la salvedad de que esta vez se trató de una acción que en Latinoamérica hace mucho se dio en llamar “cuartelazo”, el manotón espasmódico de un militar que resistía su pase a cuarteles de invierno.
El dato saliente es que el general desplazado del mando –Juan José Zúñiga–, que llegó hasta el Palacio de Gobierno al frente de unos cuantos efectivos de la Policía militar, no fue acompañado por civil alguno y no obtuvo solidaridad de ningún estamento de las fuerzas armadas. Sin embargo, puso en primer plano el desgaste del gobierno de Luis Arce, sometido a un cotidiano trabajo de erosión por parte de Evo Morales, alguien que no se resigna a ser un expresidente.
En efecto, la crisis del partido gobernante MAS (Movimiento al Socialismo), dividido hoy entre Arce y Morales, es el caldo de cultivo para un juego harto peligroso en el que se juegan uno y otro con miras a las elecciones generales de 2025. Es que quien fue tres veces presidente quiere regresar al poder, pese a que la Justicia ya se pronunció al respecto.
Limitado en su gestión de gobierno por un Parlamento dividido, en el que el líder cocalero ahoga todas sus iniciativas, Arce encontró en la Justicia una herramienta eficaz para capear la tormenta, y es de hecho el Poder Judicial el que está tomando la posta de un Legislativo que no hace ni deja hacer.
Todo esto ocurre en el marco de una situación económica compleja, en la que los errores de gestión acumulados en más de 15 años han acabado con la ilusión de las efímeras mejoras económicas derivadas de las exportaciones de petróleo y gas: la nacionalización de esas explotaciones se tradujo en falta de inversión y cotas decrecientes de producción. Por caso, el único cliente del gas boliviano es hoy Brasil, que consume todo lo que se produce.
Ello, por cierto, no desanima a Morales, quien se ve a sí mismo como un hombre providencial amparado por una claque decadente, en la que militan Nicolás Maduro, en Venezuela; Daniel Ortega, en Nicaragua, y Miguel Díaz Canel, en Cuba.
Como sea, el conato de golpe de Estado del miércoles es un llamado de atención para una región de democracias claudicantes y liderazgos autoritarios, que necesita como nunca profundizar su institucionalidad y, a la vez, darse a la novedosa tarea de encontrar las respuestas que sus sociedades le demandan desde hace décadas.
Aun cuando lo ocurrido no pase del nivel de un motín, lo cierto es que las campanas están doblando en Sudamérica. Y no es necesario preguntar por quién.
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