La Voz del Interior @lavozcomar: Reformas de la Reforma Universitaria

Reformas de la Reforma Universitaria

El Manifiesto Liminar del 21 de junio de 1918 fue dirigido “a los hombres libres de Sud América” y llevó el mensaje de “contar con una vergüenza menos y una libertad más”. Se proponía la democratización académica; el cogobierno; la autonomía y docencia libre; la investigación científica y el compromiso social. Ideales irradiados con rapidez al resto de la región y al mundo.

La Universidad Nacional de Córdoba (UNC), con raíces desde 1613, era también la más clerical, conservadora, anacrónica, retrógrada y elitista, con vitalicios profesores y cargos hereditarios. La Reforma, acompañada por la sociedad cordobesa, logró iniciar los cambios.

Sin embargo, casi 20 años después, Deodoro Roca, redactor del Manifiesto, reconocía: “La Reforma fue todo lo que pudo ser hasta dar con límites infranqueables, pero permitió un magnífico descubrimiento…, sin reforma social, no puede haber Reforma Universitaria”.

De la universidad reformista (1918-1966), se pasó a la universidad revolucionaria (1966-1976), luego a la universidad reprimida (1976-1983), hasta llegar a la universidad pragmática (1983-¿?), con un impulso democratizador, a veces confundido con plataforma de negocios o agencia de empleos.

Laicidad, un fenómeno “demodé”

Desde los test importados para conocer la “inteligencia” de estudiantes y la “eficiencia” institucional, se acepta el modelo primermundista con un poco disimulado discurso privatizador. En plena crisis de identidad y legitimidad, la ciencia se rebaja a una condición instrumental y los científicos parecen considerar pasada de moda la idea de laicidad.

La UNC firmó un compromiso con la Universidad del Sentido de la fundación Scholas Occurrentes de la Academia de Ciencias del Vaticano, con sedes en 190 países, obispos y teólogos en sus máximas autoridades. Su objetivo es “formar valores para una cultura del encuentro”.

Quizá un loable propósito, si se supiera traducir a la sociedad. El apoyo académico, técnico e institucional de la UNC involucra cursos blandos de economía social, liderazgo y formación para la conducción. Y al tiempo de aceptar su vinculación con la Iglesia vaticana, se insiste en que “no se trata de una institución educativa confesional” (sic).

Las preguntas surgen: ¿necesita la UNC ser supervisada por una institución eclesial supranacional? ¿Requiere preceptores vaticanos para “encontrarse con la sociedad”? Aunque la Casa de Trejo remita al origen confesional, ¿es necesario ofender su establecida laicidad? ¿No se burla la inteligencia aceptar que, en más de 400 años, los egresados de la UNC fueron incapaces de “encontrarse con el mundo” en forma pacífica y laica? ¿Es un coletazo de la Corda Frates?

Aquí y ahora

La educación, ciencia y tecnología, en medio de la sufriente nación argentina, transcurren días de oprobio. Con educación subalterna y cultura dependiente promovida por la batuta mesiánica de un Gobierno sumiso a los imperios. Con un seudo-anarco-libertarianismo que precipita en un horrendo neocolonialismo. Con mucho circo y nada de pan.

En años posteriores a 1918, Deodoro Roca lamentó “la servidumbre del ejército de asalariados intelectuales que, atados a la clase dominante, concluyen la tarea instrumental de dominación”. También advertía que “una formación sólo profesional privilegia fines individuales olvidando los colectivos, limita el proceso educativo al gesto reproductivo y somete al estudiante a moldes jerárquicos de una cultura obediente a propósitos ajenos”.

Para quien quiera verlo, las bases de la Reforma nunca pasaron por meros cambios estatutarios o reglamentarios. Lo temido por el conservadurismo de ayer es “el espíritu de la Reforma, en la relación entre conocimiento y transformación social, entre intelectual y pueblo…”, “la reinvención de campos educativos y culturales contra-hegemónicos, una nueva relación social para una cultura política popular”. Luego de más de un siglo de aquella época fundacional, este también es el temor actual del conservadurismo.

En el 106º aniversario de la Reforma, es evidente que “los dolores que nos quedan son las libertades que nos faltan”. Quien mira la Reforma como algo concluido, se equivoca. Quien pretenda anquilosar reivindicaciones supuestamente superadas, se confunden. Y no sería realista desconocer que aquellos dolores son los actuales y que la manera de exorcizarlos es diferenciar historia de tradición, con sus facetas, pliegues y dobleces, discutiendo el sentido de su apropiación.

En síntesis, no se debería intentar descubrir qué clase de educación, ciencia y tecnología son mejores, si antes no se acuerda sobre qué clase de país se quiere.

* Profesor emérito (UNC); investigador principal (Conicet) jubilado

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