La hora de evaluar la liberación del cepo
Hay momentos en que el alineamiento de varias circunstancias hace menos difícil acelerar el desarmado de las restricciones cambiarias, el cepo. Parecería que bien podríamos estar muy cerca de ello. Hacerlo sería un catalizador para estabilizar y motorizar el crecimiento sostenible de la economía. Estamos ante avances en distintos frentes que aun habría que consolidar, entre los que se encuentran correcciones de precios relativos, los marcos para inversiones y mejoras en los resultados fiscales, cuya sostenibilidad a mediano plazo está bajo la mira.
Si los avances alcanzados se acompañan con acciones que justifiquen incrementar la oferta de divisas y posibilitar que el BCRA acumule reservas y con una política monetaria autónoma que equilibre el mercado financiero con defensa del peso argentino, se daría un impulso a la actividad económica, que aliviaría las actuales dificultades sociales y darían mayor consistencia intertemporal a las correcciones encaradas.
Es más fácil imponer el cepo e ir endureciéndolo que armar e implementar una estrategia de salida. Además, en la actualidad, algunos pueden considerar que posponer levantarlo permite recibir algunos beneficios y evitar riesgos por inestabilidad. Sin embargo, con el paso del tiempo, los costos muy probablemente superen los beneficios iniciales o efectos positivos de mantenerlo. Además, se va diluyendo la oportunidad.
Repasando las diversas motivaciones, entre los efectos positivos actuales se encuentran: ancla cambiaria como complemento para bajar la inflación; recaudación del atípico impuesto PAIS por más de 1,5% del PBI (en términos anuales); financiación ‘barata’ en el mercado local, atrapada en relación a posibles alternativas del exterior; licuación de pasivos en general -de los bancos y del BCRA- dada la tasa de interés real negativa; algún mayor grado de discrecionalidad en la vista de determinados funcionarios.
Sin embargo, las postergaciones en la liberación del cepo podrían aumentar presiones inflacionarias por incertidumbres sobre el nivel de tipo de cambio aplicable como referencia de fijación de precios y por evolución previsible de la brecha correspondiente; complicar la actividad económica por una menor demanda de activos monetarios locales; generar tensiones entre agentes económicos por un acceso diferencial a divisas oficiales y, por ende, sobre las decisiones que se asocian a la liquidación o accesos por flujos comerciales externos y decisiones sobre inversiones.
Para mitigar los riesgos asociados a esa liberación sería conveniente: contar con señales de decisiones políticas que busquen mejorar el clima de inversiones y de estabilidad de las reglas de juego, convalidando las correcciones de desequilibrios previos; explicitar un régimen monetario cambiario consistente con bases de estabilidad macro y microeconómicas, donde la autoridad de aplicación tenga los medios y la credibilidad correspondientes; asumir que regirán rendimientos adecuados de los activos locales dado el riesgo específico (a disminuir); estudiar la posibilidad que la liberación tenga algún elemento de manejo prudencial con ciertos límites para atemperar la demanda inicial de divisas; aprovechar, en el arranque, la estacionalidad en el ciclo anual de movimientos de fondos externos.
Levantar decisivamente las restricciones generará un proceso donde las ventajas serían: agregar al proceso de estabilización actual una instancia de remonetización basado en el aumento de la demanda de dinero en la/s denominación/es aceptable/s. El uso exclusivo de los pesos tiene el problema de su historia y abuso, pero también el de dólares tiene los efectos de una potencial falta de adaptación de la economía a cambios provenientes de un contexto internacional, además de fuertes restricciones (para mal o para bien) en el uso de herramientas útiles para un país mediano; disminuir la inflación en el mediano plazo si se evitan la acumulación de distorsiones en precios (inflación reprimida y señales cambiarias), especialmente cuando no se plantean correcciones administrativas de precios relativos; movilizar localmente recursos adicionales que, de otra manera, quedarían ociosos a la espera de normativa que surgiría de implementación pendiente reglas normales para el funcionamiento de la economía, generando efectos positivos sobre la actividad; adelantar movimientos en la transición hacia una economía más competitiva, particularmente desde un punto de partida bajo y en un mundo complicado por barreras crecientes, pero ante transformaciones tecnologías que redefinen la interacción entre factores de producción y su locación geográfica; generar una mayor disponibilidad de capital a un menor costo, haciendo viables proyectos de variada índole y escala; se mitigaría una de las barreras a la inversión extranjera hoy dada por complicaciones para la transferencia de utilidades y repatriación del capital invertido.
En cualquier caso, se requiere un esquema económico y político coherente y sostenible de corrección de los desequilibrios y de ordenamiento, en un marco adecuado que genere clima de inversiones. Esto fortalece posiciones si hay que afrontar adversidades y, al mismo tiempo, se erige como una rampa de lanzamiento de la economía a partir de situaciones favorables.
Bajo estas premisas y la realidad cambiaria y monetaria, la coincidencia de la política (aprobación de la ley de Bases y el paquete fiscal) con la estacionalidad de la cosecha generan un momento que podría aprovecharse para acelerar el retiro de restricciones cambiarias relevantes, incluyendo mecanismos que resulten en mayor acumulación de reservas internacionales por el BCRA. El paso del tiempo, probablemente, juegue en contra por las alteraciones en la evolución de la relación costo/beneficio de sostener fuertes restricciones cambiarias e incluso, tengan repercusiones complicadas sobre el tejido social de la sociedad argentina.
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