Nora Cortiñas, la “madre de todas las batallas”
Escribo estas líneas sin haber despedido de mi pecho la angustia que ha dejado la partida de este mundo de Norita Cortiñas. El frío otoñal nos habita otra vez aquí, en las sierras cordobesas, y en la tranquilidad de la tarde me dejo llevar por el recuerdo de sus tantas visitas a la provincia, incluso a esta casa desde donde hoy escribo su evocación.
Quienes tuvimos la dicha de conocerla, de caminar junto a ella y de escucharla en silencio, no terminamos de entender o de asumir que vamos a tener que acostumbrarnos a seguir sin ese faro.
La vida de Nora Morales de Cortiñas dio un vuelco abismal la mañana del 15 de abril del 1977, cuando una patota policial secuestró a su hijo mayor en la estación de trenes de Castelar, provincia de Buenos Aires. Gustavo era estudiante de Ciencias Económicas, trabajaba en el Indec y militaba en la Villa 31, de la Capital Federal.
“Perder un hijo es siempre una tragedia, pero hay que elaborarlo para no quedar prendida en ese laberinto y poder ayudar a quienes están en la misma situación. La soledad nunca es buena receta si se quiere saber la verdad”, contaba Norita en una entrevista para un medio gráfico. Desde esa misma noche, ya sin Gustavo y luego de que allanaran su casa, esta madre salió a la calle y no paró más. De inmediato tomó conciencia de que no podía buscarlo sola. Era una labor colectiva, no individual.
“Todos son nuestros hijos”, repetía sin cansarse. ¿Qué quería decir con esto? Justamente que había que ponerle el cuerpo a cada injusticia, a cada dolor humano, por más ajeno que fuera. Esta es la filosofía que permite comprender la magnitud y la importancia de Nora Cortiñas para nuestra historia democrática. Fue a partir de allí que Nora dejó de ser una madre ama de casa para convertirse en una madre de Plaza de Mayo. Transformó su vida cotidiana por una vida política que la llevó a estar en todos lados.
Una calurosa tarde de noviembre de 2013 la vi bajarse de un auto para mezclarse con quienes acampaban frente a lo que iba a ser la planta de Monsanto en la ciudad de Malvinas Argentinas, a corta distancia de la ciudad de Córdoba. Aquella lucha socioambiental sin precedentes tuvo a Norita mateando entre nosotros, hablando y escuchando. Porque ella era así: escuchaba primero y aconsejaba después.
Años más tarde volví a encontrarla en el sur, solidarizándose con la causa mapuche y el proceso de recuperación territorial. No había inclemencia que pudiera con ella. De los calores del monte santiagueño, a los vientos helados del sur. Ella estaba siempre.
Fueron años de encontrarnos muy seguido. Cada vez que yo viajaba a Buenos Aires, me acercaba a la ronda de los jueves en Plaza de Mayo para terminar en el café de siempre, rodeados de compañeras y compañeros, siempre bajo el aura de Norita. Una de esas tardes le conté de mi intervención en el “caso Saganías”, en el que la Justicia cordobesa había condenado a una mujer a 23 años de prisión por “escrachar” al abusador de su hija en una red social. Me preguntó dónde estaba esa madre. “En la cárcel hace siete meses”, le respondí. “Voy a ir a verla”, sentenció, con la determinación de siempre.
Nora Cortiñas llegó a la cárcel de Bouwer un 24 de enero con 38 grados de calor. Ingresó al establecimiento penitenciario a visitar a Saganías. Cuando salió, me dijo: “Vamos a luchar por la libertad de esta mujer en todos los ámbitos judiciales. Y si tenemos que ir a la Corte Interamericana, yo voy a apoyarla”. Norita era así; no había acto de injusticia o dolor humano que no la tuviera cerca y comprometida. Por eso su inmensa vida de lucha trascendió el pañuelo blanco para ser wiphala o pañuelo verde, para ser escudo vivo frente a la bala policial o guardapolvo en una carpa docente.
“¿Por qué empecé a ir a todos lados? Porque recogí la bandera de Gustavo. Es una manera de ocupar su lugar; de hacer lo que él hubiera hecho; de seguir su lucha. El dolor siempre está, todos los días de mi vida, y justamente ese dolor es el motor de mi compromiso”, como dice Nora Cortiñas, la madre de todas las batallas, el libro de Gerardo Szalkowicz.
Nora fue la cartografía viva de la conflictividad social en la Argentina. El pasado jueves, con su metro cincuenta de altura, se convirtió en el pico más alto de la dignidad humana.
* Abogado de derechos humanos
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