Una de espías: el “síndrome de La Habana” y la desinformación
Las historias de espías están presentes en el imaginario popular y juegan un papel destacado en la construcción de la idea que la población tiene del trabajo de los servicios de inteligencia.
Desde 2016, se conocen más de 100 casos de trastornos cerebrales, vértigos y náuseas sufridos por personal adscripto a embajadas estadounidenses y sus familiares. Los primeros casos se reportan en la Embajada estadounidense en La Habana, de ahí su nombre, “síndrome de La Habana”. Más tarde, se produjeron sucesos similares en otras embajadas como en la de Cantón (China) en 2018 o en las de Nueva Delhi (India) y Tiflis (Georgia) en 2021.
Desde muy pronto cobró fuerza la idea de que estos sucesos eran consecuencia de una suerte de ataques sónicos llevados a cabo por una potencia extranjera. Aunque circulen una amalgama de teorías y explicaciones al respecto, lo cierto es que no hay suficientes pruebas acerca de la causa ni del origen de este tipo de dolencias.
A pesar de las especulaciones y casos localizados, en su momento el FBI realizó una investigación en La Habana, concluyendo que no había pruebas significativas de la participación de ninguna potencia extranjera en los casos reportados. Posteriormente, la Agencia de salud de Estados Unidos publicó distintos estudios con personas que presentaban síntomas muy diversos; concluyendo que el estudio “no reveló ninguna diferencia importante en la estructura o función del cerebro entre los individuos de los dos grupos”.
Razones y sospechas
Actualmente, el Gobierno de Estados Unidos no atribuye ninguno de estos casos a Rusia. Ya en 2019, la que fuera directora de la CIA, Gina Haspel, calificaba estos sucesos como consecuencia de enfermedades previas y como resultado de influencias ambientales.
En 2023, la inteligencia estadounidense, desde la oficina del director nacional de Inteligencia, apuntaba como poco probable que los síntomas fuesen atribuibles a un adversario extranjero. Sin embargo, el gobierno estadounidense no niega que haya problemas de salud y, de hecho, la Administración Biden indemnizó a las víctimas en octubre de 2021 a través de la llamada Havana Act.
Pero el caso no está cerrado, ya que un trabajo reciente de un equipo de periodistas internacionales, integrado por The Insider, CBS y Der Spiegel, tras analizar casos puntuales, concluye que estos ataques están relacionados con acciones ofensivas de Rusia contra personal estadounidense.
Se sabe que Rusia ha estado implicada en otros incidentes similares. El GRU ruso –Departamento Central de Inteligencia– estuvo detrás de las campañas de influencia en las elecciones estadounidenses en noviembre de 2016 y a la Unidad 29155 –grupo de élite de la inteligencia rusa– se la relaciona con operaciones de sabotaje, subversión y asesinato, como el de Sergei Skripal y su hija en 2018.
Aunque no se pueda afirmar que Rusia esté detrás de estos casos, sí conocemos su intención de socavar la confianza en la democracia occidental y sus instituciones a través de campañas de desinformación y apoyando a todos aquéllos que difundan cualquier tipo de “teorías de la conspiración”. Teorías que, en último término, fomentan la idea de que existe un grupo de personas que controlan, en las sombras y de forma organizada, el destino de la humanidad.
¿Qué nos ocultan?
En definitiva, este tipo de ideas manifestadas por falsos expertos y pseudo especialistas llegan siempre a la misma conclusión: “Hay algo que nos ocultan y tú que eres más listo que los demás, lo sabes”. Esta idea no necesita pruebas sólidas para sustentar los argumentos presentados. Como el ser humano rellena los huecos de aquello que no puede explicar con pensamiento mágico, basta con apelar al ego de cada cual para ir uniendo unos puntos que proyectan la imagen que cada cual quiere ver. En último término se transmite la idea de que el proceso democrático y sus instituciones son una carcasa vacía controlada por unas élites en las sombras.
La conclusión es clara, no podemos saber a ciencia cierta qué ha producido los casos relacionados con el llamado “síndrome de La Habana” y quizá nunca lo sepamos, pero debemos preguntarnos: algo que funciona, ¿por qué no se ha usado más, ni con personal de más alto nivel? y ¿cómo se explica que, siendo un arma o artefacto proyectado, sus efectos se manifiesten únicamente en unas personas de la embajada y no a otras ni tampoco afecten a los autores de la agresión?
Sea como fuere, lo que está claro es que Estados Unidos ha utilizado estos casos para retirar personal diplomático y consular de la Embajada de La Habana, sirviendo de base argumental para el retroceso del proceso de normalización de relaciones, que empezaron a mejorar con la administración de Barak Obama.
Por su parte, Rusia, que ha negado su participación en estos sucesos, no duda en utilizar este tipo de situaciones derivadas para dinamitar la confianza de la opinión pública occidental en la democracia y sus instituciones.
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