Los papeles personales del cura Carlos Mugica, custodiados en Córdoba
El sábado 11 de mayo de 1974, el cura Carlos Mugica fue asesinado a balazos. Fue miembro fundador del Movimiento de Sacerdotes del Tercer Mundo, referente de los curas villeros y abiertamente identificado con el peronismo. Mugica es el primer religioso que fue asesinado en medio de la violencia política que caracterizó a la Argentina en los años ‘70. Se cumplen 50 años de su muerte.}
En la villa de Retiro, Carlos Mugica no estaba solo. A su lado, como un compañero fiel e indispensable, se encontraba el jesuita José María Meisegeier, quien, de hecho, tras el crimen, quedó al frente de la parroquia Cristo Obrero, que él había levantado.
Como ese apellido alemán resulta difícil de pronunciar, acaso desde antes de llegar a la villa y hasta el final de sus días (falleció en diciembre de 2011), propios y extraños prefirieron llamarlo simplemente “Padre Pichi”, un apodo cuyo origen se ha perdido.
No resulta exagerado decir que el Padre Pichi tomó conciencia muy tempranamente de lo que ambos estaban viviendo; incluso se podría imaginar que llegó a sospechar las consecuencias que acarrearía la doble expresión que le daban a la opción por los pobres que habían tomado con Mugica: no solo era, para ellos, una forma de vivir su sacerdocio, ya que, al mismo tiempo, implicaba una fuerte militancia en el peronismo.
Roberto Baschetti, quien conoció a Meisegeier a mediados de la década de 1960, en plena adolescencia, cuando era su alumno en el Colegio del Salvador, en su página web supo recordar las palabras con las que “Pichi” justificaba esa militancia en el Movimiento Villero Peronista: “Nos dábamos cuenta de que la fuerza popular pasaba por el peronismo. Sobre todo, el peronismo que se vivía a partir del año ‘68, del ‘70, que iba tomando una conformación muy fuerte respecto al rescate y el resurgimiento de grupos y fuerzas populares”.
La labor del testigo
La “voz cantante” de ese dúo era Mugica; y Pichi, un “testigo privilegiado” con la capacidad y la dedicación necesarias para estar a la altura de las circunstancias. Entonces, el jesuita dedicó parte de su tiempo a reunir todos los materiales que pudieran describir tanto la prédica de Mugica como sus repercusiones, y hasta escribió una cronología sobre las actividades de Mugica.
Así se generó un inmenso y rico archivo en el que conviven documentos originales, manuscritos, panfletos, volantes, carteles, fotografías, videos, artículos periodísticos, revistas y libros, que años después se fortaleció con la generosidad de la familia de Mugica, que entendió que Pichi era la persona indicada para recibir todos los papeles de Mugica: los cuadernos y las páginas sueltas donde apuntaba sus ideas, su curriculum vitae, su misal y su correspondencia, a lo que se agregó hasta el acta policial y la partida de defunción.
Por esta anexión documental, podemos advertir que el propio Mugica se esforzó por conservar y ordenar sus papeles. Cuando a esto lo hacen un escritor o un artista de otra disciplina solemos decir que lo hizo previendo al académico futuro que investigaría su obra. Analogía mediante, aquí vale pensarlo respecto de un sacerdote… o, para ser justos, de dos.
Como si fuera un experimentado archivista, Meisegeier ordenó en un pulcro y metódico inventario toda la documentación reunida. Estamos hablando de 242 libros y 33 cajas con documentos en perfecto estado de conservación.
Custodia cordobesa
Ese invaluable patrimonio cultural está en Córdoba y a disposición de toda aquella persona que lo quiera consultar por un convenio de custodia que firmaron, en 2007, la Provincia Argentina de la Compañía de Jesús con la Universidad Católica de Córdoba, con la obvia participación de quien era su propietario. Sólo basta ir hasta el campus, ingresar a la biblioteca Jean Sonet S. J. y solicitar el acceso a la Colección José M. Pichi Meisegeier S. J.-Archivo Carlos Francisco Mugica.
El material ha sido catalogado siguiendo el esquema original que le otorgó el Padre Pichi. El contenido de la colección se puede consultar en la página web de la biblioteca, donde también hay información bibliográfica conexa. Desde un principio, se proyectó la digitalización del material, pero es un trabajo arduo y costoso para el cual, en todos los años transcurridos desde que la documentación llegó a Córdoba, no se ha logrado conseguir el presupuesto requerido.
Vale aclarar que el material sólo está disponible para su consulta en la sala de lectura. No se puede retirar para llevárselo a domicilio, y tampoco se permite fotocopiarlo. Pero, dadas las posibilidades que nos brindan los teléfonos celulares actuales, sí se permite tomar fotografías del documento consultado.
Esa regla básica, como se puede imaginar, se transgrede cuando el investigador informa que reside a considerable distancia y que le resulta imposible trasladarse hasta nuestra ciudad. En la biblioteca se cuentan los casos de estudiosos alemanes y japoneses, por ejemplo, que solicitaron por correo electrónico la posibilidad de recibir digitalizados documentos específicos que necesitaban para sus respectivas investigaciones. Y a la par, se cuenta el caso de una investigadora italiana que, tras un primer contacto para pedir cierta digitalización, prefirió viajar y trabajar en la biblioteca con los originales.
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