Miradas opuestas a Bellas artes: ¿una obra maestra o más de lo mismo?
A favor: Una obra de arte en sí misma
Diego Tabachnik
Mariano Cohn y Gastón Duprat lo hicieron de nuevo. Los ácidos directores audiovisuales se despacharon en Bellas artes con una serie divertidísima, políticamente incorrecta en muchos casos, pero ante todo muy bien hecha.
La dupla creativa (por más que en este caso también contaron con Andrés Duprat, hermano de Gastón, entre el equipo de creadores) vuelve a moverse dentro del universo que ellos mismos crearon, en el que juegan siempre al límite de dejar en ridículo al progresismo bien pensante, y en incomodar al espectador, mostrando las dos caras de sus personajes.
Tienen debilidad por los intelectuales soberbios, sin empatía por nada ni nadie, ególatras aunque también seres sensibles y culposos.
Uno de los que mejor encaja para interpretar personajes así es Oscar Martínez (brilló en Ciudadano ilustre, película de 2016), que aquí realmente se luce como Antonio Dumas.
El ámbito le queda servido en bandeja al humor negro y corrosivo de Cohn-Duprat: el resbaladizo universo del arte contemporáneo.
Desde el puesto que gana como director de un imponente museo de arte contemporáneo, Dumas debe enfrentar tanto al esnobismo de artistas (todo hijos de o amigotes de poderosos), como a la burocracia política o la resistencia gremial. Y la serie dispara contra todos esos colectivos y más, sin miedo de hacer chistes y chanzas sobre la equidad de género, la migración ilegal y el cuidado del medioambiente.
Lo más irónico es que, según se supo después de su estreno, la inspiración para muchos de estos tópicos nació a raíz de situaciones parecidas que vivió Andrés Duprat, actual director del Museo Nacional de Bellas Artes en Buenos Aires.
Irreprochable desde la realización técnica y las actuaciones, la serie además se plantea inteligentemente en seis episodios con un problema autoresolutivo como eje de cada capítulo, más las líneas de fondo que recorren toda la serie. Y serán esas mismas tramas las que aseguran una segunda temporada (ya grabada, sin fecha de estreno anunciada).
Reírse como invita a hacerlo Bellas artes, en estos días tan complicados, es una obra de arte en sí misma. Disfrute puro.
En contra: Una comodidad peligrosa
Noelia Maldonado
La dupla Mariano Cohn – Gastón Duprat es mi preferida del cine y la tevé nacional. He visto todas y cada una de sus películas y series, muchas de ellas dos veces. Aclaro esto porque creo que tiene que ver con mi juicio acerca del tema.
Creo que este tándem creativo se ha quedado sin ideas (o peor, se ha conformado con las que ya tienen) y desde la segunda temporada de El encargado se repiten a sí mismos, vuelven sobre temas viejos que desarrollaban con total frescura y desparpajo cuando eran a penas dos parias del cine nacional y no tenían como ahora la venia de las plataformas o de los grandes productores.
Esas películas eran ácidas de verdad, era un río incontenible de irreverencia original y necesario dentro de un cine siempre sensible y bien pensante atado a fuego con las ideas del progresismo.
Ellos tomaban riesgos, recibían muchísimas críticas, y el resultado eran artefactos únicos que no tenían puntos de comparación o unión con el resto del cine de su época.
A saber, la temática de esta nueva serie de Star+ está mejor tratada en El artista (también guionada magistralmente por Gastón Duprat). El personaje de Dumas en Bellas artes es un refresh del de Mantovani en El ciudadano ilustre. El de Alma Kramer es el espejo de Dudú en Mi obra maestra. Hay encuadres y tomas que parecen copiadas de Competencia oficial, (¿acaso son las mismas locaciones?). Y la lista podría seguir…
Está claro que muchos artistas tienen temas sobre los cuales se obsesionan y vuelven con su trabajo, pero el problema es volver haciendo el mismo recorrido para llegar a la misma conclusión.
Esto además supone un riesgo mayor, que no es un riesgo artístico en el buen sentido de la palabra, sino el peligro intentar que la obra me devuelva el eco de lo que ya pienso en un mundo reaccionario que va hacia compartimentos cada vez más estancos.
Para decirlo claro, la irreverencia y la incorrección política se valoraban hace diez años cuando el pensamiento hegemónico mundial era tendiente al progresismo. Hoy, que los derechos penden de un hilo, reírse de quienes intentan conseguirlos supone la amenaza de transformarse en sus verdugos.
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