Gestión Milei: al final del túnel, ¿luz o penumbras?
Javier Milei abriga la certeza de que transita el camino correcto hacia la transformación del país. Su convicción se funda en un hecho en apariencia irrefutable: conserva el apoyo que obtuvo en la segunda vuelta electoral, poco más de la mitad de los votos. Y no es poco. Es cierto que han pasado pocos meses, pero ha dejado caer sus anunciados ajustes, que dinamitaron los ingresos de la población, en especial de las clases medias.
La gran novedad consiste en que la gente acepta el deterioro de su nivel de vida, por ahora de manera apacible, porque recibe a cambio, cotidianamente, depuraciones concretas y expulsiones de delincuentes grotescos y salvajes que han transformado el Estado (nacional, provincial y municipal) en un gigante bobo e indefenso, incapaz de proteger su patrimonio.
El auténtico ogro filantrópico anunciado por Octavio Paz hace medio siglo. Un Estado que se autodestruye y que soborna a los votantes con pequeñas dádivas imposibles de sostener a lo largo del tiempo, pero que les permite ir zafando día a día mientras el país se hunde de modo inexorable.
Patriotismo chambón
Todo ello sin contar los altos niveles de delincuencia estatal –en la mayoría de los casos, imposibles de detectar a simple vista–, nutridos de cientos y miles de pequeñas e imperceptibles trampas para beneficio de particulares, vinculados o no a la actividad política, como lo ha demostrado el reciente caso de la innecesaria intermediación de brokers de seguros que se apoderaban de cifras millonarias sin cumplir función alguna a favor del Estado.
Además, habría que computar chambonadas tales como el juicio por YPF, de pronóstico incierto, pero, por lo que se conoce, perjudicial para el país en una suma que puede redondear los U$S 16 mil millones. Los bravíos defensores de la soberanía nacional se sienten por encima de las leyes internacionales que, más tarde o más temprano, caen como un mazazo sobre el país, como en este caso.
Cada día, el Gobierno descubre una nueva trampa de los miles que existen y por las que el Estado va resignando sus recursos a cambio de nada.
Milei tiene razón: de este sistema corrupto y dilapidador no debe quedar piedra sobre piedra. Si no, el país carece de destino. Los políticos corruptos terminarán con él en nombre del pueblo, de la justicia social y de la soberanía.
La demagogia populista es un mero pretexto para el robo y la destrucción nacional. La revelación cotidiana de estos hechos es la paga que Milei está ofreciendo por el inusitado apoyo que sus votantes, con constancia increíble, le siguen proporcionando. Los ciudadanos parecen aceptar el sacrificio que supone el deterioro de su nivel de vida en tanto ven como un gran acto de justicia la depuración del Estado que el Presidente ejecuta día a día.
La topadora Milei
Pero es difícil que esto pueda continuar para siempre. Aun lo más sólido se disuelve en el aire. La supresión del bandidaje será, con el paso de los meses, una paga exigua ante el deterioro creciente de los ingresos generales. Todos celebraremos el desmantelamiento de los mecanismos de robo al Estado, pero comenzarán a hacerse escuchar los reclamos por mayores ingresos y por un mayor nivel de actividad económica.
Milei se siente muy seguro. Confía en un apoyo perpetuo y aun creciente a su política “anticasta”. Se siente la estrella universal de la libertad. Disfruta concurriendo a foros internacionales y dando lecciones elementales sobre las excelencias de la libertad.
Pero se trata de una carrera contra el tiempo. ¿Qué llegará antes? ¿El fastidio popular o la mejora económica que pueda anularlo?
La singular configuración psicológica del Presidente lo hace sentirse capaz de derogar los principios, axiomas y conceptos de los que se nutre la política desde los tiempos de los consejos de Nicolás Maquiavelo a Lorenzo de Médici. Sus razonamientos sorprenden y parecen más afines a El Principito que a El Príncipe.
Actúa como una topadora. Nada lo detiene y rehúsa cualquier tipo de negociación. Piensa que tiene la legitimidad suficiente como para no necesitar negociar nada con nadie. Y hasta ahora parece contar con la razón. Pero no es así. Cada día crecen las turbulencias al interior de su propio espacio. Comienzan a abundar las disputas incomprensibles y los desvíos hacia personajes manifiestamente contrarios a la dirección que el Presidente ha impreso a sus actos hasta el momento.
El ataque a la mayoría racional de la Corte Suprema y la intención de nombrar a Ariel Lijo como integrante del máximo tribunal nos señalan un comportamiento errático y oscuro.
No es inevitable que haya luz al final del túnel.
La oscuridad tiene mañas como para perseverar más allá de cualquier cálculo optimista.
* Analista político
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