La Voz del Interior @lavozcomar: La historia detrás de la foto de un águila pescadora

La historia detrás de la foto de un águila pescadora

Había muy pocos registros en la provincia de Córdoba para esta especie de características tan especiales, hasta que un grupo de observadores de aves de Almafuerte avistó una en la zona del embalse. Compartieron la información, y así muchas personas se enteraron de esta particular visita. Y así emprendimos nuestra propia búsqueda.

Esta especie de águila es diferente al resto de las rapaces: se alimenta de peces que ella misma pesca con sus garras (a veces sumergiéndose bajo el agua completamente), para lo cual se tira en picada desde el aire.

Una vez que detecta la presa, hace un vuelo rápido y directo con la cabeza hacia adelante y, justo antes del impacto contra el agua, ingresa con sus dos garras y pliega sus enormes alas hacia atrás.

Sus garras están adaptadas para capturar sus presas: sus uñas son como anzuelos, largas y filosas, y las escamas de las garras son extremadamente rugosas, para tomar a los resbalosos peces bajo el agua con más facilidad.

Una vez que atrapa la presa, con sus alas se impulsa para volver a la superficie. Cuando lo logra, se sacude el agua como lo haría un perro y comienza a batir sus largas, estilizadas y potentes alas para levantar vuelo.

Cuando transporta su presa en el aire, ocurre algo muy llamativo: la ubica teniendo en cuenta la aerodinamia, ya que la traslada de punta, con la cabeza hacia adelante, para ofrecer menor resistencia al viento.

La búsqueda

Al enterarnos de su presencia en Almafuerte, comenzamos a planear nuestra búsqueda. El embalse es enorme, y el ave no siempre estaba en el mismo lugar. Había que ir y arriesgar.

Salimos con un colega desde Córdoba a las cuatro de la mañana, ya con algunos datos de la zona por la que se había estado moviendo el águila en los últimos días.

Antes del amanecer, ya estábamos en el paredón del dique, con los binoculares, buscando algún indicio de su presencia, pero ella no aparecía. Así que decidimos ir río abajo en el vehículo, por un sendero muy arbolado. Con máxima concentración, revisamos cada árbol y cada rama.

Hasta que a lo lejos, del otro lado del río, vi una mancha blanca en el follaje. Era ella, “la pescadora”. Era la primera vez en mi vida que veía a la majestuosa águila.

Nos bajamos del auto y advertimos que estaba a una gran distancia, del otro lado de ese río ancho y caudaloso. Al medio había una isla por la que podíamos cruzar un solo brazo del río para acercarnos lo suficiente al águila que estaba en la otra orilla.

Era una mañana fría y estábamos bastante abrigados.

Por la distancia a la que se encontraba el águila, no la íbamos a poder fotografiar. La única opción era cruzar a nado hasta la isla. Mientras seguía mirándola con los binoculares, mi compañero se sacaba la ropa y, cámara al hombro, se preparaba para cruzar el río.

Comencé a reírme, es muy divertido andar con personas que están más locas que uno.

En segundos me saqué también la ropa y cuidando cámara, lente, trípode y flash, comenzamos a cruzar. El agua estaba helada, la correntada era suave, pero no calculamos la profundidad. El agua nos tapó, por lo que tuvimos que nadar, obviamente con el equipo en la superficie. Con una mano afuera y el resto del cuerpo sumergido, llegamos a la Isla.

Una vez allí, debíamos movernos sigilosamente para no asustar al ave.

El cuadro era muy cómico: dos fotógrafos en ropa interior entre la vegetación, mojados y en completo silencio, comunicándose entre ellos por señas. El águila ya estaba cerca. Lentamente, comenzamos a armar el trípode y a poner a punto el equipo. El frío se hacía sentir y no teníamos con qué secarnos.

El águila estaba arriba de un gran árbol, sobre una de sus ramas, y le tomamos las primeras fotografías.

A los pocos minutos, sucedió lo que todo fotógrafo anhela; salió el sol y sus primeros rayos, laterales y cálidos, iluminaron al águila. Era una combinación óptima: estar frente a una especie espectacular, rara de ver por estas latitudes, y poder documentarla con buena luz.

De repente, se acercaron unos caranchos y comenzaron a agredirla. Ella se defendió y abrió las alas. Luego levantó vuelo, sobrevoló la isla donde estábamos y subió río arriba hasta perderse sobre el paredón del dique.

A toda velocidad y sin mediar palabra, cargamos el trípode con el equipo al hombro y nos metimos al agua para regresar al vehículo. Cruzamos el río a nado y, al salir del agua, nos encontramos con gente que pasaba haciendo deporte. Nos miraban emerger sin ropa y con el equipo en mano y no lo podían creer.

Rápidamente nos subimos al auto y a toda velocidad subimos hasta el paredón.

Al llegar, y para nuestra sorpresa, el águila ya había pescado y llevaba en sus garras una presa. Por pocos segundos, no pudimos verla pescar.

Dio unas vueltas por el lago con su presa entre las garras, mientras otras aves (chimangos y caranchos) intentaban persuadirla para que soltara su botín. Así fue, al final. Tiró el pescado y con sus enormes alas, que batió lentamente, se alejó del gran espejo de agua, en dirección a donde ya no podíamos seguirla.

Nos quedamos en silencio contemplando tan magnífico animal por unos segundos mientas volaba.

Lo habíamos logrado: teníamos las imágenes de un águila pescadora, y en Córdoba. Hubiéramos querido poder fotografiarla mientas pescaba, claro, pero ya no me lamento de lo que no tengo y disfruto lo que obtuve: esta experiencia y unas fotos con una luz inmejorable.

Cada vez somos más los que estamos atentos a estas apariciones poco habituales. Entre todos, vamos tejiendo una red que aporta a la conservación de las especies, a la ciencia, al arte y al disfrute.

* Fotógrafo especializado en aves. Preside la Fundación Mil Aves, en Córdoba.

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