Pediatra Enrique Orschanski: Hacerse amigo de los hijos, los convierte en huérfanos
–¿Por qué cada vez más personas eligen compartir su vida con una mascota y no con un hijo?
–Las generaciones en edad fértil priorizan viajar, ver Netflix y resolver propios conflictos. Además, una mascota es más fiel, más barata, jamás cuestiona y come balanceado, ja ja.
–En 155 de los 204 países actuales, se elige tener menos niños cada vez. ¿Qué reflexión te provoca eso?
–La reducción de la tasa de natalidad en todo el mundo comenzó hace 10 años. Cada región tiene diferentes causas; en Argentina, además de no haber mucho “nido afectivo”, prima la cuestión económica.
–¿Te da miedo quedarte sin trabajo cuando no haya niños?
–Ja. ¡Por supuesto! Cada día.
–¿Por qué elegiste ser pediatra?
–No elegí. Después de graduarme de médico abandoné y viajé varios meses. Al regreso, sin un peso para mantenerme y sin encontrar otro trabajo, me anoté en la única residencia que quedaba disponible: Pediatría. Rendí y gané un lugar.
–¿Y cómo te transformaste en el oráculo de la pediatría que sos ahora?
–No soy oráculo. Sólo me instalo en un lugar disponible para difundir ideas de crianza desde el sentido común. Por momentos, me duele decir obviedades y que me digan: “¡Qué geniooo!”.
–Llevás 12 años escribiendo columnas en La Voz. ¿Hoy te gusta más ser pediatra o divulgador de la pediatría?
–Divulgo sólo lo que resuena en mi consultorio. No podría separar las actividades.
–¿En qué porcentaje de tu vida diaria sos pediatra?
–30 por ciento
–¿Qué sos en los otros momentos?
–Lectura, escritura, gimnasio, coleccionismo.
–Si los niños votaran ¿quién sería presidente de la Argentina?
–El dueño de Mac Donald’s.
–Los berrinches de Milei, ¿tienen un componente infantil?
–Las infancias no suelen manifestar semejantes comportamientos. Ni siquiera enfermos, apaleados y avergonzados.
–¿Qué te enseñaron tus hijas?
–Todo. En especial, a desconfiar de lo que dicen los libros de pediatría. A escuchar, a esperar, a decir: “Te amo” en vez de “te quiero”.
–¿Qué hicieron tus padres con vos y que vos evitaste repetir?
–La ausencia.
–¿Votarías a favor de una ley que prohíba los payasos?
–Votaría a favor todas las leyes que prohíban prohibir.
–Tu último libro, “Volver a casa”, es raro: te fascinaste con un amansador cordobés, Diego D’Angelo. ¿Cómo fue eso?
–Ambos fuimos convocados por un grupo de padres para dar charlas sobre crianza. Yo hablaría sobre pediatría y Diego mostraría en un corral sus dotes de terapeuta de trastornos de conducta de equinos. Nos hicimos amigos, tuvimos interminables charlas sobre conceptos fundamentales: manejo del tiempo, confianza, liderazgo y respeto. Y de allí surgió el libro que documenta esa experiencia. También lo acompañé en el tratamiento de una cebra sufriente por mal trato. Gran experiencia.
–En el libro ¡comparás a los niños con caballos!
–No directamente. Sólo comparo las formas de acercarse a niños y a los equinos: con tiempo, confianza, liderazgo y respeto.
–¿Querés aprovechar esta oportunidad para pedir perdón a los niños?
–Ja. Por otros temas, tal vez… pero lo de la comparación quedó aclarado.
–¿Cómo es eso de que los niños también necesitan vivir en manada?
–Todas las especies necesitan de manada para mantenerse sanas. Tal vez el término manada llama la atención. ¿Suena mejor decir que somos gregarios? Pero tal vez la manada en una forma en que los humanos se imponen sobre las demás especies.
–¿A veces no sentís que te usan como un Ravi Shankar para padres?
–Apenas detecto esa intención, desaparezco.
–¿Somos la generación que más atención le ha dado a los niños?
–Definitivamente, sí, lo que no ha asegurado mejores resultados. El niño puesto en el centro de la escena disuelve el mundo de los adultos, estructura indispensable para la salud mental infantil.
–De chico, nuestros padres nos tiraban una piedra al baldío del lado y nos decían “andá, jugá, volvé a la noche”. ¿Cómo sobrevivimos a eso?
–Aprendimos a manejar situaciones cotidianas, aprendimos a no depender tanto, aprendimos de los otros chicos que encontrábamos en esos baldíos del lado. Aprendimos a aburrirnos, gran motor neurológico de creatividad e imaginación.
–A los padres que dicen “le agradezco a mi madre por haberme dado una cachetada a tiempo”, ¿qué les pasa?
–Esta pregunta debería ser redirigida a los psicoterapeutas de esos padres, que gastan fortunas para hablar de eso y de muchas cosas más respecto de sus mamás.
–¿Cómo sabemos que no estamos sobreprotegiendo a los chicos?
–Lo sabemos con toda certeza a partir de que son pocos. La tasa de natalidad hace un siglo era 8,2 hijos por mujer; a mediados del siglo 20, de 4,1, y actualmente es de 1,4. La educación en tribu se tornó en educación individual, sobreprotectora por definición.
–¿Hay una epidemia de sobrediagnóstico que inventa síndromes, problemas y pone pastillas, sesiones y terapias a montones de chicos?
–Hay. La epidemia de patologización de la infancia comenzó a mediados del siglo 20 con una bochornosa aseveración de entidades pediátricas internacionales: “La leche de madre es insuficiente para la buena crianza de los bebés”. Entonces aparecieron las fórmulas lácteas y la abrumadora presión de los laboratorios en diversos aspectos de la crianza inicial. Siguió la impostada necesidad del uso de vitaminas, las comidas ultraprocesadas y, actualmente, numerosos y apurados diagnósticos que, más que eso son lápidas para padres y madres. Detrás, siempre, el interés económico.
–Una escritora estadounidense, Abigail Shrier, está provocando polémica con su libro “Mala terapia: por qué los chicos no crecen”. Básicamente dice que por buscar construir niños felices los estamos convirtiendo en unos inútiles.
–Coincido en todo, excepto en algunos aspectos que sólo se vinculan a la cultura norteamericana. No son sólo los padres y madres los que construyen niños/as. La sociedad, los intereses económicos, la obligada ausencia paterna por las largas jornadas laborales y las relaciones parasociales que instalan las plataformas tecnológicas se encargan de modelar infancias por más tiempo que los progenitores.
–¿Por qué decís que la soledad es una epidemia?
–La epidemia de soledad subjetiva –la percepción de soledad– fue declarada en el Congreso Mundial de Pediatría en Roma en 2009. Estudié varios aspectos vinculados a las familias que acompaño y coincido absolutamente en que la epidemia existe. Solos, aun rodeados de parientes. Solos, aun conectados a redes. Solos, por sin palabras. Solos, por sin ideas. Solos, por el miedo al compromiso.
–¿A qué llamás el síndrome de la casa vacía?
–A hogares que se vacían a las 6.30 AM para que todos lleguen, apurados y tarde, a sus colegios y trabajos. Y que vuelven a poblarse con la caída del sol, todos cansados y deseosos de encontrarse… con sus pantallas.
–Decís que en el consultorio recibís niños cansados. ¿Qué clase de monstruos son esos?
–No son monstruos, son el resultado de tener una agenda apretada desde temprana edad y no poder disfrutar de tiempo libre. Lo monstruoso es que ningún padre o madre los mande a un baldío del lado.
–Hay pocas cosas más aburridas que una escuela tradicional. ¿Por qué queremos convencer a los chicos de que tienen que pasar 14 años ahí?
–Hace casi dos décadas que propongo dividir el tiempo escolar en dos: 50% deportes, 50% contenidos teóricos. Por supuesto, nunca recibí respuestas que, al menos, impugnaran la idea. Pero la escuela tiene tres niveles: el inicial, que los chicos lo viven como una larga fiesta. El aburrimiento comienza en el primario, aproximadamente entre cuarto y quinto grado, cuando los adultos-superhéroes se transforman en seres despreciables e ignorantes. En tanto, el secundario es el mejor sitio para hacer amigos mientras uno se lleva materias a diciembre, a marzo y previas…
–¿Qué es peor, querer hacerse amigo de los hijos o querer aconsejarlos?
–¿Puedo responder que las dos cosas son las peores? Hacerse amigo de los hijos los deja huérfanos; ellos tienen sus amigos, los padres y madres, los suyos. Los consejos sólo son frases que tal vez hayan servido a alguien, pero no significa que esto se repita en otros. De cada experiencia surge un consejo, pero la experiencia ya pasó.
–¿Sos otro de esos médicos tecnófobos que dicen que las redes sociales aíslan a los chicos?
–Naa. Las redes sociales bien administradas han demostrado ser el escondite perfecto para aquellos chicos que quieren refugiarse de un mundo de adultos descentrados. Es el “campito” de antiguas adolescencias, a salvo de las miradas de los mayores. Sitio fundamental para ensayos con vestuario de lo que vendrá.
–¿Por qué los médicos evangelizan contra las pantallas si el futuro pasará más por ahí que por las bibliotecas y los museos?
–El futuro ya llegó. Y hay lugar para museos, bibliotecas, pantallas y mucho más, en tanto haya alguien que quiera conversar sobre lo que allí ocurre.
–Los Reyes Magos ¿son los padres?
–Los hijos son los Reyes, entronizados por amor en un lugar de privilegio y terminan siendo tiranos. ¡Y lo saben! De allí, tanta violencia desatada contra los padres, antes o después.
–¿Cómo recogés la soga después de haber estado caliente y haber tratado muy mal o puteado a un hijo?
–Primero, quedo en silencio por un tiempo variable. Luego, pido un abrazo; el contacto físico allana el camino para lo siguiente: pedir perdón y decir que, probablemente, repita el error en breve. Finalmente, quedo a la espera de que todo vuelva a comenzar.
–Los padres hoy parecen geógrafos, se las pasan hablando de poner límites.
–Con las familias me gusta más usar la palabra fronteras: acuerdos previos. Los límites suelen ser establecidos después de que ocurrió una guerra.
–La ley que legalizó el aborto, ¿te parece positiva en algunos aspectos?
–En todos los aspectos.
–Decís que la revolución del siglo 21 es devolver la infancia. ¿Qué significa eso?
–Es revolucionario marcar con nitidez los bordes entre el mundo de los adultos y el de los niños y niñas. Sin esa diferenciación básica no hay paz, no hay identidad, tampoco jerarquías amorosas ni sueños tranquilos. Mi trabajo, además de mocos, toses, diarreas y piojos, se basa en eso.
–Supongo que se te pegan palabras que usan los chicos. ¿Cuáles son las que estás usando ahora?
–Chomazo, mortal, murciégalo, helado de menta “organizada”.
–¿Qué es la generación Alfa?
–El grupo de personas menores de 10 años. Los mejores exponentes actuales. Ecoconcientes, enojados con la dependencia tecnológica de los mayores, los que reclaman cuentos de papel y mirada a los ojos, los que saben esperar, los que me han devuelto la esperanza.
–Si pudieras inventar una vacuna, ¿contra qué protegerías a los chicos?
–Contra la indiferencia.
–¿Se puede aspirar a ser un padre perfecto? ¿Por qué sí o por qué no?
–Aspirar sí; serlo no, por favor. Creo en los padres y madres disponibles, no perfectos. Los primeros son más divertidos.
–¿Cuál pregunta no deberíamos olvidarnos jamás de hacerle a nuestros hijos?
–Antes de una mudanza, si están de acuerdo. Las sufren horrores. Antes de una separación, si ya lo sabían. Se ahorran muchas explicaciones. Antes de dejarlos en el colegio, si están educados. No conviene enviar a un hijo al “cole” si está deseducado.
–¿Qué le cuesta más aceptar a un padre hoy? ¿Que su hijo sea vegano, ateo, consumidor de cannabis o que quiera vivir en la casa paterna para siempre?
–Que se eternice en la casa. Todo lo anterior es de una ternura que comparto ampliamente.
–¿Qué habrías sido si no fueras pediatra?
–Arquitecto, sin dudas.
–¿Qué aprendiste en la pandemia?
–Aprendí que veníamos a una velocidad excesiva y con rumbo equivocado. Aprendí que sólo en el límite de la muerte se valora lo que se tiene.
–Ahora se habla de que la adolescencia no tiene fin. ¿Vamos a ser boludos toda la vida?
–Adolescente y boludo no son necesariamente sinónimos. Algunos adolescentes demuestran capacidad de dar fin a su condición, y pasan a ser jóvenes. Ningún boludo que yo conozca ha demostrado capacidad para dar fin a la suya, por lo que pasan a ser grandes boludos.
–¿Cuál es el sentido de la vida?
–Cuando sea grande intentaré responder a esa pregunta. O quizás no.
El coleccionista de relojes y perinolas antiguas
Luego de haber pasado su infancia en el barrio Alberdi, a una cuadra de la Plaza Colón, Enrique Orschanski se transformó en un convencido hincha de Belgrano. Jugó al fútbol y, ya de grande, empezó a practicar mountain bike. Pasó su juventud estudiantil en Nueva Córdoba. Luego vivió en Colón y Rivera Indarte, y actualmente es vecino del barrio Urca. Está casado y tiene “dos hijas preciosas de 24 y 32 años”. Colecciona perinolas antiguas y relojes de la Primera Guerra Mundial.
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