Hace cuatro años iniciaba la cuarentena por el coronavirus en Argentina
el país.
«Hemos tomado una decisión en el gobierno nacional de dictar un decreto de necesidad y urgencia. Por ese decreto, a toda la Argentina, a todos los argentinos, a todas las argentinas, a partir de la cero hora de mañana deberán someterse al aislamiento social preventivo y obligatorio. Esto quiere decir, que a partir de ese momento, nadie puede moverse de su residencia. Todos tienen que quedarse en sus casas».
Así fue el anuncio del entonces presidente Alberto Fernández durante una cadena nacional el 19 de marzo de 2020, medida respaldada por todos los gobernadores del país.
Contrario al pronóstico inicial del ministro Ginés González García, el virus del Covid-19 no esperó al invierno para propagarse. El primer caso importado en Argentina se registró el 3 de marzo, sorprendiendo a muchos. «Yo no creía que el coronavirus iba a llegar tan rápido», reconoció el funcionario en esa oportunidad.
El decreto, vigente desde la medianoche del 20 de marzo, fue presentado como «una medida excepcional», tras la suspensión de clases en jardines, primarias y secundarias el 15 de marzo anterior: «La idea es poder hacer algo para evitar la circulación». Fernández había afirmado en esa oportunidad que el virus «no se ha dado como un factor de riesgo para los menores ni hay casos trascendentales, pero muchas veces son portadores y terminan contagiando a los adultos».
Esa noche el jefe de Estado detallaba cuáles serían las libertades. «Van a poder hacer compras en negocios de cercanía, a una ferretería, a las farmacias, que permanecerán abiertas, pero entiéndase bien que a partir de las 0 horas la prefectura, la gendarmería, la policía federal y las policías provinciales estarán controlando quién circula por las calles. Y entiéndase que aquel que no pueda explicar qué está haciendo en la calle se verá sometido a las sanciones que el Código Penal prevé para quienes violan las normas que la autoridad sanitaria dispone para frenar una epidemia o en este caso una pandemia».
Acompañado por gobernadores —Axel Kicillof, Gerardo Morales y Omar Perotti—, y el jefe de Gobierno porteño, Horacio Rodríguez Larreta, a ambos costados, continuó dando a conocer los motivos de esta medida: «Hemos previsto un plan por el cual manteniendo distancia entre nosotros, teniendo los cuidados de los que estamos hablando, guardándonos en nuestras casas vamos a evitar que el virus se propague y si se propaga, porque se va a propagar, se propague más lentamente, de modo tal que los contagios, crezcan de tal modo que el sistema sanitario argentino pueda hacer frente a ellos. Hemos calculado absolutamente todo. Necesitamos que cada uno haga su parte».
De este modo una gran mayoría quedaba confinada entre las cuatro paredes de sus casas, incluidos algunos trabajadores que pasaron a ser «no esenciales» y que comenzarían una vida laboral por videollamada.
No obstante, quienes se desempeñaban en el gobierno nacional, provincial, municipal, en los niveles de conducción política, en la sanidad, fuerzas armadas, y otra serie de actividades como rubros de producción de alimentos, de fármacos, petróleo, refinerías de naftas, debían salir respetando los protocolos de seguridad sanitaria frente a un virus todavía desconocido, que en Europa había hecho estragos, matando a decenas de miles de personas.
«Vamos a ser muy severos porque la democracia nos lo exige», anticipó Fernández y se despidió diciendo… «vayamos a descansar tranquilos, tenemos muchos días para cuidarnos y por delante una pelea que debemos dar como argentinos».
Los vuelos internacionales traían viajeros de zonas afectadas por el virus, quienes eran enviados a hoteles para cumplir con un aislamiento de 14 días.
Los programas de televisión tenían entre sus panelistas un elenco estable de médicos infectólogos que contaban las últimas novedades y posibles formas de contagio. Cómo debía ser el barbijo, las telas que servían, las que no. Enseñaban a la lavarse bien las manos con agua y jabón. A no tocarse los ojos en la calle. Qué distancia había que conservar de otras personas para ir a hacer las compras. La vida cotidiana estaba concentrada en estas actividades.
A las 9 de la noche, se aplaudía a los médicos desde el balcón por su entrega y coraje en una situación donde se encontraban en la primera línea de combate, en hospitales donde hacían cada vez más falta de respiradores, camas y personal entrenado en las terapias intensivas.
El 29 de marzo, en cadena nacional, Fernández reforzaba las medidas. «Estamos siendo muy novedosos. Somos un caso único en el mundo que dispuso la cuarentena plena apenas se conoció el inicio de la pandemia. Esto no lo hizo ningún otro país, por lo tanto, estamos como experimentando sobre la marcha cómo eso resulta. Los resultados iniciales nos alientan a seguir en este camino», explicaba y en el mismo comunicado se tomaba la decisión de prolongar la cuarentena hasta que terminara la Semana Santa, por la recomendación de los expertos.
Nadie imaginó que la pelea sería tan larga y que costaría 130 mil vidas argentinas. Que el aislamiento sería tan estricto que no nos permitiría acompañar en la enfermedad ni despedirnos de aquellos que perdieron la batalla contra el Covid-19 u otras enfermedades. Que las consecuencias sociales y económicas serían tan dramáticas por el cese de actividades, a pesar de las ayudas estatales. (Infobae)
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